Una esposa para el alfa

27. El amor de mi vida.

Meses más tarde.

 

Dahiana se miró por última vez en el espejo, su vientre estaba bien, ella se tomaba de lo más tranquila las patillas que la madre de Alexander le daba para que su embarazo fuera el más normal posible y ella no sufriera en el proceso. Sin embargo, ese día, era el de su graduación, porque después de tantas cosas, ella podía estar feliz de haber terminado la universidad como una de las mejores estudiantes. 

Ella se encontraba feliz, porque al fin podía respirar en paz, lejos de toda la mala vida que tuvo antes de conocer a Alexander. Owen se volvió muy apegado a él, a tal punto de que en verdad ambos parecían ser padre e hijo.

Con un pequeño suspiro, se puso de lado, delineando su vientre que ya era notorio y que con el vestido no le hacían verse mal por nada en el mundo. Se dio unos últimos retoques más en el rostro con el maquillaje, tomó la caja en dónde estaba la ropa de graduación y su celular; el cual Alexander le regaló porque, según él, tenía que eliminar todo lo que le recordara a su exnovio.

— Mamá —Owen abrió la puerta de su habitación, colocándose de puntas—. ¿Ya estás lista?

— Por supuesto, mi amor —sonrió Dahiana, hacia él—. ¿Qué tal me veo?

— Te ves tan hermosa —Owen tomó su mano, y besó en dónde ella tenía el anillo—. ¿Te casarías conmigo?

— ¿Qué cosas estás diciendo, pequeño retoño? —Dahiana le pellizcó la nariz—. ¿Y tu padre?

— Nos está esperando, dijo que las mujeres son las que más duran para prepararse y salir —Owen besó su vientre—. Mi hermanita está bien.

— Ya hemos hablado de esto —suspiró—. Son tres hermanos, no solo una. 

— Es que yo solo puedo sentir una, mamá —susurró Owen, haciendo un puchero—. Vámonos, porque hasta el novio de la abuela nos espera.

Frunció los labios, su madre tenía novio… un novio criminal, que apenas conoció hace unos meses y ya se andaban tomando de la mano. No le molestaba verlos juntos, porque en sí, ella merecía estar feliz, pero tenía sus dudas sobre eso. Bajaron las escaleras, y vio a su querido esposo hablando por teléfono, mientras le daba la espalda.

— Hija, te ves hermosa —dijo su madre, caminando hacia ella—. El embarazo te sienta bien.

— Gracias, mamá —Dahiana sonrió hacia ella—. ¿Cómo está, señor?

— Bien —la voz del novio de su madre era muy gruesa—. Te ves como una princesa, Dahiana.

— Gracias —dijo nerviosa—. ¿Nos vamos?

— Sí… —Alexander se dio la vuelta, y no habló hasta después de unos minutos—. Te ves muy hermosa, santo Dios —terminó la llamada, y se acercó a ella para besar sus labios—. Podemos escaparnos, no ir…

— Si vamos a ir —golpeó su pecho—. Es mi graduación, fueron tres meses aguantándote por todo, me merezco esto.

— No digas que soy un mal jefe, porque te di trabajo —Alexander entrecerró los ojos—. Es hora de irnos.

Dahiana tomó su brazo, agarró a Owen de la mano y con su madre, siguiendo sus pasos, salieron de la casa.

Su madre, antes de subirse al auto, hizo un alboroto para que les tomaran fotos, algo que ella no quería porque en algunas ocasiones sentía que estaba un poco gorda, nada que no pudiera tratar. Después de esa pequeña sección de fotos, emprendieron el camino hasta el salón de eventos de la universidad. Al menos la ropa ocultaría el embarazo.

— Recuerda que no puedes tomar alcohol —dijo Alexander, mirando por el retrovisor—. Tu madre me dijo que tú tienes eso prohibido.

— A mi todo me lo prohíben —sacó una barra de chocolate—. También me dijo que no podía comer de esto.

— Es que comes muchos dulces, tienes que controlarte lo más que puedas —masculló Alexander—. Mi mamá comía muchos chocolates, mejor dicho, lo sigue haciendo.

— Tu papá es quién se los compra, algo que tú no haces conmigo —hizo un puchero. —Me dueles, porque tú comes muchas barras de chocolates al día, pero yo no puedo hacerlo y es molesto.

— Te recuerdo que eres una humana —Alexander lo dijo para molestarla—. Si te da un colapso por comer tanta azúcar, sería un peligro para ti y los bebés. Lo sabes mejor que nadie.

— Eres una persona muy cruel, te odio —susurró la chica, con las mejillas rojas—. ¿Cómo te fue con el abuelo Marco?

— El abuelo es un lobo grande —Owen abrió los brazos de forma dramática—. Mucho más grande que cualquier otro lobo, la abuela Rebecca también es grande, pero no tanto como el abuelo.

— Es porque todavía no has visto a tu padre en su forma de lobo —Dahiana le mostró una mirada de cariño—. Es enorme y algún día podrás subirte en él.

— Dahiana…

— Es la verdad, nunca digo mentiras —el auto se detuvo en un semáforo—. Cuando estemos en el salón de eventos, deben sentarse en dónde los vea.

— Ya nos apartaron los asientos, descuida —dijo Alexander, extendiendo su mano—. También quiero.

Dahiana se estiró un poco, y le dio el dichoso chocolate. Llegaron en poco tiempo a su destino, ella estaba nerviosa, no sabía qué decir cuando estaba buscando su título. Alexander le dio la oportunidad de tener un empleo en su empresa, en el área de contabilidad, su especialidad; siempre y cuando él estuviera al pendiente de todo.

Jolanis ya había terminado todo mucho antes que ella, solo que también tenía que esperar a la graduación. La veía de vez en cuando, ya que Bahir la cuidaba mucho y ella debía estar alejada de las personas durante un buen tiempo en lo que se arreglaba su asunto.

— Amiga —Jolanis caminó hacia ella—. Te ves realmente hermosa, no puedo creer que al fin estás aquí sana y salva.

— Lo mismo digo —la abrazó—. Ya vamos a salir de este martirio de una vez por todas.

— Así es —Jolanis puso una mano sobre el vientre de Dahiana—. Estás muy bonita y el embarazo se nota que es normal.

— Estoy tomando pastillas para que los bebés no se pongan locos en mi interior y para que sea más o menos normal —hizo una mueca—. Sabes bien que no tengo sangre de lobo.




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