Una esposa para el rey

Capítulo 2: Encenard

Un intenso dolor de cabeza provocó que recobrara el conocimiento. Abrí los ojos lentamente, emitiendo leves quejidos debido a las punzadas que sentía me recorrían de la frente hacía la nuca. En cuanto miré a mi alrededor, el dolor pasó a un segundo plano. Ya no estaba en el jardín de la meditación y ni Mildred, ni Astrid se hallaban conmigo.

Me encontraba en el bosque más extraño que jamás hubiera visto, los árboles eran tan altos que no veía su fin, parecía que crecían desde el cielo hacia abajo y no estaban arraigados a la tierra, sus raíces estaban expuestas y solo rozaban el suelo, como si flotaran, de ahí los troncos se torcían en formas extrañas por unos tres metros hacia arriba y luego se erguían hasta donde me era posible ver. Supe que era de noche por los pocos lugares despejados por los que se podía ver el cielo, jamás había visto tantas estrellas. Me sentí abrumada y confundida, pero sobre todo con mucho temor.

—¡Hola! —grité— ¡¿Hay alguien por aquí?!

No obtuve respuesta, el lugar estaba desolado. No sabía qué hacer, ¿caminar? ¿Sentarme y esperar a que alguien me encontrara? De pronto, recordé que llevaba el móvil en el bolsillo de mi falda. ¡Estaba salvada! Saqué el teléfono del bolsillo, pero para mi desgracia no había señal, gruñí frustrada. Miré de nuevo a mi alrededor, debía moverme para encontrar un lugar con mejor recepción. Comencé a caminar sin rumbo, admirando la belleza del extraño bosque y deseando que no hubieran depredadores peligrosos alrededor.

 

No sé cuánto tiempo pasó, un par de horas a lo mucho, pero cada vez hacía más frío. Mi ropa era ligera y yo odiaba el frío aún cuando estaba bien abrigada. El bosque parecía seguir eternamente y en ningún lugar encontraba recepción para mi móvil.

Consideré escalar sobre uno de los árboles para ver dónde me encontraba, pero las alturas me provocaban arcadas, además no era una persona atlética, probablemente solo lograría romperme el cuello. Me senté sobre el césped, sintiéndome abatida, me dolían las piernas y todo esfuerzo parecía inútil, seguro moriría congelada durante la noche. Apoyé mi espalda en una de las extrañas raíces y pensé en mi vida, a los 19 años había tenido una vida bastante aburrida, no había hecho nada trascendente, jamás había vivido una aventura, siempre me comportaba huraña y tímida; se me hizo un nudo en la garganta, era el arrepentimiento de no haber disfrutado más, no haber hecho locuras, correr algún peligro, vivir una aventura o besar a un extraño. Ahora ya era demasiado tarde, al menos mi muerte sería dramática, un final especial para una vida monótona. Si alguien alguna vez me encontraba y era tan amable de contarle a otros acerca de mi trágico fin.

Miré al cielo una vez más buscando un espacio libre para ver las estrellas, pero descubrí algo aún más hermoso e inquietante. El cielo tenía tres lunas, tres enormes esferas plateadas que brillaban con intensidad. Me había vuelto loca, era la única explicación. Probablemente el frío me había nublado el juicio, pero de cualquier modo me sentí fascinada, si esto era una alucinación era la alucinación más real y hermosa que jamás alguien había tenido.

Pasó otro rato mientras me perdía en mis pensamientos, tenía tanto frío que ya no sentía mis extremidades y comencé a quedarme dormida. Estaba entregándome a la inconsciencia cuando sentí un objeto sólido picar mis costillas.

—¿Acaso es estúpida? ¡Va a morir! Tiene que buscar refugio.

Cuando reaccioné vi a mi lado a lo que solo se puede describir como un enano deforme que estaba picando mis costillas con un bastón de madera torcida que usaba para recargarse. El enano me observaba de manera desagradable. Me arrastré torpemente y, después de un par de intentos, logré ponerme de pie. El enano me llegaba hasta la cintura, era robusto, su cabeza era más grande que el resto de su cuerpo, sus orejas eran puntiagudas, su nariz ancha y estaba cubierto de tierra, en general era un ser grotesco.

—Además de estúpida, ¿es sorda? —preguntó el enano, quién no solo era grotesco por fuera sino por dentro.

Tenía miedo del ser, pero era la primer persona que encontraba y no podía desaprovechar la oportunidad.

—Ni una ni otra, señor, lo que sucede es que estoy perdida —expliqué en voz baja, el frío me tenía entumida.

—¿Perdida? ¿Cómo fue que se perdió? Los suyos casi nunca se aventuran en el bosque de noche —comentó el enano con los ojos entrecerrados.

—¿Los míos? —le pregunté confundida.

—Los humanos —respondió como si fuera evidente.

Su respuesta me sobresaltó. ¿Los humanos? ¿Quería decir que él era algo más? A pesar de su aspecto físico tan grotesco, asumí que se trataba de una persona enferma, jamás imaginé que se pudiera tratar de una especie distinta a la mía.

—Disculpe, pero… ¿qué es usted? —pregunté con asombro.

—¡¿Qué soy?! ¿Acaso se golpeó la cabeza? ¡Soy un duende! ¿Qué otra cosa voy a ser?

¿Un duende? Me tallé los ojos desconcertada. ¿Existen los duendes? Trastabillé hacia atrás hasta estar a una distancia segura del ser.

—¿Cuál es su problema? ¿Está ebria? ¿Es por eso que acabó aquí? —preguntó el duende mientras me estudiaba con la mirada.

Él parecía tan sorprendido por mi presencia, como yo por la suya.




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