El plato de avena seguía intacto delante de mí. Llevaba dos días con el estómago cerrado, incapaz de probar bocado. Afortunadamente, mis padres no se percataban. Mi padre estaba muy entretenido leyendo la gaceta del reino, mientras que mi madre revisaba la correspondencia de la mañana.
—¿Están de acuerdo en que invitemos a Ofelia a cenar mañana? No quiero que se sienta sola ahora que Jon estará en Sandor —sugirió mientras sorteaba las cartas en distintos grupos según si eran para mi padre o para ella.
—Adelante, sabes que puedes invitar a quien gustes —dijo papá con la nariz clavada en la lectura.
—¿Alguna noticia interesante? —pregunté mirándolo de hito en hito.
Mi padre contrajo los labios con aire aburrido.
—Nada de relevancia.
—¿Seguro? Algo debe haber sucedido —insistí.
—¿Tenías algo en mente, hijita? ¿Algún evento que aguardes con ansias?
El hallazgo de un cadáver en la propiedad de los Muller.
—Ninguno en específico —mentí.
—Pues debo informarte que todo en el reino ha estado muy tranquilo.
—Eso es bueno. Los días tranquilos son los mejores, todo es preferible cuando hay paz —opinó mamá.
—Concuerdo, pero los jóvenes se aburren —dijo papá haciendo alusión a mí—. Si tienes algo de relevancia que compartirnos, nuestra hija te lo agradecería.
—Creo que la noticia más emocionante que he escuchado últimamente es la llegada de los Dranbers. Aunque todavía no sabemos quiénes son y qué vienen a hacer aquí.
—Pronto nos enteraremos de todo. La gente ama la llegada de nuevos rostros, te apuesto lo que quieras a que nuestros conocidos ya los han invitado a sus hogares. Verás que en cuestión de nada vendrán a contarnos todo lo que sepan —dijo papá.
—Me sigo preguntando qué asunto tendría aquel Dranber con tu padre —comentó mamá alzando la vista al modesto candelabro que colgaba del techo—. Es muy extraño que haya llegado a casa sin invitación previa.
—Seguramente buscaba una audiencia con el rey y creyó que la mano derecha era el medio más rápido para llegar a Su Majestad —especuló papá—. Pobre bobo, va a quedar esperando. Mi padre no hace favores, ni usa su posición para aventajar a nadie.
Solté la cuchara con la que pretendía comer. El desayuno transcurría tan mundano como cualquier otro; sin embargo, yo me sentía muy distinta. Extenuada, con la cabeza hecha una maraña y sin saber qué sentir. A ratos la culpa era insoportable, mientras que en otros momentos trataba de persuadirme de que yo solo me había defendido. De no haber tomado esa roca, Rosler se hubiera forzado sobre mí, me habría ultrajado hasta no dejar nada. Él había sido el primero en atacar, yo solo había reaccionado… estaba en mi derecho de defenderme, ¿a que no?
—Ah, mira, una carta para ti, Jackie —dijo mamá tendiéndome uno de los sobres blancos.
Miré el remitente: Mary Austin.
Abrí la carta sin ánimo. ¿Qué podía querer la cotilla de Mary? Seguro me escribía para compartirme algún chisme jugoso o pidiendo que yo le proporcionara información sobre algún tema del que estaba indagando. Mary se alimentaba del chismorreo como la gente de comida, era lo que la nutría.
Comencé a leer la carta de Mary. Si bien yo intentaba siempre mantenerme al margen de las habladurías, en ese momento, un poco de distracción inocente no le vendría mal a mi ánimo decaído.
Querida Jackie:
¡¿Cómo te pudiste guardar esta noticia?! Esto si no te lo voy a perdonar. Amiga, ¿cómo no me contaste de tu novio?…
Arrugué el papel entre mis manos hasta hacer una bola con la carta. No fui consciente de mi reacción hasta que noté la sorpresa en el rostro de mis padres.
—¿Qué cuenta Mary? —preguntó papá con un dejo de humor.
—Sus chismorreos de siempre, ya saben cómo detesto hablar mal de otros a sus espaldas —me justifiqué con una sonrisa fingida y de inmediato me levanté de mi asiento—. Si no tienen inconveniente, me retiro.
Salí del comedor con la carta de Mary en el puño. En cuanto llegué a mi recámara, arrojé el papel a la chimenea.
Qué situación más inconveniente. La señora Muller me había visto bailar y coquetear con Rosler, y no había sido la única. Ahora me enteraba de que Mary también, solo que ella estaba asumiendo que éramos novios. ¿Había sido tan inapropiada en mi comportamiento esa noche? Yo no lo recordaba así. Sí, había bailado con él, había agitado mis pestañas y había reído con más frecuencia de la habitual; pero no para que alguien ya me asumiera novia de Rosler. Lo peor era que, si la gente comenzaba a ligarme sentimentalmente con él, en cuanto se descubriera su cuerpo, la guardia pediría hablar conmigo por creerme su supuesta novia. Mi nula capacidad para mentir no me iba a sacar airosa de un interrogatorio de la guardia real. Si llegaba a eso, estaba perdida.
Por estar tan concentrada en mis temores, no noté el momento en que mamá abrió la puerta.
—Tienes una decisión que tomar —anunció con una sonrisa—. Para el baile de los Blake tienes dos opciones de acompañante: tu vieja y aburrida madre o tu primo Ingmar que dice que estará encantado de llevarte, ¿qué dices?