Una fogata para la bruja

Capitulo 3

Cap 3

   Hora tras hora Elizabeth seguía  revisando los libros.  La mujer ya estaba agotada. Los vigilantes también. Ellos simplemente estaban sentados en el piso dormitando. El viejo dueño de la tienda ya casi no hablaba, se cansó de promocionar su mercadería. Pero Elizabeth no podía encontrar el libro que estaba buscando. En ninguno de ellos se mencionaba la enfermedad "la mancha blanca".  
     Hasta que por fin encontró un viejo foliante escrito hace 50 años dónde se describía con todos los detalles la enfermedad y los pasos para curarla. Elizabeth leyó la receta tres veces. Era lo que ella estaba buscando.  
  — Voy a llevar este libro, — la mujer le mostró al viejo el manuscrito.
  — Muy buen, me alegro que usted encontró lo que necesita. Este libro es muy bueno, antiguo, tiene muchas recetas principales que estaban comprobados por años de sabiduría de los mejores médicos y doctores, — el viejo otra vez se convertido en un vendedor nato, aun mas todavía, cuando supo que es para el alcalde, sabía que puede pedir cualquier precio, — este libro ya no se encuentra. Hubo muy pocos en esta edición.  Mire el sello de la editorial. No le voy a cobrar caro, porque entiendo la necesidad de alcalde para salvar a su hijo.  Decir la verdad yo le haría un regalo el señor alcalde pero, —  el viejo puso una cara  falsamente triste, —  los tiempos ahora son tan difíciles y tengo que venderlo. Aunque voy a hacer un buen precio al Señor alcalde por más que yo pierda dinero por esta venta.  
  — Está bien, —  lo interrumpió Elizabeth, ya no aguantaba esta interminable tirada de palabras, — ¿Cuánto cuesta este libro?  
  "Este viejo probablemente todo lo que leyó en su vida puede ocupar una sola página", — pensó Elizabeth.
Cuando ella escuchó el precio, se le abrieron los ojos en grande. Con este dinero se podría comprar dos caballos de los buenos.
La mujer pidió a Grange que pague el libro. 
El joven se acercó y dejo en el mostrador un puñado de monedas de oro. En un cerrar y abrir los ojos, el dinero desapareció abajo del mostrador. 
Ya al salir, bajo la catarata de agradecimientos del viejo, Elizabeth señaló el libro de brujería.
  — También me gustaría llevar a este.
— Oh, — el viejo puso una cara de susto que también era falso, cada mirada, cada palabra que él decía era más falso que una moneda de cobre presentada como oro.
  — Claro que puede llevarlo. Decir la verdad, me asusta tener este libro en mi tienda. En algún momento le cuento como este libro aterrador llego acá, yo no tengo nada que ver con posesión de él.  Fui obligado de tenerlo. Para que ustedes lo llevan ahora mismo le puedo hacer un precio especial, y después no me va a quedar otra opción que llevar este dinero a la iglesia. 
El joven Grange abrió el monedero, una bolsita de cuero colgada en su cinto y saco más monedas, las cuales desaparecieron también en instante bajo el mostrador. 
   Elizabeth guardó el libro en su bolsa de tela colgada en el hombro. El joven la miró algo sorprendido.
  — ¿Es usted una bruja, señorita Trenton?
  Elizabeth no supo que contestar, solo apartó la mirada.

Todos salieron de la tienda.
Atrás de ellos el viejo todavía seguía deseando la salud para alcalde y toda su familia.
  — Por favor no olviden a mencionar al señor alcalde que yo le ayudé, — fueron sus últimas palabras.

— Espero que usted sabe lo que hace, — dijo Grange, cuando salieron a la calle, — No creo que a la esposa de alcalde le va a gustar que usted tiene este libro. Van a sospechar que usted es una bruja.
  — ¿Usted también lo cree?
  Grange la miró algo desconcentrado. No esperaba ésta pregunta.
  — Usted no es una bruja, yo lo sé. ¿Pero entonces para que necesita este libro?
  Elizabeth se acercó a su caballo y le acarició el hocico. 
  — ¿Creo que usted sabe en que situación me encuentro? — dijo la mujer, apartando la mirada y concentrándose en el caballo.
  — Si, lo sé.
  — Entonces, créeme, que el libro de brujería voy a usar para defenderme, ya que no poseo una espada, como usted.
  Grange se acercó un paso y con mucha delicadeza le toco el brazo a la mujer.
  — Señorita Elizabeth. Mi espada siempre estará a su servicio. Voy a proteger a usted en todo momento. Yo entiendo que usted está en una situación complicada — dijo el joven en voz baja, —  Por eso le quiero ofrecer todo mi amor y mi vida, — agregó él con la mirada de un hombre enamorado. Sus cachetes se pusieron rojos.  Entre tantas declaraciones de amor que escuchó la mujer en toda su vida, esta le pareció más sincera de todas.
  Los ojos de Elizabeth se llenaron de lágrimas.
  — Le agradezco mucho. Espero en algún momento de la vida poder devolverle el favor.
  La mujer suspiró. Se envolvió en su capa negra y puso la capucha para esconder la cara. — Vamos al mercado a comprar todo lo necesario para hacer el remedio. Ya tardamos demasiado. El niño puede estar mal, tenemos que apurarnos.
  Todos subieron a los caballos.
La receta para curar "la mancha blanca" Elizabeth ya aprendió de memoria.
Nunca antes ella tenía que enfrentar una enfermedad como ésta. Era un reto bastante grande, pero ella no tenía otra opción.
***

   El mercado en el centro de la ciudad vivía su vida cotidiana, llena de ruidos, los gritos y aromas. Aromas de  fruta, verdura y pescado. Vendedores promocionando su mercadería a los gritos, conversaciones de la gente, peleas por los precios, los niños corriendo. 
El sol se estaba bajando, anunciando el fin del día y también el cierre del mercado.
Pasando entre la multitud, de repente Elizabeth sintió un fuerte mareo. Recién ahora se acordó que no comió nada desde ayer. Pidió a Grange comprarle un poco de pan y queso. 
Después de breve almuerzo tardío se acercaron al rincón de yuyos medicinales. 
La mujer que vendía los yuyos, una señora obesa, parecía ser bastante amable y los recibió con alegría. 
Elizabeth eligió las hierbas, las guardó en su bolsa y se dio vuelta a Grange.
  — ¿Puede pagar, por favor? 
  La vendedora de yuyos se asomó para agradecerle a la clienta y reconoció a la curandera bajo la capucha.
En el momento se alejó como escondiéndose atrás de la mesa. 
  — ¿Pero que hace esta bruja acá? — gritó la vendedora.
  Toda la gente alrededor se dio vuelta y miró a ellos asombrada.
  "Que rápido que se dieron vuelta todos en la ciudad,” — pensó Elizabeth con amargura., — “recién ayer yo era una simple ciudadana." 
  — ¡Es la bruja! — confirmó la sospecha alguien más. Y en el momento contra espalda de Elizabeth se reventó una naranja podrida. La mujer gimió y se agachó. De todos lados empezaron a tirar los restos de frutas y verduras.
  — Cúbrela, — gritó Grange  a uno de los vigilantes, sacando la espada. Los siervos del alcalde formaron una ronda con Elizabeth en el medio, enfrentando la lluvia de basura.
  — ¡Apártense! ¡Atrás! ¡Todos atrás!— Gritó el joven Grange a la gente, — ¡Están atacando a los siervos del alcalde! ¡Serán castigados!
  Los gritos del joven tuvieron efecto. Últimos pedazos de fruta podrida volaron desde la muchedumbre y después la se gente se calmó. 
Elizabeth y los vigilantes se quedaron rodeados de la gente rabiosa que los fulminaba con las miradas.
  — ¿Porque el alcalde protege a la bruja? — gritó una mujer.
  — No es una bruja, — dijo Grange, — es una curandera que trata de salvar al hijo del alcalde, — en todo caso, si tienen algo en contra, pueden a hablar con el alcalde. Y ahora, déjenos pasar, — dijo Grange y levantó la espada.
 



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En el texto hay: bruja, hechizo

Editado: 12.11.2019

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