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—Este es vuestro entrenador, Majesty —hablo la mujer dando paso al hombre a su lado.
El hombre estando frente a la joven princesa, dio una reverencia y volvió su mirada a ella.
—Un gusto, princesa —dijo el hombre con seriedad, aunque en su tono de voz se notaba la resignación y asco en ella.
—El gusto es mío, señor Arcur —respondió Oyuki con una sonrisa no correspondida.
—Bueno, los dejo en sus tareas —dijo la institutriz, y salió de la sala dejándolos solos.
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—Se nota que nunca has tocado un arco —hablo el hombre frotando la punta de su nariz.
Oyuki no le respondió, tratando de mantener el arco bien sostenido como le habían enseñado. Fallando múltiples veces.
La ultima es la vencida, y después de mucho rato pudo aprender a tener bien tomado el arco.
Arcur no era un hombre paciente, así que con solo esa demostración empezó a enseñarle a disparar las flechas.
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—¡Dispara bien!, mocosa inútil —Exclamó el hombre frustrado, frotando sus sienes.
La peliblanca con nerviosismo se acerco a recoger la flecha del suelo, y volvió al lado del hombre con su mirada hacia al suelo por la vergüenza.
—Ni puedes lanzar bien una simple flecha —La observo con desdén cruzando sus brazos.
—Lo lamento.
—Tsk, hasta lamentándote eres pésima.
Su mirada se volvió gélida, y su rostro expreso una mueca de desagrado. La joven solo pudo expresar su nerviosismo con pequeños temblores, y apartando la mirada.
—Aun no comprendo como puedes ser la princesa.
—Pero, los emperadores son mis padres. ¿No es obvio?
—Obvio o no, eso no cambiara que no sirves para el cargo de princesa.
Reprendió Arcur con rudeza, acercándose al lado de ella con fuertes pasos.
—Ser o no ser de la realeza, no te hace nuestra princesa.
Declaro estando al frente de la niña, sus ojos recorrieron el cuerpo de ella, y soltó un bufido molesto.
—Tu cuerpo, es tan débil —su ceño fruncido se acrecentaba con las palabras que decía—. Los tatar no debieron de haber existido.
Sus ojos se mantuvieron cerrados, sus manos apretaban con fuerza las flechas entre ellas.
—¿Por qué nos tienen tanto rencor? —pregunto ella en un suave susurro.
—¿Por qué?
Le recrimino con otra pregunta y un tic en su ojo derecho. El ambiente se empezó volver tenso, pareciendo que podía cortarse una manzana por la mitad.
—¿Por qué? Eso no pienso respondértelo, Tatar —Aflojo el agarre de las flechas en sus manos, dejándolas caer al suelo.
—¿Ya se va?
No recibió respuesta alguna del hombre. Encontrándose sola segundos después. Un suspiro tembloroso escapó dé sus labios, y su mirada bajo hacia el suelo nuevamente.
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Su caminar era pesumbroso, mientras que sus manos arrastraban por el suelo el arco junto con un pequeño bolso.
—Esto es agotador —del cansancio sentía como las gotas de sudor transcurrían por sus mejillas.
Escucha como las hojas rociaban con el suelo, y el crujir de las ramas por los animales salvajes.
—Y el sol, ya se esta ocultando —observaba con preocupación como la gran estrella iba bajando al oeste—. Demonios...
Bufo con frustración al sentir como el viento chocaba con su rostro.
Con pesar en sus músculos seguía caminando a rastras, avanzando y escuchando los sonidos de la naturaleza con una mezcla de pisadas.
Con cada minuto que pasaba comenzó a escuchar pasadas tras ella. Al afinar mejor el odio, comprobó exactamente que alguien la estaba siguiendo.
—¿Debería preocuparme, o seguir avanzando?
Se pregunto a sí misma, deteniéndose en seco y empezando a plantearse en las posibilidades de ocultarse, o seguir caminando.
Si se escondía, claramente seria encontrada. Ya que siempre escogía los peores escondites, y lo otro, solamente era avanzar todo lo que pudiera. Y ultimo que le quedaba era correr, aunque de todas formas no le resultaría efectivo.
Considero parcialmente la idea de salir corriendo, pero igual la descarto.
—Eso no resultara.
Con paso lento, continuo su camino. Prefería evitar reencuentros con ladrones o carteristas, aunque estos últimos abundaban más.
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—¿Esta ella en el bosque? —pregunto la anciana con emoción.
—Si, nada del otro mundo —le respondió el niño con un tono arisco.
—¿Por qué la quieres conocer? —le pregunto la niña a su lado.
—Solo es una pequeña razón —murmuro—. Tráiganla aquí.
—Bien —respondió el niño con molestia.
—Aun así, no pienses que la trataremos bien.
La anciana solo dio un asentimiento, y ambos niños salieron de la sala.
—¿Por qué crees que la abuela querría esto?
—No lo sé, pero, nunca ha estado de ese modo.
La puerta de la casa se abrió, y se cerró con brusquedad, saliendo ambos niños a través del bosque.
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Siguiendo el camino no avanzo mucho hasta llegar a un pequeño claro. El lugar era a simple vista hermoso, el agua resplandecía a pesar de los pocos rayos de sol.
—Vaya, que preciosidad —Murmuro con sorpresa, observando con un brillo de emoción en sus ojos.
—¿Precioso, cierto?
Escucho como una voz hablaba tras sus espaldas, y sintió un escalofrió recorrer por su columna. Volteándose se encontró con dos niños desconocidos, un niño y una niña.
—¿Ustedes son los que me estaban siguiendo? —pregunto con curiosidad, ya que tenia en claro que en otros casos eran adultos los que perseguían personas, no niños como ella.
—Si —se apresuro a responder el niño. Su voz se mantenía arisca y con una sonrisa burlona.
—¿Por qué? —cuestiono arqueando una ceja.
—Nuestra abuela quería verte —le respondió la niña, observándola de igual forma que el chico.
Sabia que no debía confiar en los desconocidos, pero esta era su única de no ser atacada o algo parecido.