En la sala personal de la condesa de Pembroke, los condes disfrutaban de una tranquila merienda, la cual consistía en té y bizcocho de vainilla. La estancia era un espacio acogedor, con muebles de madera oscura y sillones confortables que invitaban a disfrutar de un afable momento. Las paredes estaban empapeladas en color beige y pequeñas rosas rosadas complementaban el papel. Además contaban con hermosos cuadros de paisajes, dando un toque de elegancia y tradición a la estancia.
Un gran ventanal permitía la entrada de la luz del día, iluminando el espacio con su suave brillo. El ambiente estaba perfumado con el aroma del té de navidad que era un té negro aromatizado, con jengibre, canela y naranja, además del bizcocho, creando una atmósfera cálida, donde tantas veces, Rossi y Andrew habían disfrutado de su mutua compañía.
—Querido, hoy hablé con lady Constance. Me contó que Mary Ann le dijo algo encantador hace unos días.
—¿Ah sí? ¿De qué se trata? —preguntó el conde con una sonrisa, tratando de adivinar qué había dicho su pequeña.
—Al parecer, nuestra hijita escuchó hablar a las niñeras sobre las estrellas fugaces y los deseos. Tu abuela le había hablado de su significado.
—Continúa, querida mía, me intriga saber qué deseo pidió nuestra hija —sonrió ampliamente.
—Pidió un deseo muy especial, amor —le sonrió —Deseó con todo su corazón tener…—hizo una pausa —una hermanita.
El conde sonrió y sintió una oleada de ternura al imaginar a su hija con su inocencia infantil.
—¡Qué niña tan dulce es nuestra Mary Ann! Su deseo demuestra lo compasiva y cariñosa que es. Ojalá el cielo escuche su ruego.
—Así es. Solo el tiempo dirá si se cumple su anhelo —le sonrió a su marido. —Por lo pronto, disfrutemos de estas fiestas antes de la llegada del bebé —se acarició el vientre.
El conde asintió, complacido de compartir aquel momento de complicidad junto a su amada esposa.
—¿Más bizcocho? —ofreció Rossi.
—Si por favor querida —le pasó el plato.
La condesa cortó una tajada generosa para su esposo y le devolvió el plato.
—Estaba pensando —dijo el conde luego de terminar de pasar una cucharada de bizcocho.
—¿Si?
—Que si no se cumple el deseo de nuestra hija, podemos seguir intentándolo —le guiñó un ojo con picardía.
Rossi se sonrojó. Su amado libertino no tenía remedio. ¡Cuánto lo amaba!
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Mary Ann se encontraba en el salón de juegos, un lugar agradable, en el que habían mesas de juego, sillones, un estante con libros y algunos juguetes, todo acorde para una sala destinada a los niños. Sus hermanos también se encontraban en la estancia. El ambiente estaba lleno de risas y alegría mientras jugaban con juguetes de la época. De repente, la conversación giró hacia el próximo hermanito que esperaban sus padres.
—Estoy seguro de que el bebé será niño —dijo entre risas Andrew Jr.
—No estoy tan segura. Mamá dijo que cada bebé es único. Yo creo que será una niña —dijo con convicción la pequeña pelirroja.
—¡Ja! Las niñas son un incordio. Será un niño, estoy seguro —añadió Freddy.
—Espero que sea una niña —Mary Ann dijo tornándose seria. —Además, la abuela Constance dice que una niña es tan valiosa como un niño.
—Bueno, yo prefiero un hermano. Podré enseñarle a montar a caballo y practicar deportes con él —acotó Andrew.
—Pero ya son muchos niños —protestó Mary Ann —Una hermana puede ser mi compañera de juegos y podré contarle secretos. Además, podríamos vestirla con esos bonitos vestidos que mamá guarda.
—No me imagino jugando con muñecas. Los niños juegan con espadas y caballitos de madera —Freddy hizo una mueca, mientras que Anthony estaba poniendo en fila unos soldaditos.
—¡Pero las niñas también pueden ser aventureras! —protestó Mary Ann.
—Las niñas solo pueden casarse —Andrew Jr. levantó los hombros. —Mientras que nosotros podemos viajar, tener aventuras increíbles y hacer lo que queramos —aseveró. Se puso de pie y llamó a Freddy para que fueran a jugar al jardín.
Mary Ann hizo un mohín. Anthony no siguió a sus hermanos mayores, sino que se quedó con su hermana.
—Mary Ann —acarició su brazo —Espero que sea niña —dijo atropelladamente con la voz de un niño de tres años.
La pequeña asintió y en su interior se dijo que no lloraría. Al menos uno de sus hermanos esperaba que el bebé fuese una niña.
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Una encantadora tarde, la Condesa de Pembroke se encontraba disfrutando de un momento que adoraba, el cual consistía en leer las postales de navidad que le enviaban sus queridas amigas Felicity, Katherine y Nicole; cuando de pronto su pequeña hija entró corriendo con ojos llenos de curiosidad.
—Mami, mami, ¿sabes si el bebé será niño o niña?
Rossi sonrió.
—Oh, mi querida Mary Ann, esa es una pregunta muy especial. Pero, cariño, no podemos saberlo con certeza hasta que llegue el día en que nazca el bebé.