Cap 1
Cuando el niño empezó a curarse de la enfermedad “La mancha blanca”, Elizabeth entendió que la vida de ella está llegando a su fin.
***
Elizabeth subió al borde de la ventana. El viento empezó a jugar con su pelo. La mujer se agarró de una piedra para sostenerse y miró abajo. Con tan solo un paso ella escapará al otro mundo. La gente a sus espaldas levantó las antorchas para ver mejor y dejó de gritar, asombrada. “¿Por qué no me convertí en un murciélago?” — fue lo último que pensó Elizabeth…
2 semanas antes
Ésta noche Elizabeth no podía dormir. Recién volvió de la casa de un leñador que se hirió con un hacha. Después de curarlo la mujer se quedó agotada. Realizar el tratamiento era aún más complicado por los celos de la esposa, ya que a Elizabeth todos la consideraban la mujer más hermosa de la aldea. No había un solo hombre que no se detenía su mirada en ella.
Pero Elizabeth nunca se casó. Su espíritu libre no la dejaba quedarse encerrada en casa, cocinando, limpiando y cumpliendo cualquier deseo del marido. Por más que entre los pretendientes había algunos hombres realmente buenos, y tan enamorados de ella que le prometían cumplir todos sus deseos a lo largo de la vida. Elizabeth sabía que la educación y las normas morales de la época siempre estarán sujetas a la autoridad del hombre. Siendo la curandera del pueblo, Elizabeth Trenton era una mujer con los pensamientos muy avanzados para su época, ya que estaba soñando que en algún momento de la historia de la sociedad, las mujeres tendrán las mismas libertades que los hombres.
Ahora mismo ella estaba agotada. Tenía ganas de tomar un té de yuyos relajantes y tirarse en la cama. Pero algo no la dejaba en paz. El sexto sentido la estaba alarmando.
Elizabeth puso la pava en la chimenea y se sentó a escuchar el ruido que hacia agua al hervirse y el crujido de las leñas.
De repente, en el patio de la casa gritó un pájaro asustado.
Elizabeth se puso atenta, escuchando.
De lo lejos se escucharon llegando hombres a caballo. Cada vez estaban más cerca hasta llegar al patio de su casa. Parece que los hombres estaban apurados.
Y allí no más unos fuertes golpes en la puerta rezongaron en el silencio.
Elizabeth se estremeció. Se levantó. Tomo la lámpara, respiró profundo y fue a abrir.
En la puerta estaba el caballero Grange, un joven muy apuesto, la mano derecha del alcalde. Atrás de él había dos hombres más sosteniendo a los caballos.
Grange era muy hábil y fuerte. Y esta vez la miraba a Elizabeth con una expresión especial. No podía despegar la mirada de la mujer, pareciera que está viendo una diosa.
Elizabeth se sintió un poco incomoda. Acomodó el pelo y el escote del vestido.
Grange apoyó la mano sobre la espada colgada en su cinto.
— Buenas tardes señorita Trenton. Disculpe la hora. Le quería avisar que alcalde la espera.
— ¿Alcalde, a mí?
Si ahora el caballo de Grange empezaría a hablar, Elizabeth se sorprendería menos. La mansión del señor Todd, el alcalde de la aldea, era el último lugar en el mundo adonde ella podría entrar. Por ser curandera, Elizabeth no tenía buena fama en el pueblo. La gente siempre asocia esto con la brujería. Por más que casi no queda ningún hombre, mujer o niño que por lo menos una vez fue ayudado por Elizabeth. Por ser una mujer hermosa, menos todavía. Y alcalde, que pocas veces sacaba su nariz del castillo, siempre estaba apoyando a los hombres más adinerados del condado, reportando al conde cada movimiento del territorio que él administraba. Y alcalde nunca se acercaría a la curandera, para no manchar su reputación.
Pero parece que hoy pasó algo especial
— ¿Qué le pasó tan urgente al señor Todd, que me llama a esta hora? ¿Se enfermó?— preguntó la mujer.
— Él no, su hijo, Marius, está enfermo.
“Ahora entiendo. Es una razón válida” —pensó Elizabeth, —“pero igual me parece raro que la doctora Rachel, una vieja malhumorada no estaría allí ocupándose del asunto.”
— ¿Y la doctora Rachel?
Grange miró abajo.
— Ella no puede curarlo.
“Pero si la doctora, que estudió medicina, con su conocimiento no puede curar al niño, ¿qué puedo hacer yo? O será una enfermedad muy rara, que la doctora no la conoce”.
Elizabeth suspiró.
— ¿Cunado se enfermó el niño?
— Hace una semana.
— Deme unos minutos, — dijo la mujer y cerró la puerta.
La bolsa con los remedios y un par de herramientas ya estaba armada, después de volverse de la casa del leñador, solo faltaba revisarla. Elizabeth puso su capa negra y salió a la puerta.
— Estoy lista, — dijo la curandera y miró alrededor. Recién ahora se dio cuenta, que le pareció raro. En el patio de su casa había solo los hombres a caballo encabezados por el joven Grange.
Elizabeth se sintió algo desconcentrada.
— Entiendo lo que usted piensa, — dijo Grange, — pero el alcalde no envió la carretilla para traerla. La puedo llevar en mi caballo.
"Si el niño se enfermó hace una semana y me llaman recién ahora,” — pensó Elizabeth por el camino sosteniéndose de la cintura del hombre, — “entonces la vieja Rache no pudo curar al niño y no sabe qué hacer. Y a mí me llaman como el último recurso, o tal vez, hasta que llega algún doctor del condado. Ahora voy a ver que le habrá pasado al chiquito. Ojala que le pueda ayudar, pero veo que será difícil, ya que Rachel que es una buena doctora no pudo curarlo, ¿qué me queda a mí?”
Llegaron a la casa de alcalde a las dos de la madrugada. Sin embargo nadie de los dueños ni siervos estaban durmiendo.
Editado: 12.11.2019