Una esposa para el rey

Capítulo 9: Un collar

A la mañana siguiente al despertar, había una rosa roja para mí en el lugar de Esteldor. Kyra me informó que el rey había salido a atender varios asuntos muy temprano. Me sentí feliz de no tener que pasar otro día completo a su lado. Tomé un baño y después Kyra me ayudó a vestirme, gracias a los regalos de boda ahora tenía una variedad de vestidos tan vasta que me tomaría varios meses usarlos todos. Elegí un vestido rojo de cadera amplia, el tono era igual al de la rosa que Esteldor había dejado para mí en la mañana. Me miré al espejo y me sorprendió mi aspecto físico, en verdad parecía de la realeza.

Por fin habían concluido las lecciones de modales y protocolo, y ahora necesitaba prepararme para la ceremonia de coronación, la cual tomaría lugar dentro de unos días. Kyra me mostró dónde y cómo iba a ser la ceremonia, repasamos el itinerario y la lista de invitados. Al caminar por el castillo me sorprendió que el lugar estuviera tan lleno de vida. Habían humanos y duendes, todos de arriba abajo. Kyra me explicó que era día de audiencias y, por eso, súbditos de todos los rincones del reino venían a ver a Esteldor para pedirle ayuda. Pensar en Esteldor rodeado de gente suplicante, como tanto odiaba, me hizo sonreír.

A mi paso nadie perdía la oportunidad de saludarme, algunos duendes se acercaron con obsequios, a pesar de no haber sido invitados a la boda, querían darle una muestra de afecto a su futura reina. Sus obsequios eran objetos sencillos, como joyeros de madera y dibujos; les agradecí con sinceridad la molestia. Me provocaba una sensación extraña que completos desconocidos se tomaran el tiempo de hacerme obsequios, toda esta experiencia era muy nueva para mí y mitigaba un poco de la tristeza que llevaba en mi interior.

Al dar vuelta por uno de los pasillos escuché una voz familiar saliendo de una puerta entreabierta a unos pocos metros: Dafne. Sin pensármelo caminé hacia ahí. Había esperado encontrármela en la boda, pero ella no había asistido y quería preguntarle qué había pasado. Suavemente empujé la puerta de su habitación para asomarme al interior. Contuve la respiración asombrada de lo que mis ojos veían. La cama color rosa pastel tenía una cabecera en forma de castillo, de los postes de la cama colgaban hermosos listones de colores, habían tantas muñecas por todas partes que contarlas habría sido una tarea de horas, todos los muebles eran a la exacta medida de una niña de siete años y en todos había una hermosa D grabada de forma visible en color dorado. En cuanto vi lo espléndido del lugar volví a convencerme de que Dafne era la hija ilegitima de Esteldor. Era la única explicación plausible para tanta opulencia en la recámara de una niña pequeña.

Dafne, quien jugaba con unas muñecas sentada sobre el suelo bajo la mirada de su duende, alzó la vista de golpe en cuanto notó que la puerta se había abierto y se puso de pie de un brinco.

—¡Señorita Bernard! Oh, qué alegría verla aquí —exclamó la niña, quien se apresuró a tomarme de la mano para jalarme al interior de la habitación.

—¿Cómo estás, Dafne? —le pregunté mientras admiraba el lugar, pensando que hubiera dado lo que fuera por tener esta recámara cuando era niña.

—Oh, señorita Bernard, se veía espléndida en la ceremonia, era usted la novia más bonita que jamás ha visto el reino —dijo la niña con ensoñación.

—Espera, Dafne, ¡eso quiere decir que sí estuviste en la boda! ¿Por qué no te vi? —pregunté tomando asiento en el suelo donde ella me indicaba.

—Oh, ¡claro que estuve! Vi el intercambio de votos y el beso…  ¡tan romántico todo! —respondió ella con un suspiro. La mención de mi primer beso con Esteldor me hizo sentir un escalofrío en la espalda—. Pero la señorita Morgana no me permitió ir a la fiesta, dijo que era inapropiado para una niña.

—Lo lamento, espero que puedas asistir a la coronación.

—Nada me gustaría más, señorita Bernard…

—¡De ninguna manera! —exclamó una voz desde la puerta. Las tres nos giramos para ver quién era, bajo el marco se encontraba Morgana, mirándonos con ojos como de pistola—. Y deja de llamarla señorita Bernard, ¿acaso eres tonta? ¡Estuviste en su boda! Sabes que ya no se llama así.

Dafne bajó la mirada, apesadumbrada por la reprimenda de Morgana.

—Lo siento… ¿cómo debo llamarla ahora? —preguntó la niña.

Me estiré para tomar su mano y apreté con cariño, ocultando lo mucho que me irritaba la forma en la que Morgana le estaba hablando. Era solo una niña, ¿por qué tenía que ser tan pesada?

—Puedes llamarme Annabelle —le dije con una cálida sonrisa.

—En unos días todos la llamaremos Su Majestad —indicó la duende con la mirada gacha, en una actitud sumisa que no tenía antes de la llegada de Morgana.

Morgana puso los ojos en blanco con el comentario, irritada de que alguien le recordara que yo pronto me coronarían como la reina de Encenard. Luego concentró su atención en mí.

—¿Puedes retirarte? No tienes nada que hacer aquí y solo alteras a la niña —me dijo de mal modo.

—Solo estaba pasando un rato con ella —me justifiqué con la frente arrugada.

—Si estás aburrida, lee un libro. Dafne es mi responsabilidad y no necesito tu intromisión —respondió Morgana señalando la salida.

Renuente, me puse de pie y caminé hacia la salida, no sin antes decirle adiós a Dafne agitando mi mano. La niña agitó la suya y me dedicó una sonrisa.




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