(Narra Esteldor)
Revisé mi frente con detenimiento, la cicatriz había desaparecido por completo. No así la pena de ese día que seguía acompañándome en todo momento. La culpabilidad de haberle fallado a mi esposa no me dejaba dormir en las noches. Sus palabras hirientes, su desprecio y rencor eran todo en lo que podía pensar. Fui un cobarde al no confesarle la verdad, al no decirle lo que realmente había sucedido con su amiga. Fallé y ahora estaba pagado caro mi error. Extrañaba a Annabelle más de lo que podía expresar con palabras, pero sabía bien que no merecía su perdón ni su cariño.
—Su Majestad, los caballeros ya se encuentran reunidos en el Salón del Trono como usted solicitó —me informó Zayn sacándome de mi miseria interna.
—Gracias, iré inmediatamente —respondí, y luego cerré los ojos, jamás volvería a ser un cobarde, había llegado el momento de enmendar mis errores.
Caminé hacia el Salón del Trono con miedo, pero no dejé que mi semblante rebelara mi fragilidad, jamás permitía que eso pasara y hoy no iba ser el día para empezar. Un rey era digno de gobernar a sus súbditos en tanto fuera fuerte, yo no podía quebrantarme sin perder el derecho de sentarme sobre el trono. Mi padre había dejado que sus sentimientos reinaran por él, y eso le había procurado un vergonzoso derrocamiento y el comienzo de los eventos que llevarían a miles a la tumba. Mi madre no hizo sino repetirme cada día antes de su muerte que yo, Esteldor Autumnbow Rey de Encenard, debía usar la cabeza y no el corazón, que los sentimientos podían engañarnos y llevarnos a la ruina, como lo habían hecho con mi padre, pero que el buen juicio jamás había perjudicado a nadie. Hoy más que nunca necesitaba mi máscara de buen juicio y si tan solo pudiese enterrar mis sentimientos tan bien como sabía ser un cretino, mi día iría perfecto.
Al entrar al Salón del Trono lo primero que noté fue la mirada satisfecha de Teodoro y supe en mi interior que había encontrado una solución.
—Su Majestad —saludaron todos al unísono.
—Déjense de formalidades y díganme lo que deseo escuchar —dije mientras tomaba asiento en mi trono.
—Su Majestad, he encontrado una manera de devolver a la reina a su mundo —dijo Teodoro con aire de satisfacción.
Jamás debí haber dudado de la capacidad de mi administrador, no importaba cuál fuera mi deseo, él encontraba la manera de complacerme.
—Excelente, ¿cuál es? —respondí de la manera más fría posible.
—Anularemos su matrimonio con ella, así a Annabelle se le revocará la corona y ella dejará de pertenecer a Encenard. En cuanto ella vuelva a ser una simple forastera no habrá impedimento para que pueda cruzar de vuelta a su lugar de origen —explicó el administrador.
—Si me permite unas palabras, Su Majestad, quiero dejar constancia de que me opongo tajantemente a esta idea. Un matrimonio solo se puede anular cuando no ha sido consumado, pero el suyo lo fue —intervino Lucas.
—Oh, vamos, Lucas. El rey puede anular su matrimonio si lo desea, para él no existen los límites —argumentó Rodric.
—¿Tienes alguna mejor idea, Durand? —preguntó Teodoro, claramente irritado de que su idea fuera desacreditada.
Lucas hizo una mueca y negó con la cabeza.
—De acuerdo, si eso es lo único que se les ocurrió, eso se hará. Anularemos el matrimonio y Annabelle retornará a su tierra a la brevedad —declaré como si estuviera tomando cualquier decisión sin importancia, nadie podía imaginar que estaba despidiendo la mujer que más amaba en mi vida.
Inesperadamente, la puerta del salón se abrió. Nicolás entró e hizo una reverencia, tenía un semblante tan alegre que lo envidié hasta lo más profundo de mi alma. El canalla ni siquiera se sentía mal por haber llegado retrasado.
—Lamento llegar tarde, Majestad —se disculpó mientras tomaba asiento.
—No te apures, al fin que yo solo soy el rey, estoy seguro que tenías asuntos más importantes que atender —contesté malhumorado.
Los caballeros sonrieron, después de tantos años estaban más que habituados a mis contestaciones.
Teodoro miró de reojo a Nicolás con desaprobación y luego se aclaró la garganta para retomar la palabra.
—Como supuse que Su Majestad aceptaría mi sugerencia, me tomé la libertad de redactar el documento que anula su matrimonio. Lo único que necesita es su sello real y Annabelle podrá regresar a su mundo esta misma tarde.
Teodoro me tendió el documento para que lo leyera. Las palmas de mis manos comenzaron a sudar, era demasiado pronto, hoy iba a ser el día en que perdería a Annabelle para siempre y no estaba preparado. Me sentí enfermo, pero tomé el documento como si fuera cualquier cosa intrascendente.
—Disculpe, Su Majestad, pero me parece que se está apresurando demasiado, Majestad —intervino Nicolás.
—Gil, el rey desea regresar a Annabelle a su mundo, es su decisión y no es tu lugar cuestionar las decisiones del rey —regañó Teodoro al caballero.
—Es mi lugar ayudar a un amigo cuando creo que está cometiendo un error y eso es lo que hago —contestó Nicolás intentando parecer tan feroz como Teodoro. Después giró su atención hacia mí—. Por favor, al menos hablé con la reina antes de firmar cualquier documento. Es su vida también, ella merece ser parte de la decisión.
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Editado: 01.08.2022