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No tuvo más remedio que simplemente obedecer y seguir a ambos niños. El ambiente era simplemente incomodo, debido a que ninguno de los niños emitía o hacia algún sonido o mueca. Podría decirse que se podían incluso escuchar sus pensamientos.
«Que incómodo»
Pensó Oyuki, manteniendo la mirada hacia el suelo. Evadiendo cualquier tipo de contacto visual.
El sonido de sus pisadas sobre la nueve era lo único que pronunciaba sonido por parte de los tres. La pareja de hermanos mantenía su mirada en el frente, y a cada segundo observaban por el rabillo del ojo la figura de la más baja.
No evitaban sentirse superiores ante la albina, ya que esta solo se estaba manteniendo de forma dócil con ellos dos.
Unas pocas risas empezaron a salir de los labios de ambos hermanos, Oyuki al escucharlos hizo una expresión curiosa en su rostro, ignorando el hecho y la razón de sus risas.
—¿Por qué se están riendo?
Las risas solo aumentaron su intensidad, dejando a la muchacha aún más confundida. Con el traspasar de los minutos, sus carcajadas seguían aumentando. Lo cual seguía siendo confuso para Oyuki.
«¿Que les estará dando risa?»
Una gota de sudor bajo por su frente, siguiendo todavía el paso de los niños. Quienes aún se reían por el camino.
Pasando ya unos buenos minutos, las risas cesaron de repente. La joven empezó a notar que los dos hermanos mantenían una mirada más perezosa.
Totalmente opuestos a su comportamiento minutos antes, pero prefirió mantener la boca cerrada.
***
Avanzaron hasta llegar a una cabaña. Era pequeña y se veía algo desatendida, pero, sus materiales no eran nada baratos. Si no que eran, costosos. La madera a simple vista era de un material fabricado por los Castellianos, los cuales eran de los primeros modelos hechos por ellos, y uno de los diseños más antiguos y ansiados en esta época.
Las ventanas estaban a medio romper, y la puerta era de un metal especial. Lo cual Oyuki noto, ya que lo había visto en algunas armas tartarianas.
La vista de la muchacha fue al frente al ver como el niño abría la puerta, y le ordenaba ingresar dentro. Sin cuestionarlo, entro, siendo seguida de la otra niña y finalmente el niño que cerró la puerta con fuerza.
—Anciana, ya la trajimos —Con rudeza, empujo a la joven albina hacia al salón.
—No seas tan brusco, idiota —su hermano la observo con una mueca irritada.
—Tú no me dices que hacer.
—Como digas —abrió la puerta del salón, y le dio el paso para que Oyuki ingresara—. Lo hice mejor que tú —el niño solo le saco la lengua.
Al entrar la muchacha al salón, lo primero que observo fue la figura de una mujer ya de edad.
Está última al escuchar sus pisadas, levanto la mirada y observo a la niña en frente.
—Oh, Oyuki, ¿cierto? —ella asintió—. Te vez igual a cómo te imagine.
—Fea —menciono el otro niño.
—No. Eres idéntica a tu madre —Oyuki bajo la mirada, y volvió a sentir como su barbilla era levantada, volviendo su mirada hacia la mujer—. Y no me refiero en sentido del carácter —sonrió y soltó su mentón con suavidad.
La joven soltó una risa nerviosa, mientras que sus mejillas adquirían un color rojizo.
—¿Gracias?, supongo.
—Que tonta es —murmuro la niña, soltando una risa baja.
—Silencio —menciono la mujer.
Ante la orden, ambos hermanos guardaron silencio.
—¿Gustas tomar un café?
—No, gracias.
Una sonrisa perezosa se formó en los labios de la mujer.
—¿Segura?
—Si.
—¿No querrás mejor una taza de leche con cacao? —observo como los ojos de la chica brillaron ante esa idea—. La preparare en seguida, y ustedes dos, cambien esa cara —los niños solo bufaron irritados.
***
El olor del cacao era delicioso, la muchacha olfateaba con calma la taza, y sus dedos se aferraban a ella con cuidado. Tratando de no derramar ni una gota por cada sorbo que bebía.
—Esta rico —menciono bebiendo otro sorbo. La mujer sonrió.
—Llevo años sin prepararlo —una sombra de nostalgia se asomó por su rostro, volviendo a sonreír segundos después—. Pero hoy es un buen día para volver a tomar las riendas.
Oyuki soltó una risa.
—Se ve que no te ríes mucho —Oyuki paro su risa, volteando a prestarle atención—. Cubres tu boca, acallando el tono de tu risa.
La joven abrió sus ojos sorprendida, sus manos bajaron reposando en la manilla de la taza, y bajo la mirada avergonzada por aquel descubrimiento.
—No tienes que avergonzarte. Me gusta tu risa, y mucho. Llevaba años sin escuchar una como tal...
—¿Años?
—Demasiados —los hermanos bufaron, y con una señal de la mujer salieron refunfuñando de la sala—. Lamento su comportamiento.
—No es necesario que se disculpe —se apresuró a responder la niña, mientras apretaba un poco la taza—. De igual forma, comprendo que se sientan incomodos con una extraña como yo en su casa.
—Tú no eres una extraña, princesa. Es usted bienvenida todas las veces que quiera, a este lugar —se levantó de su asiento, sentándose a un lado de la muchacha—. Tu cabello, me trae tantos recuerdos.
Susurro mientras enrollaba sus dedos entre los mechones de cabello rizados de la joven.
—Tantos... —volvió a murmurar con nostalgia, sintiendo su mente navegar entre sus recuerdos, sus dedos sentían cada cabello de la joven, y sentía su olor, el cual era uno que no lograba identificar de entre los que conocía.
De flores, pero eran tantas mezclas que le era complicado saber cuáles eran en general.
—Eres... como una mezcla de puras flores —sus manos soltaron el cabello, quedando en sus piernas y observando con cuidado a la niña—. Eres una flor andante, Oyuki.
—¿Una flor, dice?
—Una flor, una flor única entre todas. Eres una mezcla de todas ella, que te hace ser tu misma —hace una pausa, y vuelve a observarla—. Te hacen tú misma.