Una esposa para el rey

Capítulo 36: El perro y la araña

Desperté con los ánimos por los suelos, mis ojos estaban hinchados de tanto llorar. De pronto escuché movimiento debajo de mi cama, era Miel que estaba escondido y tembloroso, mi pequeño cachorro había presenciado la escena de la noche anterior y estaba demasiado asustado para salir. Tomé a Miel en mis brazos y me metí a la cama, donde me quedé todo el día en silencio acrecentando mi rencor contra Esteldor. Mi habitación era un desastre, todas mis posiciones estaban rotas y esparcidas por el suelo, pero no me importó, ni siquiera le abrí la puerta a Kyra cuando trajo el desayuno. Deseaba estar sola con mis pensamientos, pero en mis pensamientos solo estaba Esteldor, su traición y el dolor que me había infligido. El solo pensar en su rostro era una agonía, así que no hice más que agonizar durante horas.

Hubiera podido pasar semanas enclaustrada en mi alcoba a no ser porque Miel necesitaba comer. Yo no sentía ni un poco de hambre, el odio me alimentaba, pero Miel no tenía la culpa de mi situación, así que al día siguiente permití que Kyra entrara con alimento para mi cachorro.

—Mi señora, pero ¡¿qué ha hecho?! —exclamó Kyra cuando vio el estado en que se encontraba mi habitación.

—No quiero hablar al respecto, solo deja el alimento para Miel y sal, por favor —ordené de mala gana, sin siquiera voltear a ver a mi fiel ayudante.

—Debe comer algo usted también —dijo Kyra con preocupación.

—Kyra, sal en este momento, ¡es una orden! —bramé exasperada.

Kyra guardó silencio unos momentos antes de dirigirse a la salida, antes de salir se paró en seco y dijo:

—Mi señora, las esposas de los caballeros vinieron a buscarla ayer y también el día de hoy, parecían preocupadas por usted. ¿Qué debo hacer si regresan?

—Diles que no deseo verlas —contesté secamente.

—Muy bien, ¿asistirá a las audiencias? Hay muchos que la esperan.

—Cancela las audiencias —contesté—. Me importa un bledo lo que tengan que decirme.

Kyra se sobresaltó ante mi respuesta y salió apurada.

 

Pasaron tres días hasta que el hambre fue más fuerte que mi voluntad y le permití a Kyra entrar a mi habitación con comida para mí también. Mientras yo comía, mi duende aprovechó para arreglar el desastre que había hecho, viéndola recoger los objetos del suelo me invadió la culpabilidad.

—Kyra, lamento haber sido tan grosera contigo, tú siempre has sido buena y no merecías que te tratara de ese modo —me disculpé.

Kyra se acercó y tomó mi mano.

—Mi señora no debe disculparse por nada, yo estoy aquí para servirla.

—No, Kyra, hice mal. La gente tampoco tiene la culpa, no debí descuidar mis deberes.

—No se preocupe, el administrador se ha encargado de los casos más urgentes.

—¿Teodoro?

—Sí, ya que usted y el rey cayeron enfermos por un resfriado, el administrador se ha hecho cargo de sus deberes.

—¿Un resfriado? ¿Eso fue lo que les dijeron? —pregunté.

—Sí, el rey tampoco ha salido de su habitación estos días.

Seguro Esteldor se avergonzaba de mostrar en público la herida en la frente que yo le había infligido. Una sonrisa vengativa se dibujó en mis labios.

 

Una semana después, escuché movimiento en la estancia, pero no asomé ni la cabeza para averiguar qué sucedía. Poco después, Kyra entró con una carta.

—Tomé, mi señora, es para usted —me tendió la carta y al abrirla reconocí la letra de Esteldor.

—¿Qué está pasando allá afuera? —pregunté mientras posponía el momento de leer la carta.

—El rey se está mudando de habitación, ordenó que llevaran sus pertenencias al piso de abajo —contestó con tristeza y después salió.

Me quedé con la carta entre las manos considerando si merecía la pena conocer su contenido o si debía arrojarla al fuego sin abrirla. Finalmente comencé a leer.

 

Querida Annabelle,

Deseaba disculparme frente a frente, pero fuiste muy clara en tu deseo de no verme y no pienso contrariarte. Me apartaré de tu vista en tanto me sea posible hasta que llegué el día, si ese día alguna vez llega, que desees volver a verme.

De corazón lamento lo que sucedió entre nosotros. No existen palabras suficientes para pedir tu perdón, el pensamiento de haberte lastimado me carcome todas las noches. Peor aún, entiendo a la perfección tu desprecio hacia mi persona, he sido el peor de los cobardes al no haberte confesado la verdad desde un principio. Créeme que tuve la intención de revelarte lo ocurrido en numerosas ocasiones, pero jamás reuní el valor suficiente al principio, y posteriormente, cuando las cosas entre nosotros tomaron un rumbo inesperado y tú llegaste a quererme, fui un egoísta y no quise comprometer tu amor por mí contándote lo sucedido.

Mis acciones no tienen disculpa, pero, por favor, permíteme explicarte lo que en realidad sucedió y el por qué me fue imposible cumplir mi parte del trato. Lo que sucedió con Astrid fue…




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