Una esposa para el rey

Capítulo 23: En mis cinco sentidos

Pasé los siguientes días inmersa en infructuosas cavilaciones, mi cabeza no dejaba de atormentarme con toda clase de pensamientos contradictorios que no llevaban a ninguna parte. En cierto modo seguía recelosa de Esteldor, era difícil borrar de la noche a la mañana la maldad que le había atribuido durante meses. Sin embargo, ahora conocía su pasado y odiarlo me era imposible. Mi curiosidad por saber de Esteldor y su vida antes de la llegada de los humanos a Encenard se acrecentaba cada día, pero mi esposo seguía evitándome y no daba señales de cambio. En varias ocasiones quise tomar la iniciativa e iniciar la conversación, pero jamás reuní el suficiente valor para hacerlo.

Una tarde, al acabar mis audiencias, me encaminé a paso lento e inseguro hacia el Salón del Trono. No tenía un motivo concreto para buscar a Esteldor, simplemente había llegado a la conclusión de que era absurdo gastar tanto tiempo al día pensando en una persona a la que solo le dedicabas un par de palabras a la semana. Ir ahí era más un acto simbólico que una acción coherente.

La puerta del salón se encontraba entreabierta, un duende aletargado cuidaba la entrada para que nadie molestara al rey. Al verme, el duende quiso dar aviso de mi presencia a Esteldor, pero le hice una seña con la mano para que guardase silencio y se retirara, el duende dudó unos segundos, no estaba seguro de dejar su puesto, pero finalmente se retiró pues era una orden de su reina. Me aproximé sigilosa a la puerta y me asomé por la estrecha abertura, dentro se hallaba mi esposo sentado en una silla con los pies sobre su escritorio ojeando un libro. Aun estando solo y sin nadie observándolo, Esteldor mantenía un aire arrogante. Leía con cara de aburrimiento y movía el pie izquierdo ansiosamente. Me quedé maravillada contemplando a mi esposo, eran muy escasas las ocasiones en las que podía admirar su belleza sin temor a ser descubierta. Recorrí su cuerpo con la mirada, su sedoso y alborotado cabello, sus fieros ojos azules, su simétrica nariz y los labios perfectamente definidos, bajé por su cuello hasta los hombros y continué por sus brazos, me detuve a analizar sus manos que eran realmente bellas. Aún a la distancia podía percibir su respiración lenta y constante, y sin tener la intención, comencé a respirar al mismo ritmo que él. Me invadió una sensación de tranquilidad, me sentí segura como hacía mucho tiempo no me sentía. Esteldor no tenía idea de que yo estaba ahí, sin embargo, a mí me parecía uno de los momentos más íntimos de nuestro tiempo juntos. Recargué la cabeza en el marco de la puerta y continué observándolo. Mi brazo izquierdo rozó la puerta de forma accidental y eso fue suficiente para que ésta se deslizara ligeramente. Al instante, Esteldor alzó la mirada hacia la puerta perdiendo la concentración. Yo perdí toda la calma, me erguí y me mantuve tiesa en el marco de la puerta, no supe qué decir o qué hacer.

—Annabelle —Esteldor se puso de pie velozmente—, pasa, por favor.

Noté la incomodidad en mi esposo por tenerme ahí, recorrió el salón con la mirada como si quisiera verificar que todo estuviera en su lugar. Entré con timidez hasta quedar justo al centro del salón. El rey abrió de más los ojos, gesto que hacía cuando esperaba una explicación. Apreté los labios con fuerza pues en mi mente no había una explicación para dar y no quería que algo estúpido saliera de mi boca. Me daba vergüenza confesarle que me encontraba ahí admirando su insufrible perfección.

—¿Está todo bien? —preguntó ante mi silencio.

—Sí —contesté con voz chillona.

—¿Necesitas algo?

—No, nada.

Esteldor cruzó los brazos sobre su pecho, como si dos preguntas hubieran agotado el tema de conversación entre nosotros. Si quería una explicación para mi presencia, no la iba a obtener.

—Hace mucho frío, ¿no?

Deseé atrapar las palabras en el aire para no dejarlas llegar a sus oídos, ¿el clima? ¡De entre todo lo que pude haber dicho hablé del clima! Esteldor entrecerró los ojos ante mi insulsa observación.

—Sí, supongo, en invierno normalmente hace frio —contestó con apatía.

Volvimos a caer al incómodo silencio.

—Estaba pensando… tal vez… si puedes… ¿quizá podríamos cenar juntos esta noche? —pregunté intentando sonar lo más casual que mi nerviosismo me permitía.

Pudiera ser que teniéndolo frente a frente en la cena consiguiera reunir el valor para confesarle lo que ahora sabía. Esteldor me miró sorprendido.

—Sí, claro. Será un placer —respondió sin convicción.

—Bien.

Mi voz sonaba como la de una niña pequeña. Esteldor inclinó la cabeza y yo hice una leve reverencia antes de salir huyendo. Una vez de vuelta en el pasillo di unos cuantos traspiés antes de desplomarme contra el suelo, respiré profundo intentando que el ritmo de mi corazón volviera a la normalidad y mi cabeza parara de girar.

En cuanto me recuperé, subí a mi alcoba a prepararme para la cena, cepillé mi cabello, pinté mis labios y me puse el collar que Esteldor me había obsequiado el día de mi coronación. Una vez lista, me observé al espejo detenidamente, ¿por qué me esmeraba en mi aspecto? Ésta era una cena común, había cenado en varias ocasiones con Esteldor en el pasado y esta noche no tenía nada de especial. Me sentí una tonta por dejarme entusiasmar por algo tan simple, tomé un pañuelo y despinte mis labios, también me quite el collar y lo regresé al cajón donde lo guardaba. Mi mente me jugaba trucos y mis emociones estaban fuera de control. Me repetí varias veces que debía mantener la mente fría, pero entre más se acercaba la hora de cenar mi ansiedad aumentaba y cuando Vynz tocó a mi puerta para avisarme que era hora de bajar al comedor mi estomago dio un vuelco.




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