Al finalizar mis deberes, salí del Salón de la Reina y me dirigí a mi jardín, el frío no me molestó, permanecí de pie varios minutos observando la belleza invernal. De pronto me eché a correr, quería sentir el viento helado en mi cara, Miel me siguió entusiasmado y dimos vueltas entre los árboles y arbustos. Corrí a toda velocidad hasta llegar al final del jardín donde se imponía el muro que rodeaba al castillo. Me tiré al suelo sobre la nieve y cerré los ojos intentando recuperar el aliento. Cuando los volví a abrir el cielo estaba obscuro y lleno de estrellas, intenté contarlas, pero fue imposible. Mi vestido estaba empapado a causa de la nieve, me puse de pie y volví al interior. Cuando llegué a mi habitación, Esteldor se encontraba en la estancia común sentado junto a la chimenea.
—¿Qué te ha pasado? ¿Te caíste? —se levantó y me envolvió con su capa—. Debes estar helándote.
—Estoy bien. Solo salí a jugar en la nieve —contesté, pero el frío ya había comenzado a incomodarme.
—¿Quién te entiende? Primero titiritas de frío por los rincones y ahora sales tan campante a jugar en la nieve. Ve a quitarte esa ropa antes de que enfermes —expresó con fingido enojo, aunque fue fácil saber que bromeaba.
Asentí. Antes de entrar a mi habitación me di la vuelta y emití un sonido extraño, como si fuera a hablar, pero no dije nada. Esteldor sonrió y dijo:
—Aquí seguiré cuando salgas.
Me mordí el labio y entré a cambiarme. Cuando salí, Esteldor me esperaba con una copa de vino.
—Toma, te ayudará a entrar en calor.
Tomé la copa y luego ambos nos sentamos en el suelo junto a la chimenea.
—Me alegra verte disfrutar las últimas nevadas.
—Creí que te había enojado verme así —dije, aunque sabía que él había bromeado.
—No, he perdido la capacidad para enojarme contigo —replicó en tono pensativo.
Lo miré sin saber si eso había sido un cumplido o una declaración de abierta indiferencia.
—Son muy ineptos, sobre todo Paolo, creo que no debí haberlo elegido —dijo Esteldor en tono exasperado, refiriéndose a los entrenamientos.
Asentí riendo pues recordaba bien a Paolo quejándose de haberse lastimado la muñeca y haber tirado la espada en repetidas ocasiones.
—Ya mejorará —dije con optimismo.
Esteldor comenzó a relatarme lo que había sucedido en el primer día de entrenamiento, las caídas, accidentes y golpes, con sumo detalle. Yo reía pues Esteldor no tenía idea de que yo también lo había presenciado todo. Platicamos y bebimos vino durante un par de horas. Mi risa se hacía más sonora con cada copa. El vino estaba surtiendo efecto en mí, no solo mi risa, sino también mi tono de voz y mis movimientos se volvieron desmesurados a cada trago.
—Me parece que esta noche no has cenado, ¿cierto? —observó Esteldor, sonriente—. Creo que no fue buena idea darte de beber. Otra vez se te va a nublar el juicio.
Gentilmente me quitó la copa para luego intentar ponerse de pie.
—¡No, espera!
Lo atraje de nuevo al suelo y el desequilibrio provocó que se tirara la copa encima. Ambos permanecimos en silencio unos segundos y luego me solté a carcajadas.
—Vaya que sí fue mala idea darte vino. Yo quería que entraras en calor no en ebriedad, creo que no aprendo contigo —expresó Esteldor, pero no parecía molesto, incluso se veía divertido.
Se recostó en el suelo a mi lado y yo hice lo mismo. Permanecimos así hasta que me quedé dormida.
Desperté en mi habitación con un terrible dolor de cabeza. No sabía cómo había llegado a mi cama; me levanté y busqué a Kyra en el pasillo.
—¡Mi señora! El rey me ordenó que la dejara dormir, ¿se encuentra usted enferma? —dijo en cuanto salí de mi habitación.
—No te preocupes, Kyra. ¿Dónde está el rey ahora? —pregunté con los ojos entrecerrados a causa de la luz.
—En el entrenamiento. Salió muy temprano esta mañana.
—Oh… ¿Sabes si él durmió…?
—Señora, yo no tengo manera de saber si el rey durmió o se quedó despierto toda la noche.
Puse los ojos en blanco ante la pronta contestación de mi duende.
—Quiero decir, si viste de dónde salió el rey esta mañana: ¿De mi habitación o de la suya?
—El rey durmió en su propia habitación, Majestad —contestó Kyra.
Asentí desanimada y luego recordé que afuera estaban entrenando.
—Gracias, Kyra, eso es todo. Puedes retirarte —ordené aprisa.
Kyra salió inmediatamente. Una vez que estuve sola, entré a la habitación de Esteldor y me senté junto a la ventana para ver el entrenamiento. Por suerte, ese día no habían audiencias así que pude presenciar todo sin preocuparme por mis pendientes.
Los siguientes días se volvió una rutina esperar a que Esteldor saliera de su alcoba para entrar a ver los entrenamientos. El rey no siempre estaba presente en el patio de armas, normalmente se encargaba de sus asuntos y los caballeros se iban turnando para entrenar a los muchachos en diferentes disciplinas, y luego pasaban el reporte de los progresos al rey. Cuando no tenía lecciones, Dafne me acompañaba a ver los entrenamientos, a ella también le entretenía mucho ver a los muchachos pelear y mejorar día con día; juntas nos reíamos de las caídas y nos alegrábamos con los progresos, como si nosotras fuéramos también parte del grupo.
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Editado: 01.08.2022