Abrí los ojos plenamente consciente de que este sería mi primer día como reina. No sabía qué esperar, me levanté temprano a pesar de haberme desvelado la noche anterior. Me sentía inquieta con una mezcla entre nervios y emoción. Kyra entró inmediatamente a la habitación con mi desayuno y me ayudó a vestirme. Decidí usar un vestido azul marino y el collar de perlas que Nicolás y Lea me obsequiaron en la boda.
Una vez lista, Kyra me condujo al Salón de la Reina. Según me había explicado Esteldor, ese salón era el lugar donde yo atendería mis asuntos. Muchas personas vendrían a visitarme y a pedir cosas de mí. Se intentarían ganar mi simpatía para que cuando el rey les negara algo yo los apoyara y lo convenciera para cambiar de opinión. Mis pobres súbditos no tenían idea de que era inútil intentarlo, yo no tenía influencia sobre mi esposo y jamás la tendría. Yo era una prisionera y no estaba en posición de ayudar a nadie, ni siquiera a mí misma.
Cuando entré al salón, ya había un gran número de personas y de duendes esperando ser atendidos. Casi todas eran mujeres, primero pasaron las humanas por ser la especie privilegiada del reino. Había imaginado que atender súbditos sería más agotador, pero por ser mi primer día la mayoría eran visitas de cortesía para darme la bienvenida al reino. Una vez terminado el turno de los humanos, pasaron los duendes. Las visitas eran exactamente iguales, de bienvenida y felicitación.
Mi corazón se detuvo un instante al ver una cara familiar: Freya estaba aquí. Sentí un nudo en la garganta, ¿cómo podría enfrentarla después de haberle quitado a su esposo? Freya se acercó al trono e hizo una reverencia como todos los demás, pero su mirada era acusadora y sus movimientos desdeñosos.
—Freya… —balbuceé atónita.
No sabía qué decir, se me hizo un nudo en la garganta. Guardé silencio segura de que si hablaba se me cortaría la voz.
—Su Majestad —saludó Freya en tono acusador—, ¡qué sorpresa enterarme que sería usted nuestra reina! La última vez que la vi usted no tenía mucho amor por esta tierra…
Los murmullos entre los presentes no se hicieron esperar, sentí ganas de huir y esconderme. Ella tenía todo el derecho a odiarme y no había forma de defenderme.
—… ¿Acaso ha cambiado su opinión sobre Encenard? Ustedes los humanos tienden a ser tan dobles caras, primero piden ayuda para algo y después hacen exactamente lo contrario. Ni siquiera sienten pena por los afectados. Debí saber que usted no era diferente al resto, incluso es peor si eso es posible. Usted y el rey son la pareja ideal: igual de perversos, ¿no es así? Maldigo el día en que mi esposo decidió ayudarla. Él la pensaba buena y merecedora de nuestra ayuda. ¡Cómo se equivocó!
La voz de Freya estaba llena de odio, el cual me tenía completamente merecido, la duende hablaba con la verdad.
Los guardias se acercaron a Freya, esperando una orden mía para sacarla. Yo no podía hacer eso, estaba helada. Freya se dio la media vuelta ante mi silencio y caminó triunfal hacia la salida. Todos los presentes estaban estupefactos, nadie podía creer el valor de la duende. Antes de salir, se detuvo un instante y me miró sobre su hombro:
—Le deseo un matrimonio feliz y que nunca aparten a su marido de su lado.
Me quedé temblando en mi asiento, las miradas pasaron de Freya a mí en automático. No tenía idea de cómo manejar la situación. Me puse de pie y caminé lentamente hacia la salida, los presentes prosiguieron murmurando cosas y sacando conclusiones de lo que habían visto. Una vez fuera del salón me eché a correr a mi habitación lo más rápido que pude. Las personas en los pasillos se apartaban en cuanto me veían y hacían comentarios a mi paso. Ignoré todas las voces y las miradas, me sentía culpable a morir. Antes de llegar a las escaleras que conducían a los aposentos reales unas manos me detuvieron, era Nicolás, quien sin decir una palabra me abrazó. Me solté a llorar en sus brazos mientras él acariciaba mi cabello.
—Su Majestad, las reinas no corren por los pasillos atropellando a sus súbditos. Tranquila. Todo está bien —dijo amablemente, intentando calmarme.
Yo no podía contestarle, me encontraba prácticamente privada por el llanto. Había destruido la vida de quienes me habían mostrado amabilidad y me ayudaron cuando más lo necesitaba. Jamás podría redimirme por la muerte de Hoyt.
Nicolás me ofreció un pañuelo.
—Tranquila, no llore. Apenas es su primer día, tendrá otros muchos peores.
No pude evitar sonreír. Aunque él lo había dicho bromeando, tenía razón. Este era solo el comienzo, me enfrentaría a muchas otras cosas durante mi reinado, así que respiré profundamente y dejé de llorar. Debía fortalecerme.
—Así está mejor. Suba a refrescarse y cuando baje sus problemas no parecerán ya tan terribles, se lo prometo.
Asentí más tranquila, aquel hombre era en verdad agradable.
Una vez en mi habitación me tumbé en la cama y pasé horas con la mirada perdida en el techo. Le pedí a Vynz no ser molestada y así fue hasta la llegada de Fiorella, quien venía como mi primer invitada. Por suerte, para esa hora yo ya me sentía reanimada.
La recibí en una pequeña estancia privada junto al Salón de la Reina. Era un lugar íntimo donde no podía ser molestada y solamente Kyra y mis invitados estaban autorizados a entrar.
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Editado: 01.08.2022