Los tambores se detuvieron una tarde de manera inesperada. Para entonces yo ya estaba más que habituada al sonido. No hubo explicación, supusimos que sencillamente se habían cansado o tenían algo más en mente. Sin importar el verdadero motivo, a los ojos de Encenard, el plan de los Pors había fracasado y eso llenó de orgullo a los pobladores.
El tiempo no pudo ser más oportuno pues a la mañana siguiente llegó la última nevada del invierno, la primavera estaba a la vuelta de la esquina
—No podemos desperdiciar esta oportunidad —dije al amanecer, mientras sacudía a mi esposo energéticamente.
—¿Oportunidad? —preguntó Esteldor adormilado.
Corrí las cortinas para dejar pasar la luz con el afán de despertarlo. El tiempo no solo me había habituado al sonido de los tambores sino a la familiaridad con mi esposo, llevábamos días viviendo una vida matrimonial en forma, acercándonos como nunca antes y construyendo una relación íntima.
—¡La nieve! Es la última vez que tendremos nieve en muchos meses. Debemos salir a jugar —dije entusiasmada.
—Eso es algo que hacen los niños —contestó, aún sin despertar del todo.
—Yo sé que eres un anciano, pero haz un esfuerzo.
Esteldor puso los ojos en blanco, pero se levantó inmediatamente con el orgullo herido.
Al salir, nuestros dientes titiritaban a causa del frio.
—Ya estamos aquí congelándonos, ¿ahora qué? —preguntó, abrazándose a sí mismo para entrar en calor.
Sin pensarlo, tomé un puñado de nieve, la moldeé en una esfera y la aventé directo hacia el rostro de Esteldor.
—Ahora jugamos —dije entre risas.
Esteldor removió lentamente los restos de nieve de su rostro.
—No puedo creer que hayas hecho eso…
Me miró fijamente unos segundos y luego se agachó rápidamente para hacer también una bola de nieve. En cuanto lo vi agacharse me eché a correr entre los árboles. Esteldor me siguió y pasó el resto de la mañana intentando devolverme el tiro, pero yo era más talentosa en el juego y siempre lo tomaba por sorpresa. Me escondía detrás de un arbusto, esperaba a que se aproximara lo suficiente y luego tiraba sin que él tuviera ocasión de defenderse.
Justo estaba aguardando el momento indicado para tirar de nuevo, tenía una bola especialmente grande esperando a que Esteldor volviera a caer en mi trampa, escuché pasos aproximarse y rápidamente salí de mi escondite y le aventé la bola de nieve justo en el rostro. La sorpresa fue mía cuando vi que la víctima no había sido Esteldor sino Teodoro. El caballero se quedó gélido con los puños apretados ante tal recibimiento. Detrás pude escuchar la carcajada de Esteldor que se encontraba también escondido entre unos arbustos. Aunque tenía toda la intención de disculparme, la risa fue inminente.
—Sus Majestades —saludó Teodoro una vez que removió la nieve de su bigote y barba—, lamento interrumpir su día de… juego.
Ni Esteldor ni yo podíamos parar de reír, finalmente fue el rey quien guardó la compostura.
—Disculpa, Teodoro, pero cruzaste el campo de batalla. Un guerrero como tú debería ser más consciente.
—Admito que me tomó desprevenido —confesó Teodoro intentando mostrar un poco de humor, aunque la formalidad era su eterna compañera—. Realmente lamento interrumpirlos, pero el primer festival está a unas semanas y aún no hemos cubierto todos los preparativos.
—¿Primer festival? —pregunté mientras intentaba contener la risa.
—¡Claro! Aún queda mucho por hacer. Ven, Annabelle, te explicaré todo en el camino —dijo Esteldor entusiasmado.
Los tres nos dirigimos al Salón del Trono donde los caballeros nos aguardaban para comenzar a planear el festival. Yo desconocía todo sobre aquel acontecimiento, pero Esteldor me explicó cada detalle. El festival de Encenard era un evento que tomaba lugar cada dos años y tenía tres etapas: el primer festival tenía lugar el primer día de primavera, ese día había un desfile en toda la ciudad y un baile en el castillo. Al segundo festival se le conocía como “el festival de Dranberg” y ocurría justo a mitad del verano, ese día el reino de Dranberg mandaba emisarios con presentes para el pueblo y el rey de Encenard en honor al pacto que existía entre los dos reinos para nunca aliarse con los Pors en contra del otro. El tercer festival era el “festival de las apariencias”, ese día había una fiesta de máscaras y todos debían ocultar su verdadera identidad.
—Me temo que el rey ha omitido la mejor parte —dijo Lucas una vez que Esteldor terminó de describirme el festival.
—¿Cuál es? —pregunté sorprendida, pues hasta el momento lo que Esteldor había dicho me parecía asombroso.
—Los emisarios de Dranberg no se transportan en simples carruajes sino en dragones —declaró sonriendo pues sabía la impresión que iba a provocar en mí.
—¡¿Qué?!
Lucas no se equivocó, quedé anonadada.
—Vaya, ¿es mucho pedir que me dejes darle una sorpresa a mi esposa? Boca floja de porquería —bromeo Esteldor con su amigo.
—Lo siento, Majestad, pero creí mejor que la reina estuviera preparada para lo que sucederá. Ver dragones es algo extraordinario aun sabiéndolo con anticipación —se justificó Lucas.
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Editado: 01.08.2022