Una esposa para el rey

Capítulo 42: Milly

Alguien me sacudía ligeramente.

—Mi señora, mi señora, despierte. El doctor Moss ha venido a revisarla —me informó Kyra con voz dulce.

Solté un leve gruñido. Me sentía cansada y lo único que quería hacer era seguir durmiendo. De mala gana abrí los ojos. Kyra me sonrió de tal manera que me hizo olvidar mi molestia. Poco después dejó que Walter entrara para la consulta. La medicina que me aplicó mermó mi malestar y descubrí con alegría que una de mis piernas ya respondía débilmente a mis órdenes.

—¿Cuándo haré mi aparición pública? —le pregunté al rey en cuanto el médico salió de la habitación.

—Aún no, no mientras sigas tan débil. Apenas y puedes mantenerte consiente unos minutos —respondió Esteldor, parado al pie de la cama.

—Su recuperación será más pronta si come, mi señora —intervino Kyra, mostrando sus dientes amarillos en una cálida sonrisa.

—Kyra tiene razón, debes alimentarte bien —dijo Esteldor sin apartar su mirada de mí.

Asentí para que me trajeran de comer y Kyra salió apresurada de la habitación.

—No te has separado de mí ni un minuto, aún cuando duermo —dije viendo el aspecto cada vez más desaliñado de mi esposo—. Tú tampoco has comido mucho. Te has descuidado a ti y al reino, deberías estar atendiendo tus deberes.

—Mi único deber es cuidarte. No me voy a separar de tu lado —dijo Esteldor—. Teodoro se puede encargar del reino.

—¿Y de ti quién se encarga?

—Lo único que necesito es que te mejores.

Le sonreí con ternura. Esteldor era el hombre más dulce cuando se lo proponía.

 

Mi esposo permaneció a mi lado toda la semana siguiente, poco a poco mis fuerzas se iban restableciendo y fui capaz de levantarme de la cama con ayuda.

—Es momento de mostrarme ante el reino. Ya me siento lo suficientemente fuerte para que la gente me vea —declaré en cuanto fui capaz de salir de la cama.

—Apenas estás triunfando tu batalla contra la muerte y en lo que más piensas es en el bienestar del pueblo. Este reino no te merece, ni yo tampoco —dijo Esteldor mientras en sus ojos se reflejaba el amor que sentía por mí.

—Es muy tarde, soy la única reina que tienen —dije sonriendo—. Ayúdame, necesito verme presentable.

Entre Esteldor y Kyra me asistieron para vestirme y arreglar mi cabello, era imposible luchar contra mi palidez y mi evidente pérdida de peso, pero ellos se esforzaron para que luciera lo más sana posible. Después Esteldor fue a acicalarse, pues su aspecto también dejaba mucho que desear, y a dar las órdenes pertinentes para organizar mi aparición.

Una vez que todo estuvo listo, el rey me cargó hasta el balcón del sur. Los caballeros esperaban delante del ventanal que daba al balcón, ansiosos también por verme.

—Su Majestad, no tiene idea lo feliz que me hace verla —dijo Nicolás hincándose se frente a mí y besando el dorso de mi mano.

Todos los caballeros se acercaron del mismo modo a expresar su felicidad por mi supervivencia.

—Sería mejor si tuviéramos a la culpable prisionera —dijo Esteldor, mandando una mirada de reproche al administrador.

—Su Majestad, en verdad lo intentamos, pero la princesa nos llevaba demasiada ventaja. Salió de los confines del reino antes de poder ser capturada —explicó Teodoro, apenado.

—Es terriblemente injusto. La princesa debería enfrentar a la justicia —dijo Rodric con el ceño fruncido.

—No vale la pena hablar de eso, es mejor pensar en los que estamos aquí y olvidar a los que nos dieron la espalda —intervine con la intención de que la plática cesara.

El simple hecho de pensar en Morgana me llenaba de odio, pero no iba a permitir que ese odio me consumiera y nublara mi juicio.

—Bien dicho, Majestad —Nicolás me guiñó el ojo.

—Ya hay la suficiente concurrencia. Es hora de mostrar a la reina —declaró Julian con seriedad.

Esteldor salió del balcón antes que yo, luego Nicolás y Lucas cargaron la silla en la que estaba sentada hasta el exterior y la colocaron justo a lado del rey. Los aplausos y gritos de celebración no se hicieron esperar. Los presentes estaban estáticos de verme con vida e inmediatamente la voluntad del pueblo se fortaleció.

—¡Querido Encenard: el enemigo busca acabar con nosotros infundiéndonos miedo e incertidumbre! —gritó Esteldor a todo pulmón y poco a poco la multitud se silenció para escuchar las palabras del rey—. ¡Dijeron que habían acabado con nuestra reina, pero aquí está ella! ¡Así como la reina ha sido fuerte y ha resistido contra los ataques del enemigo, así resistiremos todos! ¡Jamás seremos vencidos!

La multitud se volvió loca de alegría al escuchar las palabras de Esteldor. Nos quedamos unos minutos contemplando la celebración y luego los caballeros me regresaron al interior.

—Esto es exactamente lo que Encenard necesita. Esperanza en momentos de incertidumbre —declaró Teodoro, satisfecho.

—Eso es exactamente lo que es nuestra querida reina. Una luz en medio de la oscuridad —dijo Nicolás sin dejar de sonreír.




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