Una extraña me llama

3. Esperando

Estuve esperando.

Pendiente al teléfono.

Nunca se quedaba sin carga, siempre tenia puesto el volumen, y no me despegaba de el.

Fue así los primeros días.

Estaba paranoico.

No solo por el  hecho de que conocía acerca de mí, también me intrigaba.

Pero lamentablemente tenía que regresar a mi nueva vida adulta.

Y es justo lo que hago ahora.

-Bienvenido a Taco feliz ¿qué desea ordenar?

Si, trabajo en un restaurante de comida mexicano.

El local es grande, la entrada es de madera y sus orillas están decoradas con flores pintadas de cempasúchil, el color que predomina es amarillo, todas las mesas tienen manteles floreados o de cuadros, el material es de madera, hay aires acondicionados  colocados estratégicamente por el lugar y la cocina, la cocina es una belleza lleva de especias, carne, frutas y verduras.

Si no trabajara aquí seria cliente frecuente.

Me concentro en el chico al que aborde hace unos momentos.

Dejo que la persona hojee el menú por un rato.

-¿Tiene tacos al pastor?- Típico.

Tanta variedad y siempre piden lo mismo.

-Si

-¿Res?

-Si

-¿Tripa?

-Si

Odio este tipo de clientes, los indecisos.

En este empleo he aplicado la paciencia más que en toda mi vida.

Mantengo una sonrisa y contengo las ganas de golpear mi cabeza contra la pared.

-Deme 3 tacos de tinga y una coca.

Anoto la orden y me retiro lo más rápido que puedo.

Llego a la cocina y le entrego la orden al cocinero el asiente, me da una bandeja.

-Mesa siete, cara bonita- Rio por el apodo y tomo la bandeja.

El día que llegue a buscar trabajo estaba la hija del dueño, los aspirantes a meseros  estábamos a “prueba”, los trabajadores dijeron que la mayoría eran caras bonitas inútiles  que no podían correr porque la niña se molestaría, apostaron que nadie se quedaría.

Sorpresa, me quede.

-Como digas Barney- No sé dónde  salió ese apodo y tampoco quiero saber.

El resto del día se pasa entre clientes, bandejas y grasa.

No me quejo, la comida huele al cielo mismo. Lástima que no lo pueda comprobar.

 

 

Luego de fichar mi respectiva salida, fui a mi  departamento.

El lugar no era muy grande, pero era suficiente para mí. Consistía en  un baño, una cocina, lo que se puede considerar como sala y espacio suficiente para una cama y mis cosas.

Era pequeño, sí.

Esperaba más, indudablemente.

Es barato, sería el colmo si no.

Pero no puedo exigir demasiado, soy un actor inexperto en la ciudad de miles.

Suspiro.

Asiento mis llaves y paso mis manos por mi cabello.

En este punto del día soy como un robot. El cansancio actúa por mí, conecto mi teléfono y tomo mis cosas para bañarme.

Una vez adentro comienzo a desvestirme y en menos de lo que esperaba ya me encuentro bajo el chorro de agua.

No me tomo mucho tiempo.

Cuando salgo, ya vestido, me dirijo a mi cama y me dejo caer en ella.

-Tú eres la única que me entiende.-No me disculpare por hablarle a mi cama.

Me acomodo, agarro mi computadora, la abro.

Navego un rato buscando una audición disponible, no tengo suerte.

La apago.

Me levanto, desconecto mi teléfono y lo enciendo.

Después de que la musiquita de introducción pasa veo que tengo dos llamadas perdidas de un número desconocido.

Era  ella.

Quiero resoplar pero un sonido me lo arruina.

El teléfono ha comenzado a sonar. Contesto casi sin pensar.

-Hola- digo dudoso.

-La última es la vencida ¿No?

 

 

 

 

 

 



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En el texto hay: humor, adolecente, amor

Editado: 22.04.2019

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