Una esposa para el rey

Capítulo 18: Un pueblo equivocado

Sin Morgana en el castillo, el ambiente se sintió diferente de inmediato. Dafne y yo podíamos salir a jugar con Miel sin miedo a topárnosla y pasar un mal trago. Me apenaba que el asunto hubiera llegado a tanto, pero en parte era un descanso no tenerla cerca.

Una tarde soleada, Dafne se encontraba haciendo una corona de flores mientras Miel correteaba mariposas a nuestro alrededor. Kyra había traído un mantel y unos emparedados para que disfrutáramos de la tarde en una especie de picnic improvisado. De pronto, vino a mi mente una idea que me hizo erguir la espalda, sentía como si hubiera descubierto un nuevo elemento.

— Dafne —la llamé con las cejas alzadas.

—¿Sí? — contestó la niña sin levantar la vista de su corona.

—¿Alguna vez has notado si puedes… mover cosas con tu mente? —pregunté acercándome un poco más a ella.

Dafne de inmediato bajó la corona de flores y me miró como si hubiera perdido la razón.

—Me temo que no estoy entendiendo, querida Annabelle —contestó con suspicacia—– ¿Se refiere del mismo modo que lo hace el rey?

—Sí, precisamente. El rey es capaz de abrir puertas sin tocarlas y puede… —asesinar a sangre fría se quedó en la punta de mi lengua—… hacer otras cosas. Me preguntaba si tú también eres capaz de ello.

Dafne soltó una sonora carcajada que se escuchó por todo el jardín.

—Por supuesto que no, querida Annabelle, ¿cómo podría yo hacer lo mismo que hace el rey? Eso es imposible, ni siquiera la señorita Morgana puede hacerlo. El rey es único, ¿por qué piensa que yo tendría el poder que tiene el rey? —replicó una vez que dejó de reír.

La respuesta era clara: la sangre primera. Si Dafne era la primogénita de Esteldor, tendría que poseer el mismo poder que su padre.

Busqué en mi mente la mejor manera de responder la pregunta de Dafne, pero en ese momento la voz de Esteldor sonó estridente detrás de nosotras.

—¿Puedes darnos un minuto a mí y a Annabelle, por favor, pastelito? —preguntó con amabilidad, pero la molestia en su voz era latente para quien pusiera atención.

Dafne se levantó de un brinco y se alejó de donde estábamos sin perder tiempo. Miel se percató de que la niña se alejaba y la siguió con entusiasmo.

Esteldor permaneció de pie a mi lado, con los brazos cruzados y la quijada tensa.

—Esto tiene que parar, Annabelle. No quiero que le metas ideas ridículas en la cabeza a Dafne que solo le causarán confusión —me dijo con severidad. Me puse de pie para contestarle, pero Esteldor continuó hablando sin esperar a que yo respondiera—. Ya te dije mil veces que Dafne no es mi hija. Deja el tema por la paz.

—Yo solo…

—Tú solo estabas indagando para confirmar tus absurdas sospechas en caso de que Dafne fuera portadora de la sangre primera. Ya veo que has estado preguntando por ahí…

Bajé la mirada, apenada por haber sido tan evidente en mis intenciones, pero al instante volví a alzar mi vista hacia él. No era yo quien estaba haciendo mal.

—También sé que tenías una relación con su madre —declaré mirando de reojo a Dafne a la distancia.

Esteldor resopló con hartazgo.

—Pffff pero eso no significa… ya veo que no vas a parar hasta llegar al fondo de esto —dijo poniendo los ojos en blanco—. Bien, si realmente es indispensable que sepas todo, te lo contaré yo: Sí, estuve involucrado con Dafne Moss, en eso tienes razón. Para mí era una relación puramente casual, pero ella se lo tomó demasiado enserio. Quería anular su matrimonio con el doctor Walter para que yo la hiciera mi esposa, cosa que por supuesto yo jamás iba a aceptar y se lo dejé bastante claro. La situación comenzó a complicarse así que puse fin a lo nuestro, pero Dafne no se daba por vencida, en un intento desesperado por llamar mi atención y despertar mis celos, buscó otro amante, pero ningún hombre del reino con dos gramos de sensatez se atrevía a involucrase con ella pues temían ganarse mi enemistad. Finalmente, encontró un pobre ingenuo que cayó bajo sus encantos: Alix Leroy. En ese entonces, Alix era tan solo un adolescente lleno de hormonas y con muy poco juicio, así que no fue difícil para Dafne hacerlo su presa. El amorío duró poco, en cuanto vio que su absurda farsa de romance con ese chico no despertaba el más mínimo interés en mí, desistió en sus intentos. Unos meses más tarde, Dafne se presentó en el castillo ya embarazada, diciendo que la criatura que esperaba era mía. Sabía que las posibilidades de que yo fuera el padre eran remotas, pero aún así preferí hacerme cargo de Dafne hasta que diera a luz, solo por si las dudas. Desgraciadamente, ella murió durante el parto. Rápidamente me di cuenta de que la pequeña no era mía, la falta de la sangre primera era más que evidente, pero sabía que la viuda de Leroy, la madre de Alix, haría todo a su alcance por deshacerse de la criatura por verla como una amenaza a su buen nombre. Así que preferí que la pequeña Dafne se quedara a vivir en el castillo conmigo, lejos de las garras de su abuela y la incompetencia de su joven padre.

No podía hacer otra cosa más que mirar a Esteldor con sorpresa, ¿cómo alguien tan cruel podía ser capaz de ser tan bueno? Dafne no era suya, Esteldor no tenía ninguna obligación con la niña, sin embargo, él se había asegurado de que nada en este mundo le faltara a la pequeña.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.