Una Flor en el hielo

II - Reverencia

***

** Algunos años después**

—Eres una...verdadera maldición —La mujer de los cabellos grisáceos hizo una pausa. Aquellos ojos tan oscuros como las profundidades del mar se clavaban sobre la mirada de la pequeña, la cual sentía que esa mirada le arrebataría su alma.

La chiquilla, ya de unos 5 años, de una cabellera blanca como la nieve, y unos ojos celestes como si se tratara del cielo mismo. Sus manitos se encontraban ocultas bajo la falda del vestido que llevaba puesto.

Apretaba con mas fuerza su agarre, intentando reprimir sus ganas de llorar. Sintió como nuevamente esa increpa mirada la hacia sentir como el ser más insignificante del planeta.

—¿P-podrías dejar de observarme de ese modo, madre?

—No.

Escucho con temor la respuesta de la mujer. Los pelos se le ponían cada vez mas de punta, el miedo aumentaba cuando sentía como esos oscuros ojos la observaban de pies a cabeza.

—Deberías..., de guardar esa opinión. ¿Me escuchaste?

Ella sabía que esa oración no era un simple pedido, era una orden.

—S-si —Respondió en un tono de voz casi inaudible; empezaba a alterarse debido al recelo en su cuerpo.

—¿"Si que"?

—Si, señora.

Bajo su mirada, con clara aprensión y nerviosismo en su pecho hacia sus manos que permanecían sobre su regazo.

Levanto la mirada otra vez, notando que nuevamente se encontraba sola. Un suspiro tembloroso se escapo de sus labios y se recostó sobre la cama.

Soltó una pequeña protesta al escuchar como tocaban la puerta de su recamara. Ya con sus pies sobre el suelo, sintió como el frio piso comenzaba a rociar con la calidez de sus pies calentitos.

—Uh, ¿quién es? —Pregunto antes de agarrar la manilla de la puerta entre sus manos.

—Princesa Oyuki, la esperan en el jardín —Hablo una voz grave.

—¿De... parte de quién? —Reclamo manteniendo su mano en la cerradura.

—Su institutriz.

Respondió la voz. Perteneciente al joven almirante, Takashi Shimizu.

Era un joven de alta estatura y un porte imponente, destacando entre los guerreros mas curtidos de Tartarys. Su cabellera negra, reluciente y llamativa como la obsidiana pulida, cayendo con elegancia sobre sus hombros, no faltaba decir que era la envidia de los otros hombres que no podían igualar su distinción.

Sus ojos verdes, profundos y serenos, era como admirar el mismo prado. Vestía una armadura oscura, las placas metálicas, opacas y sin brillo, reflejaban su deseo de discreción en el campo de batalla, pero no podían ocultar la cuidadosa manufactura que mostraba su alto rango. Cada pieza estaba decorada con grabados en formas de dragones, símbolos de lealtad al imperio. La hombrera izquierda, más ornamentada que el resto, lucía un emblema dorado que señalaba su autoridad como almirante.

—Oh!, eres tú, Shimizu —Apartó la puerta por completo, observando al joven frente a ella y echando una leve mirada a su fornido torso.

Dio una pequeña reverencia, levantando sus ojos, distinguiendo como esos ojazos verdes la observaban por poco con reprensión.

—¿Sucede algo? —Le pregunto nerviosa.

Al no obtener una respuesta clara, nerviosa empezó a morder su labio inferior, dejando marcas de dientes sobre ellos.

—Yo... bajaré al instante.

Con los ojos fijos en el suelo, emprendió camino. Se detuvo abruptamente al levantar la mirada hacia arriba, prestando atención a como el joven le impedía el paso.

Movió sus labios para tratar de articular alguna palabra o sonido, desconociendo que esta vez el almirante tomaría la palabra.

—Su Excelencia. Lamento el incomodarla de esta forma, pero, yo pretendo que tenga algo en claro entre nosotros.

—¿Uh?, ¿y que sería?

—El que debería de estar de rodillas, soy yo, no usted. ¿Lo ha entendido, Majestad?

—Si... Shimizu.




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