Desperté, o más bien, me levanté de la cama poco después del amanecer. Para despertar hay que dormir y yo no había pegado el ojo en toda la noche pensando en el señor Rosler, en la mujer de la capucha verde y en lo que pasaría en cuanto todo saliera a la luz.
—¡Nunca adivinarás que pasó esta mañana! —exclamó mamá en cuanto me vio entrar al comedor.
El estómago se me contrajo, pensando que iba a decirme que habían encontrado un cuerpo en los terrenos de los Muller o que una mujer misteriosa me había acusado de asesinato, pero al instante me di cuenta de lo absurdo de aquello. Mamá no anunciaría una noticia así en un tono tan alegre.
—Oh, querida, deja que tome asiento primero —la amonestó papá haciendo a un lado la gaceta que tenía en manos.
—Buenos días —saludé tomando el lugar al lado de Hans, quien me dedicó una mirada de reproche.
—La tía Helga dice que estás resfriada, supongo que es cierto —dijo aludiendo a mi vestido de mangas largas.
En esta época del año era más común llevar los brazos descubiertos, pero el forcejeo con Rosler me había dejado cardenales verdes y violetas a lo largo de la piel, así que pasaría un buen rato para que pudiera mostrar mis brazos en público. Ni siquiera había planeado vestirme así para respaldar la mentira del catarro, era una entera coincidencia.
—Lamento haberme ido sin avisarte. No sé en qué estaba pensando —dije con voz contrita.
—¿Te sientes mejor, hija? —inquirió papá—. Tu abuelo no se puede ni levantar de la cama. Pobre, él tanto que odia estar inactivo.
—Le vendrá bien el descanso. A su edad no es correcto que trabaje tanto —opinó mamá en tanto que untaba un bollo con mermelada.
—Difiero. Su trabajo en el reino es lo que le da vida. Si no fuera la mano derecha del rey, mi padre perdería su propósito —dijo papá.
Y lo perderá por mi causa, pensé con amargura.
—¿Entonces? —dijo Hans mirándome directamente.
—¿Entonces qué?
—Que si te sientes mejor, hija —replicó papá en tono de que era obvio.
—Ah… sí… bueno… tengo un poco de jaqueca, pero pronto se me pasará —expliqué saturada de ansiedad—. ¿Cuál era la noticia que iban a darme? —pregunté para cambiar el tema.
—¡Ah, claro! Nunca adivinarás. ¡Llegaron dos dragones a primera hora! —anunció mamá con una sonrisa de oreja a oreja.
No importaba la frecuencia con la que nuestro reino vecino, Dranberg. enviara emisarios en sus míticas monturas aladas, había gente como mamá que seguía emocionándose cada vez, como si jamás hubiese visto un dragón antes.
A mí más que entusiasmo o admiración, me provocaban miedo. Eran criaturas enormes, letales e impredecibles. Por lo poco que entendía, no cualquiera estaba capacitado para domar un dragón, se requería de fuerza y disciplina y, aun así, seguía siendo una labor riesgosa.
—¿Se trata de la princesa Odette? —pregunté antes de hacerle un gesto de agradecimiento al mozo que me servía una taza de chocolate caliente. No tenía hambre, pero si iba a fingir que ingería algo, qué mejor que un chocolate caliente.
—Es improbable. La princesa Odette está en espera y las mujeres en su avanzado estado no deben volar. Además, la familia real irá a Dranberg para el alumbramiento, no tendría sentido que ella viniera ahora —opinó mi padre.
La princesa Odette, hija menor de los reyes de Encenard, estaba casada con el príncipe heredero de Dranberg. Mientras que la hija de los reyes de Dranberg, Triana, era esposa de nuestro príncipe heredero. A causa de ello, las casas reales estaban doblemente unidas, asegurando la solidez de la alianza entre ambos reinos.
—¿Entonces quién podría ser? —quiso saber Hans.
—Me parece que los recién llegados no han pedido audiencia con el rey. Lo más probable es que se trate de ciudadanos privados y vengan a tratar algún asunto comercial. Ya nos enteraremos más adelante —dijo papá con tranquilidad.
Dejé caer los hombros. La llegada de miembros de la familia real dragón habría suscitado el interés de la gente, cabía la posibilidad de que los distrajera de otras noticias, pero nadie repararía en la llegada de dos comerciantes intrascendentes.
Pero, ¿a quién engañaba? Ni la llegada de un enviado de la luna iba a ser distracción suficiente cuando se supiera lo que había hecho. La noticia del asesinato llegaría a los más remotos rincones del reino, nadie dejaría de enterarse de cómo la nieta de la mano derecha del rey había asesinado a un hombre con el que había accedido a encontrarse en la oscuridad.
Como si tuviera resortes en los pies, me levanté en un solo movimiento, haciendo chillar las patas de la silla contra el suelo.
—Hay algo que debo confesar —declaré incapaz de contener la culpa por más tiempo.
Ya no podía, la conciencia me torturaba. La imagen del señor Rosler tirado entre los arbustos no dejaba de atormentarme.
—¿Qué sucede, Jackie? —preguntó mamá, mirándome tan atentamente como lo hacían papá y Hans.
—¿Te encuentras bien? Te ves muy pálida —observó mi primo.
—Yo… Yo… —Mi corazón latía desbocado. Unas palabras y la existencia de todos daría un giro de 180º—. Lo que sucede es que yo… —La confesión se convirtió en arena en mis labios. Sabía que este secreto era imposible de guardar, pero carecía del valor necesario para sacarlo a la luz. Lo único más grande que mi remordimiento por Cedric Rosler era la culpa de lo que mis actos acarrearían para la familia—. Anoche te mentí, mamá, lo cierto es que sí bebí un poco de sidra.