Una extraña con el vestido de novia

Capítulo 4

Aliana contuvo el aliento. No esperaba que su primer beso fuera en público, frente a decenas de invitados y, además, con un enemigo. Los ojos de Erionor tampoco mostraban entusiasmo. Parecía que la situación le resultaba tan desagradable como a ella. Aliana sintió cómo sus dedos se entumecían de los nervios.

Esto es parte del ritual. Una formalidad. Ambos lo sabían. En la sala esperaban cortesanos, consejeros, testigos de esta unión. Querían ver más que una simple promesa. Querían ver convicción. Erionor se inclinó y se acercó a la joven. La distancia entre ellos se redujo a unos pocos centímetros. Aliana sintió su aliento, ligero, cálido, con un toque de sal marina. Esperaba algo. Aliana no retrocedió, no apartó la mirada. Esto era simplemente un deber que debía cumplir.

Sus labios fríos rozaron los suyos. Como si dudaran, se quedaron inmóviles por unos segundos, y luego envolvieron su labio inferior. Erionor besaba con fuerza, bruscamente, poniendo odio en cada movimiento. El beso resultó frío, como el mar por la noche. Tenso, como una cuerda entre dos acantilados. No tierno, no sincero, sin una pizca de amor. Fue un desafío.

La mano de Erionor se posó en su cintura, no con suavidad, sino con autoridad, como si fuera su victoria. Los movimientos del hombre se volvieron más insistentes, más profundos, y por un momento, algo peligroso apareció en él: no era ira, ni pasión, sino control.
El corazón de Aliana latía como un pájaro asustado en su pecho. Su cuerpo respondía a sus toques, que inesperadamente se volvieron agradables. La joven quería esto menos que nada. Tenía que ser la primera en retirarse. Retroceder. Mostrar que le era indiferente, pero antes de que pudiera hacerlo, el hombre rompió el beso por sí mismo.

— Bueno, princesa, — susurró tan bajo que solo el viento pudo escucharlo. — Ahora estamos realmente unidos.

Aunque sus labios ya no se tocaban, su corazón ya no latía como antes.

Los ojos de la sacerdotisa se volvieron del color de la niebla. Extendió la perla.

— El agua los ha bendecido. Ahora son una sola entidad, como el océano y el cielo que se reflejan el uno al otro.

El príncipe Erionor apretó suavemente los dedos de Aliana. Había algo diferente en ese toque. Algo distinto al deber, distinto al acuerdo. Ambos tocaron la perla. Contrario a lo esperado, la superficie resultó ser cálida. De repente, su superficie se oscureció. Una grieta apenas visible recorrió la superficie lisa, y de su interior surgió un débil destello plateado. La sacerdotisa retrocedió bruscamente, su rostro pálido parecía concentrado, casi preocupado.

— Esto no debería haber sucedido.

En ese mismo momento, el viento cambió. La cálida brisa marina se volvió fría, como si la hubiera tocado una sombra. Alrededor de la isla, las olas se levantaban, formando patrones caprichosos en la superficie del agua. Parecía que el mismo mar los observaba. Desde el horizonte, una nube oscura se acercaba. Aliana volvió a encontrarse con la mirada de Erionor. En sus ojos ya no había solo calma: había algo más. Anticipación. Peligro. Lejos en el mar, a través del sonido de las olas, se escuchó un ruido que no pertenecía al viento. Y se acercaba.

El viento cesó y el mar se quedó quieto, como si esperara algo. Cerca de la sala, lavando el balcón de coral blanco, el agua se oscurecía lentamente. No de manera abrupta, no rápidamente: ola tras ola, se volvía más profunda, más negra, impenetrable. Y entonces el agua se movió. Primero fue una ligera oscilación, luego un remolino que levantó las olas hacia arriba, y algo emergió del agua.

Desde las profundidades, surgió una silueta gigante. Al principio, solo una sombra oscura, luego comenzó a tomar forma: largos tentáculos ondulantes que se movían en el agua. Una gigantesca sepia emergió del mar. Su piel brillaba con un terciopelo oscuro, como si las olas reflejaran las estrellas de la noche. Los tentáculos se movían suavemente, como el viento en las copas de los árboles altos. La criatura no miraba al templo, ni a los guerreros, sino a la princesa.

Aliana apretó la mano de Erionor. El miedo la hizo confiar en su enemigo, buscar protección en quien un momento antes consideraba el mayor peligro. Con un movimiento brusco, la sepia tocó a Aliana. Un tentáculo gigante se posó en su hombro. La piel oscura, cálida y suave parecía viva, fuerte, y al mismo tiempo, familiar. En el momento del toque, algo más que imágenes pasó ante sus ojos: recuerdos. Un pasado lejano. Ya la había encontrado antes. Su mano infantil, pequeña y valiente, había tocado esa misma piel alguna vez. ¿Cómo? ¿Cuándo? La joven no sabía la respuesta.

A su alrededor, había confusión, gritos, el sonido de botas, pero para Aliana, el tiempo parecía haberse detenido. Encantada por la criatura, no podía moverse.

— ¡Una espada! ¡Dame una espada! — Erionor tomó el arma de un guardia.

La blandió y golpeó el tentáculo. El sonido metálico resonó. La espada no dejó ninguna marca en el tentáculo. La sacerdotisa, sosteniendo la perla en sus manos, pronunció un hechizo. Sus ojos se llenaron completamente de una niebla gris que surgió de sus palmas.

La sepia retrocedió. Su cuerpo, como una sombra, se disolvió en las olas, y la tinta oscura que ya comenzaba a extenderse en el mar, de repente se volvió más clara, como si alguien hubiera limpiado la pintura de un cristal. El agua volvió a su color turquesa puro, y las olas llevaron a la criatura gigante de regreso a las profundidades.

— ¿Qué es esto? — La voz de Aliana temblaba.

— Goran, — Erionor, como si esperara el regreso de la sepia, no apartaba la vista del mar. — El Guardián Negro.

El príncipe devolvió la espada al guardia. Miró a la joven y en sus ojos apareció el miedo. El hombre extendió la mano y tocó su clavícula:

— Te ha marcado.

Aliana bajó la mirada. En su piel se veía una mancha negra. Asustada, la joven intentó limpiarla, pero no lo logró. La marca se había fijado en su cuerpo. Continuó frotando, como si eso cambiara la situación:




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