Horrizada y adolorida, Lioslaith intenta zafarse del brazo de su marido pero este la mantiene tan fuertemente agarrada que sus uñas se clavan en su piel haciendola sangrar.
Sin cuidado alguno, lo arroja dentro de un carromato.
-¡Y espero que no me ocasiones mas problemas o me veré en la necesidad de arrastrarte con mi caballo!-siseó el hombre, tomándola de los cabellos.
Dandole un fuerte bofetón, la dejo arrinconada en el carromato y se fue gritando ordenes a sus hombres.
Lioslaith apenas se podía creer lo que le estaba pasando. Sentía dolor en todo el cuerpo. Su marido se había encargado de recordarle que hoy era el día en el que finalizaba su Handsfasting. Ese ritual escocés de unión de manos que duraba un año y un día durante el cual, la pareja convivía como marido y mujer hasta que finalizaba el periodo acordado.
Bien, podría ser retomado de nuevo, casarse o vivir cada quien por su lado.
Bueno, su EX marido había decidido hacer esto último.
Esa mañana la había tomado por sorpresa en su habitación. Le había golpeado y humillado y después de haberla violado había salido presuroso de la habitación sin olvidarse de recordarle que ya no era bienvenida en su clan y que mas le valdría ir recogiendo sus cosas.
Adolorida y sangrando, no esperó recibir ayuda y se encargó de recoger sus pertenencias y acomodarlas en los desvencijados baúles que poseía.
Mas tarde, el volvió y sin ningún ápice de piedad, la volvió a golpear.
-Por fin, dejas de ser una carga para mí-le gruñó.- Al fin me liberó de ti y ya pude casarme con mi dulce Freida.
Lioslaith apenas dio crédito a sus palabras. ¿Tan pronto ya se había casado?
Sin esperar nada. El ordenó a algunos hombres a que llevaran sus baúles y el mismo la arrastró hacia el carromato ante la mirada de todos en el castillo.
Ahora, ella se encontraba sollozando su dolor físico. Sola. Ni siquiera había mandado a alguien que le curara sus heridas. Ella misma debió curarselas.
A pesar de estar inmersa en una nube de amargura y dolor, ella agradecía ser finalmente liberada de su unión con ese bárbaro de Ronald. La vida a su lado había sido una pesadilla. Y apenas entendía porque.
El, durante algunos meses fue a cortejarla a casa de sus padres. El mismo. Sin que nadie le obligase. El le había propuesto matrimonio. El había querido casarse ante Dios. Pero algo en sus palabras, la habían hecho dudar.
Por eso, ella había propuesto el Handsfasting y ahora se alegraba por ello.
Durante los primeros meses, todo había sido una luna de miel. Aunque sus momentos en la alcoba habían sido mas dolorosos y rutinarios que placenteros y extraordinarios, ella había sido feliz a su manera.
Hasta que después del tercer mes, el comportamiento de Ronald cambió. Se volvió indiferente, la ignoraba y la humillaba delante de todo el clan. Después, dejaba de aparecer por las noches en el lecho y cuando lo hacía la tomaba sin ningún miramiento haciendole un daño atroz.
Con el tiempo, ella comenzó a sospechar de que su marido le era infiel y cuando al fin pudo comprobarlo y plantarle cara, su infierno comenzó.
De alguna manera, Ronald logró engañar a su propio padre al decirle que su hija había sido vista retozando con varios hombres y su padre, creyéndole, la repudió.
Sola en el mundo, Lioslaith solo esperaba la muerte. Anhelaba estar lejos de Ronald pero cuando intentaba huir siempre era descubierta y castigada tan horriblemente que duraba semanas sin poder salir de su habitación.
Cuando se supo que estaba embarazada, Ronald la golpeó tanto que le provocó el fin del embarazo.
Ahora, ya era libre del violento Ronald y aunque no sabía que pasaría con ella de ahora en adelante, algo si sabía: si había logrado sobrevivir a las continuas torturas que Ronald le infligía podría sobrevivir a las highlands.
Sola.
La caravana del exilio emprendió la marcha sin que nada los detuviera. Ronald estaba ansioso de deshacerse de ella para volver a los brazos de su amada Freida. Desde el primer momento en que conoció a esa bella morena, todo su mundo cambió. Se dió cuenta del error que había cometido al casarse con aquella peliroja e planeó toda su caída.
Sabía que él padre de su ahora, ex mujer, no sentía mucha empatía con ella, así que un día actuó toda una obra de teatro para hacerle creer que se encontraba realmente ofendido por el descaro de su hija y había actuado tan bien, que el hombre la repudió sin perder tiempo.
Ahora, su ex suegro le hizo prometer que la escoltaría hasta una abadía dónde sería recluida a la fuerza pero el camino a la abadía era demasiado largo y entre más crecía la distancia entre el y su amada Freida, más se desesperaba. Así que decidió dejarla en cualquier lugar que le placiera. Al fin y al cabo, quién la iba a extrañar? Su padre? Su clan? El mismo Ronald?
Echó un vistazo al carromato y sacudió la cabeza.
Freida era mil veces mejor. En todo.
Después de limpiarse la sangre del cuerpo y de la cara y ver que sus heridas no eran tan graves como creía, Lioslaith se recostó sobre el piso del carromato. Aunque después de un rato, debió volver a sentarse.
El traqueteo de la carreta le lastimaba las ya adoloridas costillas.
El recordar como el la había pateado hizo que unas lágrimas de rabia e impotencia le brotaran de los ojos.
Llevaban ya casi medio día de camino y aún no sabía hacia donde la llevarían. El miedo le hizo no asomarse ni una sola vez al exterior y eso la atemorizó aún mas. Sintiéndose prisionera volvió a sollozar.
-Milady- escuchó en susurros. Lioslaith levantó la vista y vio a uno de los guerreros de Ronald asomándose con disimulo hacia ella. -¿Como os encontráis?
-Ya no soy tu señora.-le respondió con un hilo de voz.
El guerrero no contestó solo la miró con preocupación.
La cara de la chica se encontraba hinchada, llena de moretones y con sangre seca. Apenas se reconocía a aquella hermosa chica de cabellos rojizos y ojos verdes que alguna vez alegró la vida del castillo.