Una esposa para el rey

Capítulo 8: Un gesto inesperado

Una vez fuera del salón, Esteldor me guió hacia las escaleras al norte del castillo, las cuales llevaban a los aposentos reales. Mi corazón latía a toda prisa. Al final de las escaleras comenzaba un corredor de piedra de sencilla decoración. Nos detuvimos ante una gran puerta de madera grabada con el escudo de Encenard: dos espadas cruzadas sobre uno de los extraños árboles del bosque. A cada lado de la puerta había un duende en posición de firmes, volteé hacia los lados, no habían más habitaciones en todo el piso. Uno de los duendes abrió la puerta y entramos a un amplio salón, las paredes estaban tapizadas de azul con discretos detalles en color dorado, había una gran chimenea de piedra, una sala de sillones color olivo que parecían cómodos, también había un librero junto a la sala y una pequeña mesa para dos personas; la estancia no tenía ventanas, pero había dos grandes cortinas en paralelo a cada lado del salón.

Esperaba encontrar al lobo gris por pertenecer a Esteldor, pero, para mi alivio, no estaba aquí.

Los duendes en la puerta de acceso entraron tras nosotros.

—Kyra se ha encargado de acomodar todos los obsequios en la habitación de su esposa, Majestad —informó uno de los duendes.

—Gracias, Vynz. Annabelle, ellos son Vynz y Zayn. Están siempre aquí por si se te ofrece cualquier cosa, y claro, Kyra también seguirá sirviéndote —explicó Esteldor.

Asentí con indiferencia, estaba tan nerviosa que me importaba un bledo quién me fuera a atender.

Vynz salió y regresó al poco tiempo con dos copas y una jarra de vino que colocó sobre la mesa. Esteldor me ofreció una de las copas. Me bebí todo de un trago y los duendes me observaron con sorpresa. Zayn se acercó y me sirvió otra copa, esta vez intenté beber despacio.

—Gracias, Zayn. A mi esposa no le gusta hablar, pero le encanta el vino —bromeó Esteldor.

—No realmente —murmuré avergonzada.

No tenía la costumbre de beber, pero tampoco tenía la costumbre de casarme con asesinos perversos. Muchas cosas de mi vida estaban cambiando.

—Ahora salgan y no molesten —les ordenó el rey.

—Sí, Majestad —dijeron los duendes al unísono y salieron prácticamente corriendo. Debían tenerle mucho miedo, seguramente Esteldor mataba a sus súbditos duendes seguido.

Una vez solos, Esteldor se acercó a mí, dejó su copa sobre la mesa y me envolvió en sus brazos. La tela de su camisa era suave, además de sus brazos también me envolvió su aroma, tan fresco y masculino. Contuve la respiración para que no se me nublara el juicio.

—De ese lado está tu dormitorio —dijo apuntando hacia la cortina de la izquierda.

—¿Mi dormitorio? ¿Quieres decir que no compartiremos habitación? —pregunté aliviada.

—Pues no, pero compartiremos la estancia en común y eres bienvenida a visitarme en mi habitación cuando gustes —dijo con la voz cargada de sensualidad.

Su comentario provocó que me sonrojara de pies a cabeza. Esteldor sonrió engreído y puso su mano en mi espalda.

—Ven, te mostraré.

Tomó mi mano y me llevó hacia allá.

Mi nueva habitación era más grande que la anterior, tenía un balcón y una chimenea. El tapiz era color crema y el edredón de la cama estaba bordado de flores. Encontré mis regalos ya acomodados entre los muebles color hueso. Lo que no encontré fue otra puerta, la única salida era al salón que conectaba al dormitorio de Esteldor, cada vez que quisiera salir sería necesario pasar frente a él. Nunca iba a tener privacidad ni espacio lejos de mi esposo.

Esteldor cerró las cortinas del balcón y caminó hacia mí, yo permanecí junto a la puerta como animalito acorralado y en cuanto lo sentí acercarse bajé la mirada al suelo. Jamás le había tenido tanto miedo a alguien. Estaba sola y atrapada. Él tomó mis manos entre las suyas y las besó, después besó mi cuello lentamente, un escalofrío me recorrió la espalda al sentir sus labios sobre mi piel. Noté como desataba los listones de mi corsé y quise morir. En cuanto terminó, mi falda cayó al suelo y me quedé en el ligero camisón que traía bajo el vestido. Esteldor hizo una seña para que me sentara en la cama, sentí la urgencia de huir, pero estaba condenada, no me quedaba más opción que hacer lo que él me decía. Mi esposo se hincó frente a mí y me quitó los zapatos y las medias con movimientos delicados. Después se puso de pie y se desnudó, era de esperarse que siendo tan perfecto lo fuera aún más sin ropa y así era. Debía hacer ejercicio con frecuencia pues todos los músculos de su cuerpo estaban bien definidos. Jamás había visto a un hombre desnudo y a pesar de tener la intención de voltear la mirada hacia otro lado, no pude. Esteldor se subió a la cama y me despojó del resto de la ropa. Comenzó a besar mi barbilla y bajó lentamente hacia mi cuello. Contuve el aliento esperando lo inevitable. Para mi alivio, Esteldor se detuvo.

—¿Te estoy haciendo daño? —preguntó en un tono dulce, impropio en él.

Clavé mi mirada en la suya.

—No —contesté con un chillido.

—Por tu cara pareciera que sí.

—Estoy nerviosa —expliqué con la voz entrecortada.

El rostro de Esteldor no se inmutó ante mis palabras, parecía no haberme escuchado. Segundos después, tomó una sabana y me cubrió con ella.




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