Una Flor en el hielo

III - Tatar

***

Acostumbrarse a los títulos de la realeza, era simplemente algo complicado para Oyuki. Para otros no era nada del otro mundo, a excepción de ella, quien nunca acostumbraba a ser llamada de esa forma. Le resultaba como un tipo de carga extraña, como un abrigo demasiado pesado.

La atmósfera en el salón era muy densa. La luz de las lámparas de cristal apenas iluminaba los rincones, proyectando unas sombras y formas distorsionadas sobre los muros de piedra. Oyuki siempre solía sentirse pequeña en medio de esos pasillos, y hoy podía sentir una opresión más fuerte en su pecho que en días anteriores.

—Majesty.

Logró escuchar esa voz grave tras sus espaldas, interrumpiendo sus pensamientos. Volteando la mirada se encontró con el dueño de aquella voz. Lo primero que vio, fueron esos ojos oscuros profundos.

—¿Takeo?

—El mismo —respondió el denominado con el nombre de Takeo. Dando una ligera reverencia.

Un hombre ya pasando en la edad adulta, entre los veinticinco y treinta años. Su cabellera castaña oscura como el tronco de un árbol, y unos ojos grisáceos oscuros. Vestía una túnica larga de lino gris, ceñida a su cintura por un cinto de cuero. Sus pantalones, de un tono marrón oscuro, estaban acomodados dentro de unas botas de cuero.

—¿Y necesita algo en particular, Takeo? —le preguntó la princesa, moviendo su cabeza lado a lado; curiosa.

—Majesty, como la costumbre lo amerita, debe de reunirse con sus padres esta tarde. Es vuestra obligación, Majesty.

Cada vez que mencionaba "Majesty", la cabeza de Oyuki bajaba un poco más. Takeo lo notaba. Oyuki sentía como su corazón latía con un ritmo demasiado pesado, lo que la empezaba a volver un poco ansiosa.

—¿Se encuentra bien, Majesty?

—Si, todo bien —respondió con neutralidad. Su incomodidad era notable solo por su tono de voz.

El castaño notó como la mirada de la joven se encontraba solo fijamente en el piso del salón.

—¿Algo más que explicar, Takeo?

Takeo escuchó que la princesa le preguntaba algo. Su cabeza permanecía aun mirando hacia abajo, no sabía si era él, o su imaginación, pero era claro que la joven princesa estaba nerviosa e incómoda. Y ella podía jurar que con cada minuto que pasaba aquella sala estaba más fría.

—¿Por qué se encuentra "nerviosa", Majesty? —la joven levanto un poco la cabeza. El tono serio y grave por el que fue llamada le aterraba.

Cualquier, menor tartariano hubiera levantado la cabeza con actitud desafiante.

Oyuki, no.

Era claro que Oyuki ni conocía aquella palabra, no estaba en su estilo y personalidad. En general, todos murmuraban y decían que ella debía de tener si o si, el carácter de ambos padres o por lo menos una pizca de estos dos.

Algo que hacía desigual a Oyuki; quien no tenía ni vestigios genéticos de parte de sus padres en su temperamento, y eso, todos lo sabían.

—Ah, bueno... No lo sé —respondió ella, encogiéndose levemente de hombros.

—Usted sabe perfectamente que eso no es una respuesta, ¿cierto?

Le preguntó el hombre, consiguiendo solo silencio como contestación. Espero otro par de minutos, solo logrando la misma declaración.

¿Es que acaso su institutriz no le ha enseñado a responder simples preguntas, Tatar? —pregunto con aspereza, pronunciando lo último con un asco apenas disimulado.

La pregunta cayó como un golpe seco.

Oyuki no pestañeo. Era la primera vez que alguien se dirigía a ella de esa forma.

"Tatar". Era una expresión usada por la mayoría de tartarianos, utilizada para referirse a los individuos desiguales a ellos, mayormente los "inútiles", "molestias", "débiles", "escorias", y los que no encajaban en el Imperio.

Escuchar eso por parte de un noble hacia una "Majesty", básicamente era una gran falta de respeto, cosa que la menor aún no procesaba en su mente.

—Uh... No lo sé —respondió con su típico tono de voz, lo que principalmente irritaba más a las personas. El cual era dulce como la miel, cualquier persona que no fuera de esos lares estaría encantado de oírla.

Los tartarianos, no.

—Detestable.

Esa palabra, Oyuki la sintió como un latigazo en su pecho. Sintiendo como la vergüenza trepaba por su garganta, y se aferraba a su pecho. Escucho como la voz de Takeo se volvía más brusca con cada minuto que transcurría. Volviéndola al rato ya cruel y pesada.

El peso de la vergüenza sobre sus hombros, le hizo bajar la mirada.

—Lo lamento.

—Pues debes de lamentarlo, Tatar —respondió con brusquedad.

Y sin más, Takeo se dio una media vuelta. Al levantar la cabeza, noto que el hombre ya no se encontraba en el lugar, y escucho la puerta cerrarse con fuerza. Dejándola sola en la frialdad de la habitación.

Solo había silencio con su respiración entrecortada.

—Yo no soy una "tatar" —se habló a ella misma.

Sus dedos se aferraron a la tela de su vestido con fuerza, con las uñas clavándose en la fina tela.

—¿O sí?

Aquella pregunta le dejo pensando un momento, lo cual le empezaba a atormentar. Ser llamada de esa forma, "tatar", en lo profundo de su corazón le empezaba a doler.

Observó su rostro en el espejo del frente, notando como una pequeña lágrima bajaba por su mejilla. Con su dedo índice, la acarició secándola con cuidado.

Cerró los ojos por un momento, y recordó que ella algún día llegaría a ser la Emperatriz. Ella sería la que llevaría su Imperio sobre la cabeza. Abrió nuevamente sus ojos, pero estos brillaban con algo desconocido en su mirada.

—No, yo jamás seré una Tatar —se dijo con determinación.

Estaba segurísima, ella nunca sería una tatar. Lo repetiría cada noche, sin importar que su garganta terminara secándose.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.