Una esposa para el rey

Capítulo 16: Mis nuevas amigas

Descubrí que las cinco esposas de los caballeros me habían seguido hasta los Aposentos de los Monarcas y sentí aún más alivio de no haberme soltado a lloriquear como una cobarde.

Por suerte, Esteldor no se encontraba en nuestras habitaciones, aún tenía tiempo antes de que se enterara de lo ocurrido. Lo último que quería en ese momento era recibir otro sermón del rey sobre infundir respeto.

—¿Cómo se atreve? Está vez sí que cruzó la línea —se quejó Ginebra indignada.

Me sorprendió el hecho de que no intentara disimular su aversión hacia la princesa, normalmente todos se hacían de la vista gorda cuando se trataba de la hermana pequeña de Esteldor.

—Jamás la había visto tan fuera de control… y eso ya es decir algo —habló Olimpia sin dar crédito a lo que había sucedido.

—Su Majestad, su piel está roja y ardiendo, iré a buscar algo frío para aliviarla —ofreció Lea.

Asentí mientras Violeta tomaba mi mano.

—No se preocupe, el ardor pasará pronto.

—La humillación no —respondí abatida.

Todas trataron de consolarme, darme palabras de apoyo, pero en mi interior sabía perfectamente que una vez más sería el blanco de todas las críticas del reino.

—Tranquila. Todo va a pasar. No le permita a su cuñada afectarla de este modo. En el fondo no es más que una jovencita celosa —me aconsejó Bianca.

—¿Celosa? ¿Por qué Morgana estaría celosa de mí? —pregunté confundida.

—No de usted directamente, sino del rey Esteldor, solo que usted es una extensión del rey y la percibe como un eslabón débil con el cual se puede desquitar —me explicó Violeta.

Entorné los ojos, lo que decían tenía total sentido y en parte también explicaba por qué Morgana trataba mal a Dafne. La niña también era una extensión del rey además de un eslabón débil.

—Si me pregunta, me parece bastante infantil odiar a tu hermano solo porque él nació primero. Eso es algo que nadie puede controlar —opinó Lea.

—Así que ella está celosa de que Esteldor es rey por ser el primogénito y ella no, ya veo —dije mientras meditaba en el asunto.

—En parte, aunque creo que lo que más le pesa es la pérdida de la sangre primera —intervino Violeta—. Ser la cabeza de Encenard conlleva muchas responsabilidades, pero la sangre primera parece ser solo una ventaja.

—¿La sangre primera? —pregunté arrugando la frente sin tener la menor idea de a qué se referían.

—El rasgo distintivo de los Autumnbow. Para este momento ya debe haber notado que el rey posee cierto… poder inusual —dijo Ginebra—. Ese poder es transmitido de padres a hijos por medio de la sangre, pero solo se transmite al primogénito, el resto de los hijos no heredan ningún poder. Esto es lo que se conoce como la sangre primera y es un motivo de inagotable amargura para Morgana.

—Por mi parte, me alegro de que así sea. ¿Imaginan a Morgana con poder? ¡Qué calamidad! Me siento mucho más tranquila sabiendo que el poder reside en un hombre tan prudente y compasivo como el rey Esteldor —opinó Olimpia y varias mujeres asintieron.

No puede evitar abrir mis ojos como platos al escucharla referirse a Esteldor como un hombre “prudente y compasivo”, ¿de quién estaba hablando? ¡Esteldor era un despiadado sin corazón!

A pesar de que de ninguna manera compartía la opinión de estas mujeres, no me atreví a contradecirlas, eso solo habría hecho incómodo el momento y no me sentía con ánimos de ello.

Me cambié de vestido por uno nuevo pues el anterior estaba empapado. No tenía deseos de volver a la fiesta y, por suerte, nadie lo sugirió. Las seis nos quedamos en la estancia común entre las habitaciones de Esteldor y las mías. Después del tema de Morgana, las mujeres despotricaron en contra de Celeste y su madre. Isidora no había mentido, realmente nadie deseaba tener a Celeste como futura reina y todas se habían sentido aliviadas de que no fuera así. Después de un par de horas de charla y risas, me sentía más en confianza con ellas. Un vínculo se había formado, ahora sinceramente era parte del grupo. Lea tomó valor y me pidió:

—Su Majestad, por favor, cuéntenos sobre su pelea con Morgana.

Al ver la mirada de todas me quedó clara su avidez por saber mi versión de lo ocurrido. No tenía deseos de hablar sobre el tema, pero todas se habían portado gentiles conmigo y esa era una pequeña retribución que podía hacerles. Les conté cada detalle, incluyendo mi mordida final y la manera en que lucía ella al terminar la pelea. Todas rompieron a carcajadas en algún punto de mi anécdota. Mientras reíamos, Esteldor entró a la habitación y quedó desconcertado. No esperaba encontrar a seis mujeres en su habitación.

Todas se pusieron de pie al instante e hicieron una reverencia.

—Queridas damas… siempre es grato verlas… —Esteldor inclinó su cabeza, extrañado por la escena.

En ese momento, todas decidieron que era tiempo de partir. Se despidieron y salieron en menos de cinco minutos. Nos quedamos Esteldor y yo solos.

—¿Qué te ocurrió? —preguntó al notar mi pecho aún enrojecido por el contacto con el agua caliente.

—Me… quemé —respondí evasiva.




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