Una hermanita para navidad

Capítulo 3

El castillo de los condes de Pembroke se sumerge en la quietud de la noche, mientras Mary Ann, ya acostada por su niñera, descansa en su cama, con la luz de la luna filtrándose suavemente por la ventana de su habitación. Miss Gertrude, tras asegurarse de que la niña estuviera profundamente dormida, se retiró, dejándola en la tranquila penumbra de su alcoba.

Sin embargo, la emoción y la ilusión de la conversación sobre las estrellas fugaces y los deseos embargan a la pequeña pelirroja, abrió sus ojos y con su corazón latiendo con fuerza, se levantó sigilosamente de la cama. Con pasos silenciosos, se dirigió hacia la ventana y la abrió con cuidado, revelando un cielo nocturno salpicado de estrellas centelleantes. Sonrió.

Una ráfaga de luz cruzó el firmamento, seguido por otra y otra más, como destellos fugaces que pintan el cielo con su resplandor. Mary Ann, con los ojos brillando de emoción, reconoció las estrellas fugaces que la abuela Constance le había mencionado. Con una inocencia pura y un anhelo sincero en su corazón, levantó sus pequeñas manos hacia el cielo estrellado.

—Estrella fugaz, por favor, escucha mi deseo. Quisiera tanto tener una hermanita con quien jugar y compartir. Por favor, haz que mi deseo se haga realidad —cerró los ojos.

Mientras las estrellas fugaces continuaban su danza celestial, Mary Ann permaneció en silencio, con la esperanza brillando en sus ojos. En ese momento, envuelta por la magia de la noche, la niña depositó su deseo en el universo, confiando en que las estrellas escucharían su súplica.

Con el corazón latiendo con fuerza por la emoción de haber pedido su deseo a las estrellas fugaces, regresó a su cama en la tranquila penumbra de su habitación. El suave resplandor de la luna llena iluminaba su rostro infantil, mientras el frío del invierno se cuela por la ventana entreabierta.

A pesar del frío, la esperanza en el corazón de Mary Ann la reconfortaba, y poco a poco, envuelta en la magia de la noche y con la convicción de que su deseo había sido entregado a las estrellas, la niña se fue quedando dormida. Su respiración se volvió lenta y tranquila, mientras los destellos de las estrellas fugaces seguían danzando en su mente, llevándola hacia el dulce reino de los sueños.

 

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A la mañana siguiente, Mary Ann pidió a su niñera desayunar en la habitación de la abuela Constance, su corazón saltaba de emoción por la experiencia mágica que había vivido la noche anterior. La condesa viuda la escuchó atentamente, con una sonrisa cariñosa en los labios, encantada con la inocencia y la ilusión de su nieta.

—Oh, querida Mary Ann, las estrellas fugaces son realmente especiales. Es maravilloso que hayas reconocido su belleza y hayas pedido un deseo. La inocencia de un corazón joven es un tesoro precioso.

La pelirroja asintió con entusiasmo, ansiosa por compartir su emoción con su abuelita.

—Sí, abuelita, pedí un deseo muy especial. Deseo con todo mi corazón tener una hermanita con quien jugar y compartir. Creo que las estrellas me escucharon.

Lady Constance acarició con ternura la mano de su nieta, pero su expresión se tornó un poco más seria.

—Querida, las estrellas tienen su magia, pero a veces los deseos no se cumplen como esperamos. A veces, los designios de Dios tienen un propósito en la vida que no siempre comprendemos.

Mary Ann frunció el ceño, preocupada por las palabras de su querida abuela.

—¿Quieres decir que mi deseo no se cumplirá, abuelita?

La condesa viuda dejó la taza de té sobre la mesa, a sus nietos les habían explicado sobre Dios y de hecho iban a misa de vez en cuando.

—No, mi querida Mary Ann, no es eso. Solo quiero que entiendas que a veces las cosas no suceden como esperamos, y debemos aceptar los caminos que la vida nos presenta. Sea cual sea el resultado, recuerda que siempre serás amada y que un nuevo miembro en la familia será un regalo maravilloso, independientemente de si es niño o niña.

Mary Ann frunció el ceño, pero luego asintió, reflexionando sobre las palabras de su abuelita. Aunque un velo de incertidumbre se posó en su corazón, la promesa de amor y la sabiduría de su abuelita la reconfortaron.

Constance tomó la pequeña mano de su nieta.

—Sé que si el bebé es un niño, lo vas a amar igual. 

La niña asintió con vehemencia, aunque deseaba una hermanita con quien jugar, amaría a su nuevo hermano.

—Entiendo, abuelita. Solo deseo que el bebé y mamá estén bien.

Constance abrazó a su nieta con cariño, reconociendo la madurez que se asomaba en los ojos de la pequeña, a pesar de solo contar con cinco años.

—Eres una niña sabia, querida Mary Ann. La vida nos enseña a aceptar sus misterios con valentía y amor. Ahora, ven, termina tu desayuno —le sirvió más chocolate en la taza. —La vida nos tiene preparadas muchas sorpresas, y debemos estar listas para recibirlas con gratitud y amor.

 

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Unos días después, Mary Ann se encontraba en el salón de los niños, estaba concentrada en su dibujo, con trazos delicados que daban vida a un paisaje de colores suaves. Su niñera, Miss Gertrude, observaba con orgullo la destreza artística de la niña, cuando de repente, el estruendo de sus hermanos irrumpió en la sala. Los tres niños, absortos en su juego de soldados, no repararon en la presencia de su hermana y su niñera.




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