Un par de días más tarde, tomó lugar el encuentro en casa de Violeta. Ahí me esperaban las esposas de los caballeros; ninguna parecía tener idea del motivo de la reunión y guardaron silencio hasta que Violeta habló:
—Sé que todas sienten curiosidad por la invitación que les hice y es hora de revelarles el motivo: La razón por la que están aquí es nuestra reina.
Todas intercambiaron miradas confundidas, pero el silencio continuó.
—Ella ha vivido entre nosotros sin conocer el origen de la tierra que gobierna. Esta situación es injusta y debemos confesarle la verdad. Yo sé que es doloroso hablar de nuestro pasado, pero Annabelle está dedicando su vida a nosotros y lo mínimo que podemos hacer es referirle la historia de este pueblo.
Las mujeres se sobresaltaron, una a una bajaron la mirada como si guardaran un secreto que no quisieran revelar.
—Está bien, empezaré yo —dijo Violeta al ver la falta de apoyo de sus compañeras—. Majestad, la historia que le conté no está terminada. Hay algo que no especifiqué sobre el tiempo del rey Sandor: Cuando él estableció el reino de Encenard, los únicos habitantes humanos eran él, su esposa y sus hijos, todos los demás eran duendes. Aquí no residían humanos y si recuerda lo que le conté sobre los intentos de asesinar al antiguo rey, entenderá por qué él no quiso recibir aquí otras personas que pusieran en riesgo su vida y la de sus descendientes.
Asentí impaciente esperando que continuara.
—Nosotros llegamos aquí muchos años después de la muerte del antiguo rey.
—¿De dónde llegaron? —pregunté a todas las presentes, quienes seguían esquivando mi mirada y cada vez parecían más incomodas.
—De diferentes lugares. Tal vez sepa que los Pors destruyeron todos los reinos vecinos a excepción de Encenard y Dranberg.
—Sí, Esteldor me lo contó hace tiempo.
—Nosotras pertenecemos a los reinos derrotados —intervino Olimpia con dolor—. Los humanos de Encenard somos los remanentes de tres reinos.
—En diferentes tiempos, nuestras tierras fueron devastadas por esos monstruos hasta no ser más que cenizas. Los pocos sobrevivientes de los ataques iniciales fuimos perseguidos y cazados por los Pors durante mucho tiempo hasta que solo quedamos los que aquí vivimos —explicó Lea con una expresión de solemnidad que jamás le había visto.
—Perdimos nuestro hogar, a nuestras familias y amigos. Fuimos testigos de cómo ejecutaban o quemaban vivos a nuestros compatriotas. No puede imaginar el sufrimiento por el que hemos pasado —masculló Ginebra mientras la voz se le quebraba.
—Era nuestro fin. Algunos intentaron buscar refugio en Dranberg, pero murieron en el camino, para llegar allá hay que atravesar montañas desafiantes cubiertas de hielo, trampas y fieras salvajes. Su difícil acceso es la razón por la que los Pors no han podido destruirlos como a los otros —explicó Bianca.
—Si buscar refugio en Dranberg era arriesgado, entrar al bosque de Encenard era un suicidio. Todos sabíamos del odio del Rey de los Duendes hacia los humanos y conocíamos las historias sobre esos árboles bañados de magia que asesinaban a cualquier intruso. Fue por eso que nadie consideró acudir a Encenard por ayuda, los hermanos Autumnbow no eran personas de las que esperáramos compasión —dijo Ginebra intentado serenarse.
—Los únicos dos reinos que seguían en pie nos habían dado la espalda y los Pors nos tenían acorralados; perdimos hijos y hermanos en esa cacería. No teníamos esperanza, los pocos sobrevivientes de los tres reinos decidimos unirnos y apoyarnos, pero era inútil, todos sabíamos que tarde o temprano moriríamos a manos de esos monstruos negros. A muchos los desquició vivir bajo la amenaza constante de la muerte y tomaron sus propias vidas. Era un panorama desmoralizador. Vivimos meses huyendo en el Valle, escondidos de los Pors, con hambre, miedo y desesperanza —continuó Olimpia.
Pensé en cada una de las personas que había conocido en Encenard, cada rostro ocultaba una historia llena de sufrimiento.
—La esperanza llegó a nosotros una noche en la forma de un búho —dijo Fiorella sonriendo, era la única que sonreía—. Yo lo vi volar sobre nosotros justo cuando creí que la muerte de mi primera hija iba a terminar con mi cordura. Revoloteó unos minutos sobre nosotros y luego dejo caer un pequeño pergamino. Era la oportunidad de vivir.
El ánimo de la reunión mejoró con las palabras de Fiorella.
—Era un salvoconducto del rey Esteldor. Se había compadeció de nosotros —intervino Lea.
—Puso a un lado su desprecio hacia los humanos y nos dio un voto de confianza. Arriesgó su vida al abandonar Encenard, cosa que jamás había hecho, para hacernos saber que nos daría refugio —dijo Violeta mirándome fijamente para estar segura de que estaba entendiendo lo que escuchaba.
—Esteldor salvó nuestras vidas, nos dio un hogar, nos permitió formar una nueva vida aquí. Gracias a él pudimos seguir adelante, todos en Encenard estamos vivos gracias a su bondad — relató Olimpia, quien ahora también sonreía.
—Fue difícil para el rey poder confiar en nosotros y dejarnos entrar a su reino. Pero si no lo hubiera hecho, ni mis hijos, ni los de nadie aquí, hubieran nacido, y ahora tienen una vida digna y tranquila. Le debemos todo a Esteldor, no hay alguien aquí que no daría su vida por él —declaró Ginebra, con el rostro iluminado de alegría.
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Editado: 01.08.2022