Una esposa para el alfa

13. Ciertas dudas.

— Yo era una mujer pacífica, llena de paz y luz, hasta que conocí a su hijo, señora —Dahiana apretó los puños—. Ahora usted me dice a mí que soy la única alma gemela de su hijo; en dónde yo ya estuve con la mía…

— Mira —Rebecca la agarró por los hombros—. Yo nunca conocí a mi verdadera alma gemela, tampoco es que me interese… bueno, algunas veces sí, pero ese no es el punto —Dahiana se mantuvo en silencio—. La cosa es que mi hijo te marcó, su lobo tomó posesión de su mente y cuerpo al momento de hacerlo. 

— Él no me lo dijo…

— Alexander odia ser igual que yo —una sonrisa triste se asomó en los labios de Rebecca—. Mi hijo tiene los mismos dones que yo, es el único que puede hablar con su lobo interno, el que puede hacer las mismas cosas que yo, pero todavía no lo puede controlar todo o eso es lo que creíamos, puesto que desde que te marcó, su lobo se ha mantenido a raya.

— Señora —dijo Jolanis, metiéndose en la conversación—, su familia es algo loca. ¿Cómo es que no le van a decir a una persona eso antes? ¿No han pensado siquiera en las consecuencias?

— Ellos dos sabían en el lío que se metieron cuando estuvieron juntos la primera vez y aquí también —dijo como si nada, y las mejillas de la pobre de Dahiana no podían calentarse más—. Sé que deben estar preocupadas, asustadas, pero en esta familia se cuidan entre todos.

— En mi familia se matan hasta por el jabón —susurró Jolanis—. ¿La madre de Bahir está aquí también?

— Sí, sus hermanos, su padre…

— Entiendo, entiendo, entonces me quedaré lejos de su radar hasta nuevo aviso.

— Sí, eso no pasará —las tres mujeres miraron hacia dónde se encontraba Clary, la madre de Bahir caminando hacia ellas—. Mucho gusto, soy Clary, la madre de Bahir.

— Dios, es… —comenzó a decir Jolanis, pero no encontró las palabras adecuadas.

— Sí, esa soy yo —Clary le sonrió, amigablemente—. ¿Podemos hablar a solas?

— Con usted, hasta el fin del mundo —susurró Jolanis.

Dahiana vio cómo su mejor amiga la abandonaba, ¿y quién no lo haría? Era Clary, una de las diseñadoras más importante del mundo y que en sus inicios tomó a sus hijos como inspiración, sin embargo, con el paso del tiempo, se fue alejando de las cámaras y le dio privacidad absoluta a toda su familia, hasta que no se supo nada de ellos.

— Jolanis ya ganó en esta vida —susurró Dahiana—. Regresando al tema, su hijo debe darme muchas explicaciones acerca de esto, porque ya tengo la marca de sus dientes en mi cuello, de paso un matrimonio de un año y…

— Tienes miedo de que después todo resulte ser mentira y que mi hijo termine dejándote como lo hizo tu anterior pareja —completó por ella—. Alexander fue criado por mí, a ninguno de mis hijos les enseñé a que deben estar por encima de las personas. No sé si tienes esa percepción, aun así, te aseguro de que antes estuve en tus zapatos, sin nada para comer.

— No parece eso.

— Solo tienes que hacerte a la idea del porqué tuve que esperar más de treinta y cinco años para quedar embarazada —Rebecca quitó sus manos de los hombros de Dahiana—. Ni mis hijos lo saben, piensa bien en lo que harás de ahora en adelante, sería una pena que tomaras una mala decisión en dónde no solo tu vida está dependiendo de un hilo, sino que también la de otras personas.

Caminó con Rebecca durante un rato más, de todos modos no tenía algo mejor que hacer, porque ya todo estaba dicho y decidido. Cruzó los brazos en su pecho cuando vio a Alexander, en lugar de parecer un alfa, macho con pecho peludo, parecía un niño asustado por algo. Ya de seguro que su padre le dijo lo mismo que su madre a ella.

— ¿Me permite darle un pequeño susto a su hijo? —preguntó en voz baja—. Será algo chiquito.

— ¿Me lo vas a matar? Recuerda es que lo único que tengo, hasta que nazcan estos dos bebés de aquí —Rebecca le guiñó un hijo, antes de tomar rumbo hasta dónde se encontraba la mesa de los bocadillos de chocolate.

Dahiana fingió ignorar a Alexander, quería hacerlo sufrir un poco, sí, se lo merecía. Tomó unos cuantos dulces que vio, y después prosiguió a caminar con pasos lentos hasta la salida.

— Espera, tenemos que hablar de algo importante —dijo Alexander, tomándola del brazo—. ¿Mi madre ya te contó…?

— Para que dos personas hablen no es necesario que se anden tocando de las manos —se soltó de su agarre—. ¿De qué quieres hablar conmigo?

— Es sobre la marca —volvió a tomarla del brazo, para llevarla hasta el elevador—. ¿Segura que mi madre no te comentó nada acerca de la marca?

— No, ella no me comentó nada —se hizo la tonta—. ¿Qué debo saber? —se metió un poco de chocolate a la boca—. ¿Es algo bueno? ¿Ya me la puedo quitar?

— No, no es eso —Alexander se pasó la lengua por los labios al ver el gesto que ella estaba haciendo mientras comía el dulce—. Deja de hacer eso, es molesto —le quitó el dulce—. Sigo hablando contigo, la cosa es que debes saber ahora mismo…

— Dame mi chocolate, Alexander —se puso de puntas, para intentar quitárselo, pero él no tuvo que hacer mucho esfuerzo para impedírselo—. Estás siendo molesto ahora mismo.

— No me importa —presionó el botón de su piso—. Mi madre debió hablarte de que luego de la marca, terminamos siendo almas gemelas, algo que no debe ser de ese modo, porque no nos soportamos, tú no quieres saber de mí, yo tampoco de ti —él se apoyó en la pared del elevador—. Mi lobo vio algo en ti que no sé, es por esa razón que te marqué.

— Ya no podrás estar con tu alma gemela en dado caso de que aparezca en tu vida —sacó otro chocolate de su bolsillo—. Es una lástima, porque te dejaré sin dinero antes del año.

— No me dejarás sin dinero por más que quieras hacerlo, no seas…

— Si me dices que soy patética, voy a matarte —le apuntó con el dedo—. Recuerda lo que te dije, debes ayudarme con mi hijo. Quiero que tenga tu apellido siempre o hasta que se termine nuestro matrimonio. Jonathan tiene la idea de no sé qué…




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