Una esposa para el rey

Capítulo 4: La futura reina

Esteldor salió de la celda de Mildred y yo lo acompañé como un autómata sin voluntad, solo actuaba por instinto. Tenía el pecho oprimido, y estaba convencida de que mi corazón realmente se había roto. Ni siquiera puse atención a lo que tenía a mi alrededor, todo parecía gris. Caminamos a través de numerosos pasillos hasta una pequeña habitación. Al entrar me confortó la calidez de la chimenea y el delicioso olor a lavanda que impregnaba el ambiente.

—Por tu aspecto es obvio que necesitas descansar propiamente, haré que te traigan algo de comer y después puedes dormir cuanto quieras. Te esperan unos días agitados, debes recuperar energía.

Asentí sin siquiera mirarlo, no tenía ganas de seguir en su presencia, necesitaba estar sola. Él lo entendió y se dirigió a la puerta. Antes de que saliera lo llamé:

—¡Espere! Aún falta Astrid. Prometió regresarla también.

Esteldor hizo una mueca de fastidio.

—Cierto, la regresaré con la condición de que no me acompañes. No soportaría otra larga y emotiva despedida. Déjame ir solo y prometo encargarme de tu amiga. Tú debes descansar.

Iba a objetar, pero la mirada de Esteldor me dejó claro que su condición no estaba abierta replicas. Además, tenía razón, había dormido mal desde mi llegada a Encenard y sentía las consecuencias en todo el cuerpo, después de dormir en el suelo las últimas noches esa cama parecía invitarme a no abandonarla nunca. Asentí cansada. Aunque me entristecía no ver a Astrid, la despedida de mi hermana me había agotado emocionalmente y no creía poder soportar lo mismo una vez más. Al menos, pronto mi querida amiga estaría bien y mi hermana ya estaba a salvo de la muerte y los horrores de esta tierra de vuelta en el Instituto. Todo lo demás era secundario.

Esteldor me dejó sola, tomé asiento sobre la cama en espera de la comida que prometió mandar. Si en algún momento llegó, yo ya estaba profundamente dormida.

 

Estábamos en el bosque del rey, pero esta vez el búho se sentía apenado conmigo y cada vez que me acercaba a él, volaba a otra rama, decía que algo terrible había pasado, pero no podía decirme qué era.

 

Desperté tan descansada que por un momento olvidé dónde estaba. Tardé unos minutos en que todo llegara a mí y, cuando recordé mi situación, me inundó la tristeza.

No sabía qué hacer, ni siquiera sabía qué hora era. Me quedé recostada apreciando la comodidad de dormir en una cama y no en el suelo. Mientras yacía perezosa, examiné la habitación, la decoración y los cuadros de paisajes de fantasía, aunque considerando donde me encontraba, aquí debían ser simplemente paisajes comunes. La habitación se complementaba con muebles color pastel, azul, rosa y amarillo, dispuestos con gran gusto. Era la habitación perfecta para una reina. De pronto, la puerta se abrió suavemente y entró una duende vestida con un trajecito de servicio cargando una bandeja con comida. Su presencia hizo que se me hiciera un nudo en la garganta. No había visto a un duende desde Hoyt y todos eran tan similares, aún siendo mujeres, que no pude contener la pena que me embargó.

—Buenas días, mi señora, espero que haya descansado. Se ve triste, ¿se encuentra bien? Parece que aún le falta reponerse, me retiro en este instante. Lamento haberla importunado —dijo la duende apresuradamente, dejó la bandeja sobre una mesita de madera y caminó a la salida.

—¡Espere! Por favor, no se vaya, quédese aquí —le pedí pues no deseaba estar sola.

La duende sonrió con sus enormes labios partidos, parecía una anciana, tenía el cabello gris casi blanco y ojos llenos de bondad.

—Lo que usted desee yo lo haré, mi señora —dijo y volvió a tomar la bandeja—. Le he traído su desayuno. Ayer traje comida caliente, pero usted se encontraba tan profundamente dormida que decidí no molestarla.

—Gracias —respondí, esbozando una media sonrisa—. Mi nombre es Annabelle, por cierto, no tiene que decirme señora.

—Sé su nombre, mi señora, el rey me lo ha dicho, y si no tiene inconveniente, prefiero llamarla así. Yo soy Kyra, usted puede llamarme como guste, estoy aquí para servirla en lo que necesite, soy su duende personal.

—¿Mi duende personal? ¿Quiere decir cómo una asistente?… no tengo idea de cómo funciona esto, jamás he tendido a nadie a mi servicio.

¿Se suponía que debía darle órdenes? ¿Órdenes para que hiciera qué? Me di cuenta de que no tenía la menor idea de cómo funcionaba este reino y qué es lo que se esperaba de mí.

—No se preocupe, mi señora. Por lo pronto disfrute su desayuno, después disfrutará de un baño caliente y posteriormente vendrá la costurera a tomar sus medidas; una futura reina necesita muchos vestidos hermosos y uno espléndido para casarse con tan maravilloso rey…

Dejé de escuchar lo que Kyra decía, era la primera vez que alguien se refería a Esteldor como un “maravilloso rey”, todos a quienes había conocido hasta ese momento le temían y despreciaban. ¿Por qué Kyra había dicho eso? Recordé el sistema de servicio obligatorio que se le imponía a los duendes, Kyra más que una asistente era una esclava, no entendía por qué estaría complacida con su rey. La única conclusión lógica era que, siendo sirviente en el castillo, no le era permitido decir nada contra su monarca, si Esteldor tenía espías en todo el reino, mucho más aún en su propio castillo. Seguramente ella debía despreciarlo en secreto como todos los demás.




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