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—Nuestra opinión es esta: culpable.
La última palabra del jurado fue escuchada y tan solo podían escucharse los aplausos de las personas ante su decisión.
—Culpable. Buena decisión, jurado.
Cada ojo se dirigió hacia atrás, escuchando al dueño de aquella voz.
—Alegran mi día con solo escuchar vuestras decisiones —comentó el hombre, con calma.
—¿Emperador Kayoshi? —preguntó el juez.
—El mismo.
—Es un honor tenerlo aquí Emperador —habló el juez, dando una reverencia en señal de respeto ante su superior.
—¿Viene con compañía, Emperador? —le cuestionó uno de los hombres en el lugar.
La mirada del hombre se oscureció por un momento, haciéndose presente una vena en parte de su frente, mientras que sus puños se apretaron con fuerza.
—Oh, sí. Con mi hija. Si es que así debería llamarla —murmuró lo último con desagrado, manteniendo su rostro calmo.
La pequeña solo formó una leve sonrisa a las personas del alrededor, recibiendo malas miradas por parte del resto.
—Bueno, señor mío. Ya continúan los siguientes juicios. ¿Gustaría estar presente?
—Por supuesto, esto no me lo pierdo por nada.
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Los hombres se alejaron con su superior al frente de la sala. Cada uno en su respectivo lugar y asiento, el más alto se ubicó en un gran trono que estaba en el centro de los demás.
La peliblanca al ser dejada atrás, se acomodó en uno de los asientos desocupados para el público. Sentía las miradas que le indicaban el asco y repulsión que sentían al ver su persona. Su calma volvió al ver a la joven de cabellos oscuros sentada a su lado.
—Triqui, no te había visto —murmuró Oyuki aliviada.
—Usted siempre tan despistada.
—Ja, ja, ja, mentira no es.
La pequeña esbozó una sonrisa. Ambas aliviadas de no tener tantas miradas ya encima.
***
—¿Dónde se encuentra ella ahora?
—Salió junto con el Emperador.
—¿El maldito Kayoshi? —repitió Crótalo, con sus ojos ardiendo en ira—. ¡¿Estamos hablando del mismo desgraciado que me arrebato al amor de mi vida?!
—El mismo, Crótalo.
—Agh, maldito Kayoshi.
—Cálmate, no podemos permitirnos peleas en este momento.
—Lo sé. Encárgate de estar cerca de la mocosa, no puedes permitirte perder su confianza.
—Comprendo, nos veremos más tarde.
La puerta se cerró suavemente, dejando al hombre solo con sus pensamientos.
—Kayoshi, eres un miserable —espetó con desagrado.
***
—El juicio ha comenzado.
Silencio absoluto reinaba el lugar. Miradas juzgadoras, asqueadas y crueles se dirigían hacia las personas encadenadas frente a los ancianos.
—Que repugnantes.
—Tatars, que asqueroso.
—Su sola presencia me incomoda.
Nuevamente los murmullos cesaron ante el sonido de la campana sonar.
Un hombre ya de edad, se incorporó en el lugar. Era de un aspecto refunfuñado, su vestimenta se basaba en una chaqueta oscura con unos botones dorados, unos pantalones largos, y zapatos de cuerina.
Su caminar se detuvo frente a los prisioneros, mientras su mirada recorría cada centímetro de apariencia de las personas encadenadas.
Una mueca de asco se formó en su expresión, a la vez que seguía observando a los "Tatars".
—Arruinan nuestra reputación con vuestra existencia.
—Puras mentiras escucho que salen de vuestra boca, "señor" —Comentó una voz burlona, en medio de los reclusos.
Las miradas de inmediato se enfocaron ante el dueño de la voz.
—Tú, eres la peor Tatar que se ha visto. Kisa.