Tres semanas más tarde, había un libro sobre mi regazo, pero no podía leer, estaba absorta en mis pensamientos. En las últimas semanas, Esteldor había cambiado mucho. Antes intentaba pasar tiempo a mi lado y dormía en mi habitación casi todas las noches. Ahora casi no lo veía y cuando me lo topaba lo único que recibía era un frío saludo, ya no me preguntaba por mi día y apenas me miraba. Jamás se comportaba grosero, pero su actitud rallaba en la hostilidad. Aunque prefería estar sola a pasar tiempo a su lado, me intrigaba el por qué el rey había cambiado tan inesperadamente su actitud. En un principio pensé que se debía a las preguntas que me encontró haciéndole a Dafne, pero tanta frialdad me parecía exagerada para un incidente tan pequeño. Esteldor no era lo único que había cambiado, también llevaba varias semanas sin soñar con el búho blanco, desde la primera vez que vi a aquella criatura en el jardín de la meditación se había convertido en mi compañero de sueños y ahora me había abandonado. No tenía explicación para ninguno de los dos cambios.
Estaba formulando miles de teorías en mi cabeza sobre el comportamiento del rey cuando un olor inusual llamó mi atención. Olía como si alguien hubiera prendido una fogata cerca. Me levanté del banco en el jardín y entré al castillo, de inmediato noté que los duendes estaban preocupados, veía miedo en sus caras, caminaban nerviosamente moviendo sus pequeñas piernas más de lo común y chocaban constantemente entre ellos como si llevaran los ojos vendados. Curiosamente, no habían humanos en el castillo a pesar de ser día de audiencia con el rey. Me dirigí al Salón del Trono, pero se encontraba vacío. El olor no cesaba sino al contrario se acrecentaba aún en el interior. Intenté detener a algunos duendes para que me explicaran lo que sucedía, pero ninguno se supo dar a entender. Decidí asomarme por el balcón del sur donde se podía avistar la ciudad y el bosque. Al salir, escuché gritos y llanto provenientes de la ciudad. Encenard estaba en estado de histeria. Más allá del bosque, donde se perdía el horizonte, una enorme nube de humo lo invadía todo, el cielo estaba cubierto de negro. Parecía que a lo lejos se había hecho de noche y la oscuridad se acercaba a nosotros poco a poco. Sentí un agujero en el estomago. ¿Era un incendio? ¿Estábamos siendo atacados?
Una mano en mi hombro me sobresaltó. Era Esteldor que estaba detrás de mí.
—¿Qué es eso? —pregunté presa del miedo.
—Annabelle, ve adentro —ordenó con voz autoritaria.
—Pero…
—Obedece. Ve a tu habitación y espera ahí hasta que yo te diga.
Se veía tan determinado que no tuve valor de decir nada más y caminé aprisa a mi habitación.
Pasaron varias horas sin tener noticias de Esteldor, Vynz y Zayn no decían ni una palabra, pero era claro que también sentían mucho miedo. Yo paseaba de un lado al otro de la habitación como león enjaulado, iba a enloquecer de angustia. Si todos en Encenard, incluyendo a mi marido, estaban consternados significaba que aquello era grave. No había nada que pudiera distraerme, ni siquiera Miel. Escuché golpes en mi puerta y corrí a abrir creyendo que era Esteldor, pero era Kyra temblorosa con una bandeja de comida.
—Mi señora, le he traído algo de comer.
No sonreía ni me miraba a los ojos.
—Kyra, ¿qué está pasando?
—Lo desconozco, Su Majestad —contestó con la mirada aún clavada en el suelo.
—¡Deja de mentir! Dime lo que sepas. Es una orden.
Odiaba abusar de mi posición o hablarle de mal modo a Kyra, pero me sentía tan desesperada que no importaba, podría disculparme con ella una vez que todo hubiera terminado. Kyra volteó a verme con expresión de niña asustada. Entendí en ese momento que ella decía la verdad, se encontraba tan perdida como yo.
—No estoy segura de lo que sucede. Creo que hemos sido atacados. El rey y sus caballeros han ido al bosque a averiguar lo que sucede. No sabremos nada hasta su regreso, los peligros que enfrentan me son desconocidos, pero aquella nube negra no pude ser nada bueno para Encenard. Aquellos hombres tienen mucho valor al arriesgarse por todos nosotros, solo podemos esperar que regresen a salvo.
Kyra salió de la habitación tan aprisa como llegó.
Sentí como si me hubieran golpeado en la boca del estomago, ¿y si no volvían? Aquel peligro desconocido podía dejar a Encenard sin sus mejores hombres, y peor aún, sin rey. ¿Qué haría yo sin Esteldor? Aún cuando me costara admitirlo, lo necesitaba más que a nadie.
En el transcurso de las siguientes horas no dejé de pensar en Esteldor, me intentaba consolar recordando como Nicolás y Lucas habían alabado su talento como guerrero. Me repetí miles de veces que él regresaría sano y salvo. En mi cabeza repasaba situaciones hipotéticas de lo que podría suceder, pero ninguna en la que Esteldor no estuviera me hacía sentir bien. Sin él yo estaba indefensa. No podría gobernar sola y tampoco podría volver a mi hogar, permanecería aquí hasta hundir al reino con mi incompetencia.
Me costaba trabajo respirar. No deseaba ser una reina sin rey. A pesar de que fuera un rey malvado y cruel, Encenard y yo lo necesitábamos.
Casi a la madrugada escuché la puerta de la estancia común abrirse y salí a toda prisa. Esteldor había regresado a salvo. Sin pensarlo me aventé a sus brazos como si fuera cualquier esposa feliz de tener a su marido de vuelta. No dije ni una palabra. Él también me envolvió en sus brazos y permanecimos así varios minutos. Ni una sola vez en los meses que llevábamos de matrimonio me había sentido feliz de verlo y ahora no cabía de la alegría de tenerlo a mi lado.
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Editado: 01.08.2022