Una esposa para el rey

Capítulo 38: Mi fragilidad

(Narra Esteldor)

Miré horrorizado a mi esposa quien yacía inerte en el suelo. Annabelle estaba inconsciente y su piel tenía un tono grisáceo inusual.

—¡Annabelle! —grité y me incliné a su lado—. ¿Qué sucedió? —pregunté mirando a Nicolás.

Él parecía tan desconcertado como yo.

—Lo desconozco, Majestad. Yo la acabo de ver hace unos minutos y se encontraba en perfecto estado —respondió con voz temblorosa.

En ese momento fui consciente de que Miel ladraba histérico a un árbol.

—¡Miren! —Lucas señaló al tronco de ese mismo árbol.

Sobre el árbol una araña errante mostraba sus amarillentos dientes al cachorro.

—¡No es posible! —exclamó Teodoro impactado.

Rodric sacó su espada y de un solo golpe partió a la araña en dos.

—¡Desgraciada! —gritó mientras intentaba zafar su espada del tronco del árbol.

—¿Ha mordido a la reina? —chilló Otelo, temeroso.

Cargué a Annabelle en mis brazos, su cuerpo estaba ardiendo en fiebre y no respondía a mis llamados.

—¡Traigan al médico inmediatamente! —ordené mientras llevaba a Annabelle al interior.

Nicolás se echó a correr en busca de Walter y los demás me abrieron paso.

—Necesitamos algo frío para mitigar su fiebre —dijo Teodoro mientras subíamos a los Aposentos Reales.

—Duende, ¡trae algo helado! Lo que sea —le ordenó Julian a Kyra en cuanto llegamos a nuestras habitaciones.

La duende se asustó al ver a Annabelle en ese estado, pero respondió eficientemente y trajo paños fríos. Coloqué los paños en la frente, brazos y pecho de mi esposa. Mis manos temblaban torpemente y no dejaba de sudar frío a causa del terror que me provocaba la idea de ver morir a Annabelle.

—¿Sigue viva? —pregunté al aire, con temor de obtener una respuesta negativa.

—Sí —respondió Lucas, inclinado junto a mi mujer—. Su respiración es muy débil, pero constante.

Suspiré con alivio, un mareo me recorrió desde el estomago a la cabeza y por un instante creí que iba a desvanecerme. Esto no podía estar pasando, preferiría morir yo mil veces antes que verla a ella en peligro si quiera un minuto.

—¿Cómo ha sucedido esto? Esas arañas deberían estar extintas. ¡Nosotros mismos nos encargamos de su exterminio! —balbuceó Rodric perturbado.

—Primero salvemos a la reina y después hacemos averiguaciones —contestó Lucas.

—Vamos, Lucas, eres un hombre adulto, sabes tan bien como el resto que la situación es insalvable. Ni si quiera la magia de Esteldor puede ayudar contra este veneno —susurró Otelo detrás de mí, no quería que yo escuchara lo que de cualquier manera ya sabía: Jamás nadie se había salvado de una mordedura de araña errante.

Tomé la mano de Annabelle entre las mías sin poder controlar el temblor de mi cuerpo, no quería perderla, si ella moría yo la seguiría a la tumba, no tendría la fuerza para continuar.

—¡¿Dónde está el doctor?! —pregunté desesperado.

—Llegará en cualquier momento, Majestad —contestó Teodoro, tratando de mantenerse sereno.

Yo no podía esperar ni un segundo más, en cualquier momento iba a perder la cabeza.

La puerta se abrió estrepitosamente y Nicolás entró a toda velocidad seguido por Walter.

—Ha sido una araña errante —explicó Teodoro en cuanto lo vio.

—Lo sé, el caballero Gil me lo ha explicado todo —contestó el doctor, y sin perder tiempo se colocó a lado de la reina. Tuve que retroceder para concederle espacio—. Esto es imposible… —susurró el doctor a sí mismo—. No entiendo cómo pudo suceder, pero efectivamente, sus síntomas concuerdan con el veneno de esas arañas.

—Lo único que te quiero escuchar decir es que la salvaras —ordené a través de mi nerviosismo.

Walter me miró receloso, como temiendo por su propia vida si no salvaba la de la reina.

—Su Majestad —dijo el médico, mirándome a los ojos—, yo he experimentado un antídoto los últimos años, pero jamás lo he probado en humanos, su efectividad no es una garantía.

—Pero es la única oportunidad que tenemos, ¿cierto? No existe ningún otro remedio—comentó Teodoro cruzando los brazos sobre su amplio pecho.

—Sí, mi antídoto experimental es lo más cercano que hemos estado de contrarrestar veneno de estas arañas. Me temo que la única otra opción es administrar hierbas contra el dolor, para hacer… la muerte menos agonizante —contestó el doctor con la mirada llena de temor.

—Entonces ese experimento tuyo es la única esperanza de Annabelle —concluí.

—Sí, pero solo lo administraré con su consentimiento, Majestad —contestó Walter.

Miré a Annabelle y sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. El color en la piel de mi amada esposa se hacía cada vez más opaco, borrando cualquier signo de vitalidad de su inerte cuerpo. No era necesario ser médico para saber que su tiempo en este mundo se agotaba.




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