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—¡Ha nacido la próxima heredera al trono!
Anuncio el juglar, agitando su tazón haciendo resonar el choque de las monedas dentro de él. Le agitaba más y más, aclamando con avidez y conservando la atención de los ciudadanos.
—¿Escuchaste? —pregunto una mujer, observando a su amiga, esperando su respuesta.
—Perfectamente. Sabes, dicen que ella... —La mujer se quedó callada por un momento y volvió a hablar— Lloro... —Murmuro en el oído de su amiga. Sus labios se volvieron a juntar en una línea, esperando una reacción de la otra mujer.
—¡¿La princesa lloro?! —Exclamo la mujer en un fuerte grito.
Las cabezas del resto de personas, damas y varones, voltearon a observar, el porqué de aquel grito. La atención ahora era completamente fija en la escena, los murmullos y preguntas empezaron a brotar de los labios de damas como varones.
El juglar agradeció en sus adentros el grito de aquella mujer, se posiciono al centro de la multitud. Los murmullos no tardaron mucho en ser acallados.
Acomodando su tazón sobre el suelo, se volvió a erguir por completo, aclaro su voz y comenzó a hablar nuevamente.
—Así como se ha dicho, mis compañeros —Exclamo con la voz en alto—. Nuestros emperadores, ya tienen en sus manos a la próxima heredera del Imperio —. Se comenzaron a escuchar mas murmullos, la noticia era sorprendente—. Bueno, todos sabemos que nuestra Emperatriz era supuestamente infértil. Pues, ahora sabemos que se ha tratado de una remota equivocación.
—¿Es cierto lo que se sabe sobre nuestra futura emperatriz? —cuestiono una mujer de entre la multitud.
—Como decía —Volviendo a retomar la palabra, su tono de voz había cambiado a uno más serio. Esperando poder explicar la situación—. Si, todo lo que han escuchado es la verdad —Permaneció callado por un breve momento, haciendo una leve pausa—. Una horrenda realidad... Oyuki la princesa, ha llorado al nacer.
El juglar en sentido de pesar, acerco su mano hacia su pecho, justo en el corazón como si se tratare de un hecho solemne.
La mayoría de ciudadanos imitaron su acción, a excepción de algunos que solo bajaron la mirada y guardaron silencio.
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—Es humillante —Se quejó Kiruma, la emperatriz, con una voz cargada de desdén y fatiga.
—¿Y me lo dices a mí? —Le cuestiono Kayoshi, irritado.
—Claramente, eres el emperador, y mi marido.
—Si, y tú la emperatriz, mi mujer.
—¿Y eso que tiene que ver? —Reclamo la mujer con pesadez.
—Eres la encargada de esa niña, tu la trajiste al mundo —Recrimino Kayoshi, observándola a los ojos.
—Si yo hubiera sabido, la clase de hija que di a luz, prefería haber muerto en el parto—Encolerizada se recostaba sobre la cama.
—Yo te dije que lo interrumpieras al inicio. O que simplemente fueras con mi madre. Pero tu decías "No pienso ir donde una pordiosera solo por una beba". ¿Recuerdas? —Le cuestiono Kayoshi, burlón.
—Claro que lo recuerdo. Aun así, no pienso ni siquiera pisar un pie en esas tierras —Declaro asqueada.
Tenían en claro en seguir la conversación, pero el suave llanto de la pequeña se los impidió.
—Tsk, será una maldita llorona —Reclamo el hombre, con un tono cruel al mencionar "llorona".
—¡Agh!, ¿Por qué teníamos que tener nosotros esta maldición? —Protesto cruzándose de brazos, fastidiada.
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—Pobre almita.
Se dijo a sí misma la anciana de cabellos dorados; paseándose de un lugar a otro.
Sus pasos eran nerviosos, formando pequeñas rondas. Las manos en su espalda, temblaban nerviosamente, en uno que algún minuto, se mordía alguna de sus uñas.
—¿Tiene...ella la culpa?
Pregunto en voz alta, sabiendo que no obtendría la respuesta.
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—Claro que la tiene.
Con delicadeza, pero aun con rencor en sus movimientos dejo a la beba sobre su cuna. Escucho como la pequeña hacia gárgaras, y volteo a observarla. Viendo a la pequeña albina, quien movía sus bracitos regordetes.
Cualquiera se hubiera derretido ante la ternura de aquella escena.
Excepto, Kiruma.
Kiruma, una mujer de treinta años de edad. Su cabello, largo y de un tono plateado que parecía reflejar la luz como si estuviera hecho de hilos de seda, cayendo suavemente en ondas sobre sus hombros. Unas trenzas delicadamente tejidas estaban en la parte superior de su cabeza formando un intrincado diseño, aseguradas por adornos de cristal y perlas escarlatas que destellaban con cada movimiento. En el centro de su peinado descansaba una tiara decorada con una gema roja como la sangre, cuyos bordes estaban rodeados por un filigrana de plata que se asemejaba a ramas heladas.
Sus ojos, de un azul glacial, que parecían observar a los mas profundo de cada alma que se le cruzaba.
Llevaba puesto un kimono oscuro como la noche, decorado con bordados de copos de nieve que brillaban tenuemente. El obi, era un cinturón de brocado en tonos verdes y dorados, abrazando su figura con elegancia, y pequeños detalles en hilo carmesí recorrían su superficie, combinando a la perfección con los adornos de su cabello.
Cada detalle de su figura demostraba su poder y estatus en el puesto de Tartarys como la Emperatriz.
—Repugnante —Murmuro con asco—. ¿Por qué naciste?
Le cuestiono a la criatura sobre la cuna, sabiendo que ella no podía responder a esa pregunta.
La pequeña solo hizo una gárgara lastimera, como si comprendiera el significado de esas palabras dichas por esa mujer; la que se supone que debía de darle amor.
Su madre.