Unos días después, en la tranquilidad de la tarde, la niñera de Mary Ann, la joven y amable Miss Gertrude, se encontraba en la biblioteca del castillo, conversando en voz baja con la niñera de los hermanos de la niña, la respetable pero enérgica Miss Lizbeth. Mary Ann, que se encontraba jugando en un rincón cercano, escuchaba con atención la conversación de las dos mujeres.
—¿Sabes que esta noche será una noche de estrellas fugaces? Se dice que es una ocasión especial, en la que los deseos hechos con el corazón tienen más posibilidades de hacerse realidad —comentó Gertrude.
Lizbeth asintió con una sonrisa suave, mientras ajustaba el dobladillo de su vestido.
—Sí, he oído hablar de esa creencia. Es una hermosa tradición, especialmente para los niños, que ven en las estrellas fugaces la oportunidad de pedir algo que anhelan con todo su corazón.
Mary Ann, con sus grandes ojos brillando con emoción, escuchaba atentamente la conversación. Una chispa de ilusión se encendió en su mirada mientras las palabras de las niñeras despertaban su imaginación.
—¿De verdad, Miss Gertrude? ¿Podemos pedirle algo a las estrellas fugaces esta noche?
Gertrude se agachó con ternura para estar a la altura de la pequeña pelirroja, asintiendo con una sonrisa.
—Así es, mi querida niña. Se dice que las estrellas fugaces son como mensajeras que llevan nuestros deseos al cielo. Si pides algo con todo tu corazón, tal vez la estrella fugaz escuche tu deseo y lo haga realidad.
Mary Ann, con una determinación inocente en su rostro, apretó sus pequeños puños con emoción.
—Entonces, esta noche pediré algo muy especial. Pediré a la estrella fugaz que me conceda el regalo de tener una hermanita con quien jugar y compartir.
Las niñeras intercambiaron una mirada cómplice, con una mezcla de ternura y asombro ante la inocente determinación de lady Mary Ann.
—Vamos a cenar —Getrude la tomó de la mano. —De seguro tus hermanos ya están en el comedor esperando.
Lizbeth asintió. El conde había pedido que llevara a sus hijos al despacho para hablar con ellos.
Cuando los niños terminaron de cenar, fueron a reunirse a los pies de la abuela Constance, quien se encargaría de contarles algunas emocionantes historias. Era de los momentos preferidos de Mary Ann, escuchar a su abuelita se le hacía tan interesante. Cuando Constance terminó de relatarles una historia, los niños se despidieron, dejando a Mary Ann junto a su abuela.
—Abuelita Constance, ¿sabías que esta noche es noche de estrellas fugaces?
—Sí querida Mary Ann —la apretó contra su costado con cariño. —Es una noche mágica.
Mary Ann sonrió.
—¿Cómo reconoceré a una estrella fugaz?
—Pues, las estrellas fugaces son como destellos de luz que cruzan el cielo nocturno, llevando consigo los deseos de aquellos que las observan.
Mary Ann, con sus ojos almendrados brillando con asombro, asintió con entusiasmo.
—Sí, abuelita. Miss Gertrude y Miss Lizbeth me dijeron que esta noche sería especial, que las estrellas fugaces son como mensajeras que pueden hacer realidad nuestros deseos si los pedimos con el corazón.
Constance sonrió con ternura, acariciando suavemente el cabello pelirrojo de su bisnieta.
—Es cierto. Las estrellas fugaces son consideradas como portadoras de esperanza y magia. Se dice que si pides un deseo mientras una estrella fugaz cruza el cielo, ese deseo tiene más posibilidades de hacerse realidad.
La niña asintió con seriedad, con una expresión de pura inocencia en su rostro.
—Entonces, abuelita, ¿tú crees que si pido un deseo con toda mi alma, la estrella fugaz lo escuchará y lo hará realidad?
Lady Constance acarició la mano de su bisnieta con cariño, mirándola con ojos llenos de amor y complicidad.
—Creo que el corazón puro y sincero de un niño tiene un poder especial, querida Mary Ann. Si pides un deseo con toda tu alma, quién sabe lo que las estrellas fugaces podrían traer consigo.
La pelirroja asintió con determinación, con una chispa de ilusión en sus ojos.
—Entonces, abuelita, esta noche pediré un deseo muy especial. Pediré a la estrella fugaz que me conceda el regalo de tener una hermanita con quien jugar.
La condesa viuda de Pembroke abrazó a Mary Ann con ternura, sintiendo el latido puro y sincero del corazón de su bisnieta. ¡Bendita inocencia!
—Que así sea, mi niña. Que tu deseo llegue a oídos de las estrellas y se haga realidad.
Mary Ann observó con esperanza a su adoraba abuela, con la ilusión de que su deseo sería escuchado por las estrellas y que la magia de la noche podría traer consigo el regalo que anhela con todo su corazón.
❈-❈-❈