Una Extraña en mi vida [saga Italianos #3]

Capítulo 7

—Un viaje —Renzo sonríe pero yo enarco una ceja —hablas tanto del pueblo de tu abuelita que me ha causado curiosidad.

—Está a cinco horas en auto —él se encoge de hombros

—Conversaremos todo el viaje —la verdad pensaba que se aburriria pero parecia entusiasmado con la idea

—Bien —acomodo un mechón de cabello detrás de mi oreja —veremos cuándo vamos

—El viernes —él sube los pies en la mesita del centro —me estoy volviendo loco al estar encerrado, un viaje nos caerá de maravillas ¿Tienes familiares en el pueblo?

—Si, unos tios y primos que no conozco

Renzo sonríe y lo veo recostar su cabeza en el mueble, cierra los ojos, lo observó en silencio. Era muy guapo pero eso no lo hacía especial era su manera de ser, era un hombre amable, correcto. Recordaba la vez que me enteré las visitas sociales que hacia a hospitales para los niños enfermos, llevaban medicina junto con otro grupo de doctores, era algo que no gritaba a los cuatro vientos, lo mantenía callado.

—¿Estás de acuerdo? —pregunta y me doy cuenta que me ha atrapado con una sonrisa torpe por admirarlo

—Claro, iré a ver a Enrico para que se haga cargo de la señora Gertrudiz —asiente

—Esperó se pueda quedar con ella y los pequeñines

Suspiró y me centro en la pantalla de la computadora, había decidido seguir escribiendo aquel libro olvidado de poemas.

No podía negar que vivía con el temor de que Renzo descubriera la verdad, de que yo no era nadie en su vida, sólo una trabajadora de su clínica. Sabia que él no se lo tomaría para nada bien y lo entendía pero sabía que me rompería el alma su rechazo y sobre todo estas tardes en que nos sentábamos en la sala a charlar o mirar la tele.

De reojo lo miró mientras toma el comando de la televisión y empieza a cambiar canal, la señora Gertrudiz salta en su regazo y se acomoda para ser acariciada, levantó mi móvil y activo la cámara, quería atesorar recuerdos por que sabía que era lo único que me iba a quedar de él.

Renzo

—¿Me amas? —pregunta, avanzó hacia ella pero antes de tocar su hombro la escuchó llorar —¡Eres despiadado!

Sus palabras me han dolido muchísimo

—Escucha —murmuró pero ella sigue girando con furia

—¡Jamás te perdonaré esto! —ella corre lejos de mi y yo siento aquella sensación en mi pecho de culpa.

Al abrir los ojos respiro profundo, no entendía este sueño que se había vuelto recurrente, la chica de cabellos negros pero que no podia verle el rostro, me levanto lentamente de la cama, no queria despertar a Salomé.

Caminé hasta la cocina y me servi un vaso de agua, estaba sudoroso. Senti la cola de la señora Gertrudis en mis pantorrillas, me agache y la carge mientras caminaba hacia la sala para dejarme caer en un sillón, acariciaba el pelaje de la gata mientras revivia el sueño, quizás habia quedado algo pendiente con está chica y por esa razón soñaba con ella.

Debia buscarla para saber que daño le habia hecho y disculparme con ella.

Suspire y cerré los ojos mientras acariciaba a la gata.

*****

—Iré con ustedes —abro los ojos como plato y giró el cuello nada delicado para mirar a Renzo.

—Es un viaje en auto papá

—No importa —es que no me lo podia creer, el viejo metiche queria ir al pueblo de mi santa abuelita.

—No le gustará —murmuró por lo bajo

—¿Cómo lo sabes? —pregunta con petulancia

—Son cinco horas —me encojo de hombros y en el pueblo no hay un hotel elegante.

—¿Y dónde piensan quedarse?

—En la posada del pueblo — cruzó los dedos detrás de mi espalda, quería escuchar que dijera el viejo "no voy" —es humilde

El padre de Renzo entrecierra los ojos y queda un silencio un momento.

—Igual iré, después del accidente de Renzo me he dado cuenta que no he pasado tiempo con mi hijo.

Renzo no dice nada, lo veo muy pensativo, su ceño fruncido. Muerdo mi labio, desde que se levantó lo veo distraído.

—Claro que si soy una molestia para ti muchacha es otra cosa —aprieto los puños, estaba muy claro que el viejo quería hacerme ver como la mala.

—No es ninguna molestia —sonrió, ambos nos miramos a los ojos con molestia contenida.

Renzo

—Haré la cena —Salomé deja la camisa en su regazo, estaba sentada en una mecedora junto a la ventana, cociendo los botones a la ropa que le faltaba, reparando lo razgado. Se veía adorable, los rayos de sol que aún se filtraban por la ventana hacían verla como un hermoso ángel, sentía furia contra mi mismo al pensar que le pude ser infiel a está mujer maravillosa.

Ella sonríe, su rostro reflejaba una paz que tranquilizaba mi alma.

—¿Crees que puedas sólo? —la veo abrir aquella caja de galletas que estaba repleta de hilos de todos los colores.

—Lo intentaré, no has descansado en todo el día, me toca a mi hacer la cena

Ella guarda silencio por un momento y luego baja su rostro.

—¿Pasa algo? —preguntó y por un instante pienso que quizás yo no he sido una buena pareja, quizás la he hecho sufrir con la infidelidad o he sido el mayor hipócrita al pedirle que nos casemos y estando con otra mujer.

—Nadie había pensado en mi —murmura y me doy cuenta que no me he equivocado, he sido un malnacido con Salomé.

Caminó rápidamente hacia ella y me colocó de rodillas.

—Perdona si antes no lo he hecho —ella niega con su cabeza pero acuno su suave mejilla con mi mano —prometo ser mejor de lo que fui en el pasado, perdona todo daño que te haya hecho Salomé.

—Renzo... —sus ojos están aguados — debo decirte... —su voz suena a dolor y me lanzó para besarla, quería que olvidará el daño que le he hecho. No la quiero perder.

Pruebo sus lágrimas y mi corazón duele más, la beso con ternura deseo desde lo más profundo de mi ser, borrar todo el daño que le he hecho, pienso que si no he sido una gran persona no quiero recordar, no deseo saber lo que le he hecho que la he hecho llorar.




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