Una esposa para el rey

Capítulo 29: El primer festival

Los rayos de sol sobre mi rostro me obligaron a despertar, abrí los ojos lentamente y sonreí en cuanto noté los brazos de Esteldor rodeándome. El cuerpo del rey se encontraba pegado al mío, sus brazos y piernas me sujetaban de una manera casi posesiva, como un pequeño que no quiere soltar su juguete nuevo. Besé su barbilla y Esteldor sonrió.

—Buenos días —musitó adormilado sin abrir los ojos—. ¿Dormiste bien? 

—De maravilla —contesté con sinceridad. Dormir entre sus brazos con la sensación de su piel en contacto directo con la mía había sido delicioso.

—Me alegra escuchar que descansaste, ¿estás lista? —preguntó al momento que abría sus ojos para recorrerme el cuerpo con una mirada traviesa.

—¿Lista para qué? —pregunté de vuelta, entrecerrando los ojos. 

Sin decir más, Esteldor se puso sobre mí y colocó mis manos sobre mi cabeza. Sus dedos entrelazados con los míos hacían que pareciera menos intimidante el hecho de que me estaba sujetando contra los almohadones. Ni siquiera pude decir ni media palabra pues sus labios se estrellaron contra los míos casi con urgencia, como si nuestras vidas dependieran de que no dejáramos de besarnos. Con su lengua separó mis labios para poder entrar y recorrer mi interior. Me dejé llevar por lo que él hacía pues para mí todo era relativamente nuevo. El amante experto era él. Mi corazón comenzó a acelerarse a la expectativa de lo que vendría. La noche anterior había sido la experiencia más satisfactoria en mi vida y cada poro en mi piel estaba ansioso por repetir lo vivido. Esteldor bajó una de sus manos por mi cuerpo, cada roce de sus dedos contra mi piel me hacían estremecerme. Solté un gemido contra su boca, descargas eléctricas nacían en mi vientre bajo y recorrían el resto de mi cuerpo cada que él me tocaba. Con sus rodillas separó mis piernas y volvió a hacerme suya con el sol de la mañana como testigo. 

Una vez que terminamos, Esteldor se recostó a mi lado dando grandes bocanadas para recuperar el aliento. Yo no estaba en mucho mejor estado. 

—Eso fue... fantástico... —dije entre jadeos—. ¿Podemos hacer eso más seguido? 

Esteldor giró el rostro para mirarme con una sonrisa engreída. 

—Oh, cariño, podemos hacerlo con la frecuencia que desees. 

 

**********

 

Los tambores se detuvieron una tarde de manera inesperada. Para entonces yo ya estaba más que habituada al sonido. No hubo explicación, supusimos que sencillamente se habían cansado o tenían algo más en mente. Sin importar el verdadero motivo, a los ojos de Encenard, el plan de los Pors había fracasado y eso llenó de orgullo a los pobladores.

El tiempo no pudo ser más oportuno pues a la mañana siguiente llegó la última nevada del invierno, la primavera estaba a la vuelta de la esquina

—No podemos desperdiciar ésta oportunidad —dije al amanecer, mientras sacudía a mi esposo energéticamente.

—¿Oportunidad? —preguntó Esteldor adormilado.

Corrí las cortinas para dejar pasar la luz con el afán de despertarlo. El tiempo no solo me había habituado al sonido de los tambores sino a la familiaridad con mi esposo, hasta ahora él había hecho un gran esfuerzo por complacerme y corregir nuestro matrimonio, y en los últimos días habíamos compartido juntos todo el tiempo posible.

—¡La nieve! Es la última vez que tendremos nieve en muchos meses. Debemos salir a jugar —dije entusiasmada.

—Eso es algo que hacen los niños —contestó, aún sin despertar del todo.

—Yo sé que eres un anciano, pero haz un esfuerzo.

Esteldor puso los ojos en blanco, pero se levantó inmediatamente con el orgullo herido.

Al salir nuestros dientes titiritaban a causa del frio.

—Ya estamos aquí congelándonos, ¿ahora qué? —preguntó, abrazándose a sí mismo para entrar en calor.

Sin pensarlo, tomé un puñado de nieve, la moldeé en una esfera y la aventé directo hacia el rostro de Esteldor.

—Ahora jugamos —dije entre risas.

Esteldor removió lentamente los restos de nieve de su rostro.

—No puedo creer que hayas hecho eso…

Me miró fijamente unos segundos y luego se agachó rápidamente para hacer también una bola de nieve. En cuanto lo vi agacharse me eché a correr entre los árboles. Esteldor me siguió y pasó el resto de la mañana intentando devolverme el tiro, pero yo era más talentosa en el juego y siempre lo tomaba por sorpresa. Me escondía detrás de un arbusto, esperaba a que se aproximara lo suficiente y luego tiraba sin que él tuviera ocasión de defenderse.
Justo estaba aguardando el momento indicado para tirar de nuevo, tenía una bola especialmente grande esperando a que Esteldor volviera a caer en mi trampa, escuché pasos aproximarse y rápidamente salí de mi escondite y le aventé la bola de nieve justo en el rostro. La sorpresa fue mía cuando vi que la víctima no había sido Esteldor sino Teodoro. El caballero se quedó gélido con los puños apretados ante tal recibimiento. Detrás pude escuchar la carcajada de Esteldor que se encontraba también escondido entre unos arbustos. Aunque tenía toda la intención de disculparme, la risa fue inminente.




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