Una Flor en el hielo

XIII - Duelo

***

Los cuerpos ni siquiera fueron enterrados con la dignidad esperada. Fueron arrojados a las afueras del Palacio, a manos de los animales salvajes como los lobos u osos del bosque. El olor a sangre inundaba el lugar, por lo que era atrayente para ellos.

—¿Los habéis dejado a las afueras del palacio? —pregunto Takeo.

—Si, señor.

—Bien, aquí está la recompensa del Emperador —le entrega una bolsa con monedas dentro.

El hombre da una reverencia, saliendo de la sala. Takeo le siguió, quedando el lugar solo.

***

Sus ojos ya estaban de un color rojo e hinchados de tanto llorar, cubría su rostro con las sábanas ocultándose dentro de ellas.

Los temblores iban apareciendo en su cuerpo, provocando que leves hipidos se escaparan de sus labios.

—¿Por qué?, ¿por qué me tiene que pasar todo esto a mí?, ¿por qué yo?

¿Por qué?

Esa pregunta no se la quitaba de la cabeza, ¿Por qué?, Desde pequeña fue vista como una maldición, una escoria para el Imperio. Siempre tratada de mala manera por sus progenitores, y nunca recibiendo el cariño que tanto necesitaba.

Y ahora, que había empezado a sentirse aceptada, le terminaran arrebatando su alma.

Podía jurar que seguía escuchando los gritos y gemidos de agonía de ese fatídico día. Era tan.... Horroroso que ni siquiera podía conciliar el sueño sin tener pesadillas.

El trato de sus padres hacia su persona no fue diferente, sino que incluso peor. Podía jurar que se mofaban de ella, y de su sufrimiento. Con lo cual solo pudo resignarse a esas burlas.

—¿Dónde se encuentra esa doncella tuya? —le cuestiono en una mañana Takeo.

Oyuki no respondió, manteniendo la cabeza hacia abajo.

Sintió como la tomaban por la barbilla, y Takeo le obligaba mirar hacia sus ojos. El hombre solo escapo una risa seca al notar como los ojos de la princesa se encontraban rojos por el llanto, y unas ojeras oscuras bajo ellos.

—Se ve tan ridícula, Majesty. ¿Por qué llorar por los muertos? —pregunto con sarcasmo, manteniendo un rostro sin reacción—. Los muertos no vuelven, no sirve de nada estar gastando agua en algo que no renacerá.

Takeo soltó su barbilla, saliendo de la sala y cerrando las puertas con fuerza.

—Porque ellos son personas importantes —murmuro Oyuki con los ojos llorosos.

***

Con delicadeza desenredaba sus cabellos con su peine. Ese mismo que utilizaba ella cada mañana. Se miro frente al espejo, tratando de sonreír frente a su reflejo como costumbre.

Sus ojos se enfocaban en que sus mejillas estaban entumecidas por llorar, y tenía un aspecto...

—Patético —murmuro.

A pesar de sus intentos en sonreír frente al espejo, solo terminaba en llanto. Cada vez que las lágrimas aumentaban, sus hombros empezaban a temblar.

—Cállense... cállense —suplicaba entre sollozos, tomando su cabeza entre sus manos—. Cállense por favor.

Sus pensamientos no podían parar de recordar una y otra vez aquellas grotescas escenas. La sangre manchando aquella blanca alfombra, los gritos y suplicas llenos de dolor.

—¡No, por favor, tengo dos hijos pequeños!

—¡Mami!

—¡Por favor, se los suplico!

El sonido de las espadas acabando con aquellos gritos de agonía retumbaban en sus oídos.

—Paren, por favor.

Su voz se detuvo al escuchar la cerradura de la puerta abrirse.

—Sus padres vendrán en unos minutos, Majesty —le informo una doncella, la cual al terminar su mandado salió de la habitación.

De inmediato se levantó de su butaca, secando su rostro con un paño. Acomodando sus vestidos, se sentó en su cama, tratando de fingir que estaba estudiando.

—Eres pésima mintiendo, niña —reconoció esa voz como la de su padre, Kayoshi.

—No me sorprendería de una Tatar como ella.

—¿A q-que vinieron... señores? —pregunto en un ligero tartamudeo

—Ah si, lo olvidaba. Tenemos noticias para la "llorona" —se burló—. Bien. En unos días iniciaras tu entrenamiento.

Oyuke le miro sorprendida.

—No nos mires de esa manera, pareces uno de esos bichos nocturnos —comento Kimura severamente.

—Exactamente, y esas bolsas oscuras bajo tus ojos no ayudan niña —dijo Kayoshi cruzándose de brazos.

—Te vez simplemente ridícula —se mufa Kiruma—. Bueno, siempre lo has sido.

Oyuki los escuchaba en silencio, mientras sus manos se volvían puños, y de tanta fuerza ejercida empezaron a volverse de un color blanquecino.

—¿Por qué? —murmuro con voz temblorosa. Ambos adultos se voltearon a verle con sorna—. ¡¿Por qué se burlan de mi sufrimiento?! —exclamo.

Los dos adultos se miraron entre sí, soltando unas risas secas.

—¿Por qué? —repitió Kayoshi, mostrando una sonrisa burlona manteniendo un rostro impasible—. Porque es divertido.

—¿Divertido? —cuestiono Oyuki incrédula ante esa respuesta—. ¿Cómo les puede parecer divertido tratar a su hija de esta forma?

—Simple, es divertido —repitió Kayoshi.

—Son.... ¡Los peores padres! —exclamo Oyuki ya en llanto.

—Nunca ha sido nuestra intención ser los mejores —respondió Kiruma con neutralidad.

Oyuki los miro con los ojos brillantes por las lágrimas, escuchando con un estremecimiento en su cuerpo como cerraban la puerta con brusquedad, y salían de sus aposentos.

—Son unos malos padres —volvió a repetir en un sollozo.




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