Una Flor en el hielo

XX - Castellys

***

—¿Qué tal la nevada? —pregunto la joven, con un tono de burla en sus labios. Mientras que sus ojos recorrían la mirada del chico frente a ella.

—Genial —sacando su gorra, se sentó en uno de los sillones—. ¿Y cómo te fue con el jefe?

La chica soltó una pequeña risa, sonriendo al final. Estirándose en su asiento, se acomodó de mejor manera en este.

—Bien, aunque la paga fue la misma —respondió ella con frustración.

—Me lo imagino. ¿Participaras en las Competencias Imperiales?

—No estoy segura. Solo escogen a los nobles, o escogidos —bostezo, dando una sonrisa perezosa.

—Y está claro, que no te escogerían a ti —menciono con sorna.

—¿Por qué no? —le cuestiono en voz alta, ofendida por aquella mención.

—Eres muy floja para participar, Gulnora. Sería una novedad que participaras.

—Que gracioso eres, Tamerlan —se levantó, dándole un suave zape por la espalda.

—Soy experto en ello —orgullosos de sí mismo, coloco su mano sobre su pecho. En señal de enorgullecimiento.

Ambos jóvenes fueron luego interrumpidos de sus risas al escuchar como alguien ingresaba al salón.

—Ustedes dos, son tan diferentes —menciono una voz más ronca.

El dueño de la voz era de un hombre ya de edad, de una cabellera con canas visibles, unos ojos oscuros, una ropa campestre, y un rostro severo.

—Tamorlan es trabajador, mientras que tú Gulnora, no haces ni el aseo —recrimino, frotando sus sienes.

—Por favor, eso no es mi talento, ni mi trabajo.

—Eso no importa, deber de ser por lo menos útil en esta vida.

—Agh —suspiro con frustración.

—Ahora, a lo que venía —dejo de frotar sus sienes, recostándose en el sillón de al lado—. Tengo noticias, pero, solo para Tamerlan —indico.

Gulnora solo formo una mueca de disgusto.

—No pongas esa cara, ni tu misma cooperas —con una sonrisa burlona en su rostro, encendiendo la pipa en su mano y dando una calada—. Deberías retirarte —espeto irritado.

—Ya era hora —murmuro la joven, saliendo de la sala.

—No debiste hablarle de esa manera.

—Era necesario —inquirió dando otra calada a su pipa.

***

—¿Una reunión de Imperios?

—Si, eso me han informado por la mañana.

—Entiendo. ¿No es nada serio, cierto?

—Por ahora no, no te preocupes. Además, Castellys es capaz de protegerse con su propia naturaleza.

Castellys, el Imperio de los castores. Este curioso nombre se le otorgo al Imperio no solamente por su escudo, sino que sus habitantes eran unos verdaderos tragadores de madera. Pero, no literalmente.

Básicamente el trabajo de los habitantes era talar árboles, y fabricar materiales mediante esto.

Los artesanos se hacían de riquezas con esta labor, ya que trabajan directamente para los Reyes.

El Reino constaba de vastos bosques y territorios. Su naturaleza era la mejor en la temporada de cosechas. Aunque de vez en cuando ocurría bastante escasez.

—Nuestro reino, está volviendo a la quiebra —informo el Rey, Varyus—. ¿Habéis sabido alguna razón de esto?

—Tartarys, Majestad.

—Maldición, otra vez estos tartarianos —refunfuño—. ¿Algo más?

—No, Majestad.

—Bien, puedes retirarte —el hombre dio una reverencia, saliendo de la habitación.

Frotando sus sienes, Varyus tomo asiento, pensando sobre la situación, mientras que observaba cada centímetro de la habitación.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos al escuchar unos toques en la puerta.

—Adelante —suspiro, bajando su mano.

La puerta se abrió, mostrando la nueva figura por el lugar.

—Varyus, un gusto verte otra vez —saludo la voz femenina.

—Lo mismo digo, Musy —la mujer se acercó quedando a su lado.

—¿Qué te preocupa? —le pregunto de un momento a otro, notando que el hombre estaba más raro que de costumbre—. Y más te vale a que no me mientas.

Un suspiro se escuchó salir de los labios del hombre.

—Siempre te das cuenta de todo —entrecerró sus ojos, soltando al último una risa—. No comprendo a las mujeres.

Le dio un ademán para que ella tomara asiento a su lado. Al verla sentarse, el volvió sus ojos para observarla.

—Estamos fritos. Los tartarianos otra vez… —con cansancio dejo caer su cabeza hacia atrás.

—No se porque no me sorprende.

—A ti nada te sorprende.

—¿Y por qué te preocupa tanto el hecho de los tartarianos? —arqueo una ceja, curiosa.

—Larga historia. Por ahora solo te puedo decir que está en relación con las competencias imperiales.

—Entiendo.

La sala quedo en silencio por algunos minutos, siendo interrumpida por la mujer nuevamente.

—Bueno, te dejare solo. Tendré que componer alguna canción para ello.

—Anda, yo estaré aquí. Pensando.

Una risa se escuchó de los labios de la mujer, mientras que su figura desaparecía por la puerta.

—Pensando sobre este problema —murmuro con pesadez.

***

Musy, era una mujer de baja estatura, rechoncha y de ojos grisaseos oscuros. Su cabello de un color cobre, el cual era corto, llegando a estar sobre sus oídos, y de un rostro risueño.

Teniendo ya 24 años de edad, llego a ser reconocida por componer y cantar sus himnos para Castellys. Ya que había que decir que una gran voz se ocultaba bajo ese rostro travieso y risueño.

Cada mañana, a las ocho en punto, se escuchaba su cantar a las afueras de su balcón.

—¡Viva el Imperio del castor, y su material!

Cada día, aquella frase era la más sonora en medio de la canción. No era de esas personas que se creen superiores por su fama, al contrario, solo humildad había en su persona.

—Otra vez no usaste el vestido que te regale —le regaño una de sus amigas, Sidry.

—Algún día, y deja de mirarme de ese modo —un suspiro escapo de sus labios ante la mirada de reproche de su amiga—. Lo tengo reservado para las competencias imperiales —comento con una leve sonrisa.

—Hum —se quejó—. Es mejor que lo estrenes pronto, luego te hare uno para las competencias.




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