Una esposa para el rey

Capítulo 20: Mi autoridad

Al día siguiente del incendio, el castillo estaba tan abarrotado que parecía la calle principal de Encenard, habían personas y duendes por doquier. Todos estaban temerosos por el incendio del día anterior y venían a buscar palabras de aliento de su rey. Ya que el Salón del Trono estaba saturado, muchos venían a verme como segunda opción, jamás había tenido tantas solicitudes de audiencia. Hice mi mejor esfuerzo por parecer tranquila con la situación, consciente de que si algún día yo debiera estar sola al frente del reino, debía estar a la altura de la tarea, era mi deber mostrar cierta normalidad para dar a los habitantes un sentido de seguridad. Como todos buscaban escucharme decir “todo está bajo control, no hay de qué preocuparse, no corremos peligro”, decidí hacerlos pasar en grupos grandes. Tanto repetir las mismas palabras me hizo creerlas, después de varias horas estaba totalmente convencida de que estábamos a salvo y que la única protección que necesitábamos era la de mi esposo. Las tareas se extendieron mucho más de lo habitual, estaba cansada, pero no deseaba dejar a nadie fuera. Cuando por fin concluí las audiencias me puse de pie inmediatamente, tenía las piernas entumidas por las largas horas sentada y necesitaba con urgencia moverme. A punto de salir, Ary, el duende que cuidaba la puerta del salón de la reina, entró con expresión apenada.

—Su Majestad, hay dos damas que desean hablar con usted.

Estaba harta, pero la situación era extraordinaria y la gente me necesitaba. Le hice un ademán para que las dejara entrar y de nuevo tomé mi lugar.

Las damas eran Bianca y Violeta, no imaginaba qué podían querer, seguro sus esposos podían darles palabras de aliento mejor que yo, ellos eran guerreros y conocían lo sucedido. Ninguna de las dos se veía asustada, ambas portaban vestidos exquisitos en tonos llamativos y su expresión era la de siempre.

—Su Majestad, debe estar cansada de recibir a tantos niños llorosos y cobardes —dijo Bianca, simulando hastío en la voz.

Llevaba su largo cabello castaño obscuro suelto, el cual le enmarcaba la cara de una manera que la hacía ver aún más fría, pero infinitamente hermosa.

—Ha sido cansado, no lo negaré. Ustedes no son ni llorosas ni cobardes, ¿qué las ha traído aquí?

—Hace tanto que no se deja ver, deseábamos pasar un momento a su lado y hablar de ciertos… asuntos —contestó Violeta con duda en la voz.

—Bien, hablen de los asuntos que gusten —dije con fingida cordialidad.

Las invité a tomar asiento en las cómodas poltronas dispuestas para las visitas especiales. Una vez instaladas y en soledad, me contaron que la hija de Fiorella estaba fuera de peligro, pero que jamás recuperaría del todo las fuerzas. Me entristecí cuando escuché la noticia y me sentí culpable por no haberle escrito a Fiorella. Estaba tan absorta en mi propia vida que no pensaba mucho en los demás.

—Confió en que sus esposos estén bien —dije, prometiéndome a mí misma interesarme más por las personas a mi alrededor.

—Heridas sin importancia, son hombres fuertes, pueden aguantar mucho más — respondió Violeta.

—Me alegra escuchar eso. ¿Qué asuntos querían tratar conmigo? No creo que solo vinieran a actualizarme de los últimos chismorreos que circulan por el reino.

—No del todo —contestó Bianca.

—Majestad, han pasado varias semanas desde la última fiesta de té. Como sabe, nosotras acostumbrábamos a celebrarla cada mes, pero dado el…

Bianca y Violeta se voltearon a ver buscando la mejor forma de hablar de aquel día.

—¿Mi humillación pública?

Esbocé una sonrisa para mostrarles que ya no me importaba.

—El incidente… —corrigió Violeta con delicadeza.

—Fue una lástima, sin duda. Pero ese era un evento que disfrutábamos grandemente y nos gustaría pedir su permiso para… reanudar la tradición.

Bianca parecía estar convencida de que yo me negaría. En parte estaban en lo cierto, en mi interior lo que deseaba era borrar ese evento de la faz de la tierra, pero ellas habían sido muy amables aquel día y sabía que la fiesta de té era importante para ellas.

—Por supuesto. No debería acabarse solo por mí. Pueden organizarla si gustan, no tengo ninguna objeción.

Ambas mujeres se iluminaron al escuchar mis palabras, amaban las reuniones y el cotilleo.

—Muchas gracias, Majestad. No se preocupe, la presencia de Ágata y su horrible hija no será requerida.

—Invítenlas, por favor —dije abruptamente.

No estaba segura de por qué había dicho eso, las palabras se escaparon de mis labios antes de meditarlo bien. Simplemente no deseaba quedar como una cobarde, esta era una nueva oportunidad para afrontar a mis enemistades y salir airosa. Además, su principal instigadora, Morgana, se encontraba exiliada en el campo, el peligro que Ágata y su hija representaban para mí ya no me parecía significativo. Ambas mujeres me miraron atónitas. No esperaban escucharme decir eso y les tomó unos minutos poder articular palabra.

—Claro… sí… como usted desee, Majestad —balbuceó Bianca finalmente—. Se realizará la próxima semana en mi hogar. Será bueno para que nos distraigamos de todo este asunto del ataque.




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