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La sangre se extendía en el piso, formando un escenario macabro que impregnaba el ambiente. Los gritos, llantos y lamentos, tan desgarradores en un inicio, se hacían cada vez más inaudibles e incoherentes con el paso de los minutos.
Y aún así, entre tanto dolor, las risas, esas malditas risas permanecían presentes en la corte, resonando como ecos perversos que se entrelazaban con los murmullos de los presentes.
El estruendo metálico de las espadas seguía resonando en el aire con cada golpe que proporcionaban. Un golpe, otro, y otro más. Carne desgarrada. Huesos quebrándose. Un cuerpo cayendo, y otro siguiéndole. Desde cualquier rincón de la sala era visible aquel líquido carmesí manchando la gran alfombra con cada gota que salía de esos golpes, esparciendo la muerte con cada gota que caía.
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Paralizada. Así me encontraba.
Mi pecho se comprimía con cada segundo que pasaba, como si el aire hubiera sido reemplazado por ceniza caliente. No podía mover ningún músculo, ni siquiera podía pronunciar palabra alguna. Ni un simple gemido de sorpresa o temor. Solo permanecía quieta. Como un maniquí. Solo mis ojos abiertos podían reflejar el terror que ocurría en frente de mí. Quería poder gritar, pero parecía que hasta mi voz termino siendo arrancada por un momento.
—Majesty, reaccioné —escuché cómo mi edecán me llamaba. Pero, aun así su voz era otra cosa de las que mi mente por el momento pasaba por alto.
¿Qué podía hacer en un momento como este?, ¿cómo esperaba Triqui a que reaccionara a esta matanza?
Frente a mí presenciaba como personas, niños de mi edad, más o menos, perecían frente a mis ojos. Siendo arrancados como hojas secas por el viento. Y yo...
¿Yo?
No pude hacer nada... nada. Nada, solo me quede observando y escuchando sus gritos de agonía.