Una esposa para el rey

Capítulo 5: La cena

Mi duende irrumpió en la habitación y, de momento, me hizo olvidar al lobo gris.

—¡Mi señora! ¡Mi señora! Le tengo una grata noticia —dijo sonriente—. ¡El rey desea cenar esta noche con usted! Quiere ver qué tanto ha aprendido de la etiqueta de Encenard y seguramente, terminando la cena, la llevara a pasear por los jardines.

Sabía que Kyra esperaba verme emocionada ante la noticia, para mi duende cenar con el rey era el más grande honor, ella no tenía idea de cuánto yo detestaba a ese hombre y que para mí más que un honor era una imposición terrible.

—Bien… y… ¿qué debo ponerme? —pregunté, esbozando una apática sonrisa.

No podía fingir que me alegraba, pero no deseaba desilusionar a Kyra, ella se esforzaba en todo momento por agradarme y por hacer amenos mis días, así que lo mínimo que podía hacer por ella era no causarle un disgusto mostrando mis verdaderos sentimientos. Mi contestación fue perfecta porque pronto mi duende comenzó a hablar sobre zapatos y listones que combinaran con uno de los vestidos hechos por Isidora. Mientras Kyra hablaba sin cesar, yo pensé en la cena, ¿cómo podría compartir la mesa con alguien cómo Esteldor? Él no solo tenía un alma perversa, sino que era apuesto hasta el punto de aturdir. Lo único bueno que pintaba para la cena era que si alguien podía explicar qué hacía un lobo rondando libremente por el castillo, sería el dueño de dicho castillo.

Mientras me preparaba, Kyra repasó conmigo los detalles sobre cómo debía actuar, sentarme, agarrar los cubiertos, etc. Todo debía salir perfecto pues esta era nuestra primera cena juntos y mi duende no dejó de recordármelo. Kyra hizo un gran trabajo con mi peinado y mi arreglo en general; el vestido azul cielo que traía era muy favorecedor, no era demasiado entallado y el escote estaba justo en la delgada línea entre el buen gusto y lo revelador.

En mi interior esperaba que alguien llegara a anunciarnos que había surgido un imprevisto de último momento y que Esteldor no podría presentarse para la cena, pero nadie llegó. Para horror mío, el sol se puso más a prisa que de costumbre, o al menos así me pareció. Un duende tocó a mi puerta anunciando que era hora de bajar al Comedor de los Monarcas. Seguí al duende por unas escaleras que no había visto en mi excursión horas antes y descubrí con desagrado al rey esperándome al final de éstas. Estaba recargado sobre el barandal en una actitud insolente. El apuesto rey vestía una camisa blanca holgada, mallas cafés y una capa azul. Sin embargo, su ropa era insignificante, Esteldor podría vestir harapos y aún así verse atractivo.

—Te ves hermosa, sabía que debajo de esa muchacha sucia y despeinada de hace unos días se escondía una verdadera belleza —me dijo con una sonrisa de complacencia y besó el dorso de mi mano.

—Gracias —contesté secamente.

—Yo tampoco me veo mal. Gracias por notarlo —expresó con aire presumido.

Me encogí de hombros, no le iba a confirmar que se veía bien, ya lo había dicho él mismo y no tenía humor para elogiarlo por ser el hombre más guapo que había visto en mi vida. ¿Cómo podía ser real alguien así? Su existencia era una bofetada para el resto de la humanidad, una agridulce bofetada cargada de encanto y exceso de confianza.

Esteldor me hizo un ademán para que lo siguiera y me condujo hasta el Comedor de los Monarcas, una habitación pequeña, si se comparaba con las habitaciones y salones que había visto ese día en el castillo. Este comedor estaba reservado para el uso exclusivo de los reyes y ocasionalmente algún afortunado invitado. Al centro había una mesa de mármol para ocho comensales iluminada por un candelabro de cristal que pendía del techo. Los cuadros, para mi sorpresa, eran todos de seres humanos, reconocí en uno a mi futuro esposo de niño, esa mirada feroz y cabello rubio rebelde eran inconfundibles.

En la habitación habían, dispuestos para nuestro servicio, tres duendes vestidos con pulcritud. El rey tomó asiento y yo lo imité en la silla que uno de los duendes abrió para mí.

El rey recargó su barbilla sobre la palma de su mano como si estuviera aburrido, no apartaba la vista de mí ni un momento y eso no hizo sino acrecentar mi ansiedad. Desvié mi atención hacia el servicio delante de mí y, al querer recordar las lecciones de Kyra, noté que mi mente estaba en blanco.

—¿Estás cómoda en la habitación que dispuse para ti? —preguntó mientras nos servían vino.

—Sí —contesté, antes tomar mi copa.

Normalmente no me agradaba el sabor del vino, pero estaba nerviosa y tal vez un poco de alcohol me ayudara a mitigar los nervios.

—¿Es de tu gusto la sirvienta que te asigné?

—Sí.

Tomé otro sorbo, esta vez tan grande que me terminé la copa y un duende la rellenó a toda velocidad.

—¿Te agradan los vestidos que la costurera hace para ti?

—Sí.

Evitaba su mirada todo lo que podía, volteaba a ver los cuadros, los muebles e incluso a los duendes, todo menos al rey.

—Es difícil mantener una conversación solo, puedes decir algo más que “sí”, si deseas.

Esteldor me sonrió de manera socarrona y yo sentí cómo se sonrojaban mis mejillas.

—Lo siento —deseé que él no pudiera notar lo incomoda que me sentía, pero seguro era mucho pedir—, yo no soy muy parlanchina —y menos con gente que me había hecho daño.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.