Ver a su hijo recibir el diploma por parte de sus maestros como uno de los más estudiosos, la llenaba de orgullo.
Alexander se encontraba a su lado, Jolanis tomándole fotos para tener el recuerdo y ella no paraba de soltar pequeñas lágrimas que no se irían tan fácilmente, porque se encontraba muy orgullosa de su pequeño retoño y no le importaba que todos la vieran en ese estado. Todo en su vida estaba por buen camino, no podía quejarse de la vida que estaba teniendo, mucho menos decir que algo estaba fuera de lugar porque no era de ese modo.
— Nuestro hijo ya es todo un hombre que está a un paso de graduarse —dijo Dahiana, limpiándose las lágrimas—. En unos años me abandona por su primera novia o esposa.
— ¿Ya andas pensando en el casamiento de Owen? —preguntó Alexander, en un tono burlón—. Es un niño todavía.
— Un niño que ya tiene una conexión con su hermana, ya eso habla mucho de lo que en verdad está ocurriendo —lo miró mal—. ¿Estás bien?
— No, solo es algo que ando hablando con mi lobo, no pasa nada —el alfa tomó su mano con mucho cuidado—. Eres la mujer más hermosa y espero que siempre estés conmigo.
— ¿Me estás proponiendo matrimonio?
— Ya nos hemos casado, no hay razón para casarnos otra vez —farfulló—. Será mejor que vayamos con Owen, debe estar impaciente.
Dahiana infló los labios, iba a matarlo por hacerle ese desplante, pero ya ella tenía un plan, el cual iba a ejecutar en unos meses más; después de que los bebés nacieran. Owen se encontraba muy feliz y ella mucho más, porque después de todo, su hijo estaba estudiando y tenía un padre que lo quería.
De Jonathan solo sabía que no la estaba pasando muy bien en prisión, por el hecho de que ahí no lo iban a tratar muy bonito tampoco.
— ¿Por qué está llorando, mamá? —le preguntó Owen a Alexander, después de que lo cargó—. Es mi fiesta de fin de curso.
— Es porque se siente feliz de que estés estudiando —Alexander estiró su mano para secar las mejillas de Dahiana—. También, tus hermanitos lo están —bajó la mano hasta el vientre de la humana, y lo acarició—. Las mujeres embarazadas se ponen de ese modo cuando se sienten felices, también les ocurrirá a muchas mujeres más.
— Ah, creo que entendí. ¿Es por eso que mamá siempre está enojada con el mundo?
— Yo nunca estoy enojada con el mundo —chistó, cruzándose de brazos—. Porque no me gusten algunas cosas, no significa que yo quiera matar al mundo, solo a ti.
— ¿Lo ves? —Alexander se dio la vuelta, y comenzó a caminar—. A todo el mundo, y su mundo soy yo.
Sus mejillas se pusieron rojas, tener que lidiar con un alfa tan guapo ya era mucho.
Frunció los labios al ver que muchas madres se le quedaban viendo a su esposo, por lo que con algo de esfuerzo, caminó hacia él y rodeó su brazo con los suyos, caminando hacia dónde se encontraba el fotógrafo y tomarse las fotos del recuerdo escolar.
Horas más tarde, ella se encontraba comiendo una barra de chocolate, mientras caminaba descalza por el jardín de la casa, vistiendo una bata de embarazada, porque se sentía más cómoda con ella puesta. Alexander y Owen se encontraban corriendo en su forma de lobo por el jardín, y su madre la esperaba para hablar con ella.
— Lamento la tardanza, mamá —se agachó un poco para besar su mejilla—. ¿Cómo estás?
— Estoy bien —su madre le indicó que se sentara—. El embarazo te sienta bien, te veo más bonita y con más brillo.
— Es que ahora tengo todo lo que necesito en la vida —sonrió, mirando a sus dos lobos—. No sé si Alexander te dijo algo, pero tendrás dos hombres más en la familia y una niña.
— ¿Dos niños? —bromeó su madre—. ¿Podrás con cuatro hombres poniéndose de acuerdo para no dejarte salir de la casa?
— Eso es una porquería, será algo crítico el quedarme todo el tiempo en casa porque cuatro hombres asegurarán todo.
— Al menos podrás tener todo lo que siempre has querido…
— Solo quedan menos de cinco meses de contrato —una expresión triste se instaló en su rostro—. Cada quién se irá por su camino, lamentablemente ya mi vida está bien, porque Jonathan está pagando por lo que nos hizo y también esa mujer que quería quedarse con mi hijo. Owen está feliz aquí…
— Tú no quieres irte —completó su madre—. Amas Alexander, siempre lo has querido y no importa lo que digas. Porque aun estando con Jonathan, tu corazón latía por el hombre que te negó ese beso.
— Me aferré a la idea de que podía lidiar con el desamor a tal punto de que me hice daño y de paso, se lo hice a mi hijo —dejó el chocolate en la mesa—. Supongo que después de todo la vida me tenía buenos planes y este era uno de ellos.
— ¿Y Alexander te quiere?
— Sí, él me lo ha demostrado también con cada cosa que hace.
— ¿Y por qué tienes dudas?
— Mis dudas son como la de cualquier persona en la vida que se haya casado por contrato y que al final resulte ser una fachada —se encogió de hombros—. Aunque él diga que me quiere, es posible que sea por los bebés o porque se siente en deuda conmigo.
— No, no es eso. Porque nadie que tenga dudas se sacrifica desde el primer día, mucho menos, se hace notar —su madre tomó sus manos—. Voy a enlazarme con mi pareja, quiero que tú estés de acuerdo. Antes de que digas algo, escúchame, primero —la detuvo—. Llevo muchos años sola, trabajando únicamente para darte todo lo que necesitas, de paso, ya es momento de que tenga algo propio y mío. Él me quiere, me lo demuestra y tú lo sabes.
— ¿No te molesta que tenga antecedentes penales?
— ¿No te molesta que te hayas quedado con Owen haciendo que las leyes de la humanidad te pasen por donde cagas?
— Tienes un punto, pero quiero que sepas que es un paso enorme y que es una marca que no se irá fácilmente, la mía es para siempre —se quedó un momento en silencio—. Los hombres que hemos tenido en nuestras vidas han sido un desastre inminente.