Una Esposa para el Rey Cruel

Secretos

El salón entero se detuvo.

Fue como si un cuerno invisible hubiese resonado en lo profundo de los muros del castillo, una nota grave y muda que hizo vibrar el aire hasta quebrar el hilo de la música. Las cuerdas de los violines quedaron suspendidas en un eco imposible. El murmullo de las conversaciones murió en los labios de los invitados. Incluso las llamas de las antorchas parecieron inclinarse, asfixiadas por el peso repentino del silencio.

Las copas se detuvieron a medio camino entre las manos y las bocas. Algunas cayeron, quebrándose contra el mármol y dejando escapar el perfume del vino tinto, que se extendió en un hilo oscuro entre los pliegues de los vestidos y los bordes dorados de los zapatos. Un sirviente tropezó con una bandeja, y el sonido metálico de las jarras golpeando el suelo fue el último eco antes de que todo quedara suspendido en un instante de incredulidad.

Nerya fue la primera en moverse.
Su respiración se cortó en seco cuando vio el cuerpo de la reina madre desplomarse. El abanico de encaje blanco yacía a sus pies, abierto como una mariposa muerta sobre la piedra. El rostro de la reina, que segundos antes había sido el retrato de la altivez, se tornó pálido, sus labios tensos, los ojos abiertos con un espasmo de sorpresa.

El corazón de Nerya latió con fuerza, un tambor salvaje que golpeaba en su pecho. Dio un paso, luego otro, hasta que el círculo de invitados se abrió a su alrededor, movido por un instinto de respeto o de miedo. Se arrodilló junto al cuerpo inerte, sus manos temblorosas buscando el rostro de la mujer que segundos antes había estado hablándole con voz glacial.

—Wina... —susurró, apenas audible.

Sus dedos rozaron la piel fría de su mejilla.

El salón, aún enmudecido, se estremeció cuando una figura irrumpió entre la multitud.
Aedric.

El rey atravesó el gentío con la furia y el miedo de un hombre que ve tambalearse el mundo que sostiene. Su capa se abrió como un ala negra detrás de él, su expresión tallada en piedra, pero con los ojos encendidos. Los nobles se apartaron a su paso, y los guardias, confundidos, apenas alcanzaron a reaccionar.

Se dejó caer de rodillas junto a su madre, el mármol resonando bajo el impacto. Las manos del rey se deslizaron bajo el cuerpo de la reina, sosteniéndola con una ternura que ninguno de los presentes habría imaginado.

—¡Llamen al médico! —ordenó, su voz rompiendo el aire como un látigo.

Los guardias salieron disparados hacia las puertas. Nerya, aún a su lado, apartó una hebra de cabello del rostro de la reina.

Pero algo la distrajo.
Una sombra al fondo del salón.

La figura masculina que minutos antes había pronunciado aquella palabra —madre— se movía entre los invitados. Nerya lo vio tensarse, girar el rostro apenas un segundo, y en su mirada encontró una chispa de algo más que desafío: miedo.
El desconocido dio un paso atrás. Luego otro. Su respiración era visible, irregular.

Y entonces, lo comprendió: estaba huyendo.

Aedric, aún arrodillado, no lo había notado. Su atención estaba fija en la reina.

—Madre... —susurró, sosteniéndola con un cuidado casi reverente—. Quédate conmigo.

Los labios de la reina se movieron, pero el sonido se perdió en el aire.

Fue Nerya quien levantó la vista, y su voz, temblorosa, rompió el silencio.

—Majestad... —susurró, mirando más allá del círculo de invitados—. Él...

El rey alzó la cabeza justo a tiempo para ver la sombra del hombre abrirse paso entre la multitud. La rabia cruzó su rostro como un relámpago.

—¡Atrápenlo! —rugió, con un tono que no admitía réplica.

El desconocido corrió. Los guardias también.
La cacería comenzó.

Los pasos resonaron por el pasillo de mármol, el eco de los cascos y las botas llenando el aire como un trueno. Los invitados se apartaron, algunos gritando, otros intentando ver mejor. La música no volvió a sonar. El banquete, el baile, el brillo de la noche, todo se quebró en ese instante.

Aedric permaneció unos segundos más junto a su madre, asegurándose de que respiraba, antes de levantarla en sus brazos.

Los sirvientes llegaron con una camilla. Nerya se mantuvo cerca, vigilante, mientras la llevaban por los corredores iluminados por antorchas hacia los aposentos reales.

Aedric aún no había regresado.

El pasillo era largo, con paredes cubiertas de tapices que contaban historias antiguas: victorias, coronaciones, juramentos de sangre. Pero ahora, todo parecía ajeno, vacío.

La reina madre fue depositada sobre su cama, los mantos de seda cayendo a los lados. Su respiración era superficial, pero constante.

El curandero de la Casa Real llegó poco después, trayendo consigo un maletín de madera oscura y un olor a hierbas frescas. Nerya observó en silencio cómo colocaba sus instrumentos, cómo mezclaba polvos en una copa, cómo aplicaba una cataplasma sobre el pecho de la reina. Sus movimientos eran precisos, ceremoniosos, como si realizara un rito más que un tratamiento.

Aedric entró poco después, con el rostro aún tenso.

—¿Cómo está? —preguntó.

El curandero se incorporó con lentitud y se inclinó.

—Estará bien, Alteza. —Su tono era tranquilo, casi reverente—. No hay daño grave. Solo agotamiento. Tal vez un susto, una conmoción. Necesita reposo y descanso. Nada de agitaciones. Recomiendo tres días en cama, sin tareas ni preocupaciones.

Aedric asintió, dejando escapar un suspiro aliviado.

—Gracias, maestro.

El hombre cerró su maletín, hizo una reverencia y se retiró por la puerta, dejando tras de sí un aroma a menta y alcanfor.

Nerya permaneció inmóvil, las manos entrelazadas frente a ella. Su rostro estaba pálido, la respiración irregular. Sentía aún el peso del caos del salón, la imagen de la reina cayendo, la mirada del intruso.

El silencio en la habitación era espeso, roto solo por el crepitar de las velas.

Aedric se acercó a la cama, se arrodilló una vez más, y tomó la mano de su madre entre las suyas. La acarició con el pulgar, en un gesto inconsciente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.