Una Flor en el hielo

IX - In Perpetuum

***

Las miradas se mantenían cada vez más expectantes con el pasar de los minutos por la situación presente.

—Kisa, Kisa —repitió el hombre con desagrado—. La peor Tatar que nuestra Tartarys ha tenido.

—En lo personal, la mejor hasta ahora —dijo Kisa con burla, mostrando una risa socarrona.

—Eres insoportable.

—Eso es tan solo la mejor parte.

El ceño del hombre se frunció, su mandíbula comenzó a tensarse con cada comentario de la joven. Los cuales eran cada vez más burlones e insultantes que los anteriores.

Los murmullos de las personas comenzaron a hacerse presentes nuevamente. No transcurrió mucho rato, y la sala ya estaba llena de ruido debido a los susurros de la gente.

—Silencio.

Las voces de inmediato cesaron al percibir aquella voz. Sus rostros podían permanecer estoicos, pero sus cuerpos no evitaban temblar y estremecerse con temor al saber quien era el dueño de esa voz.

—Emperador, lamentamos las molestias en este momento —se disculpó uno de los ancianos.

Las personas comenzaron a guardar silencio, expectantes a lo que respondería el hombre. A excepción de Kisa.

—Ay por favor. ¿En serio se callan por un viejo mandón? —comentó con una sonrisa burlona.

Un escalofrío recorrió por la espalda de las personas, aunque ninguna demostraba indicios de inquietud. El temor comenzaba a incrementarse en sus pechos, peros sus rostros se mantenían impasibles. Con cada minuto de silencio del Emperador, solo empeoraba la situación.

—¿Le comió la lengua el gato, Emperador?, ¿o acaso no tiene agallas? —preguntó en un tono desafiante.

Esa fue la gota que derramo el vaso. Un fuerte golpe se escuchó provenir del gran trono.

Las miradas se volvieron al frente, sin reacción alguna en sus rostros.

—Hablas tanto, pero sabes tan poco.

Kayoshi se levantó de su lugar, acercándose con paso lento y firme. Quedando frente a la joven encadenada.

—¿Tanto te gusta llamar la atención?

—Al igual que ustedes. Siempre, los de la alta alcurnia sobre todo.

—Así que, estás celosa. Con razón los Tatars son tan miserables.

La peliblanca escuchaba desde su sitio la conversación, no podía evitar sentir el como su pecho se apretaba con fuerza aquellas palabras.

—Por eso, he tomado esta decisión. Claramente esto será un gran beneficio para nuestros colegas —agregó dando un guiño hacia el público—. Todos los Tatars de mi Imperio estarán condenados, a partir de ahora a la edad de catorce años, a morir.

El silencio se apoderó de inmediato en el salón. Con el transcurso de los minutos, las risas comenzaron a hacerse presentes en el lugar.

—¡Si!

Se escuchó como las personas aprobaban aquella decisión. Las miradas de los prisioneros e incluso Kisa, se volvieron blancas como la nieve.

—Está decidido. Cada niño, niña Tatar cuando cumpla la edad de catorce años, recibirá pena de muerte. Incluida la miserable de mi hija.

Las puertas de la sala se abrieron de par en par, ingresando los verdugos al lugar. Las risas bajaron su intensidad, permitiendo que se escucharan cada suspiro y pisada.

—Adelante. Quiero que hagan un buen trabajo —recalcó lo último con un tono demandante.

Los hombres asintieron, el Emperador solo ensancho una sonrisa burlona, manteniendo su rostro impasible.

—Que quede claro, esta ley, ya está aprobada —informó uno de los ancianos.

—Perpetuamente —agregó otro anciano a su lado.

El público de la sala estallo en aprobación, a excepción de Kisa y los demás. La peliblanca en medio de las personas se encontraba de igual forma pálida.

—Acabemos con esto.




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