Una hermanita para navidad

Capítulo 5

El castillo Pembroke se iluminaba con la cálida luz de las velas y el resplandor festivo de la chimenea en la Nochebuena. En el salón, adornado con guirnaldas y velas parpadeantes, el Conde, imponente y distinguido, se acercó a su querida abuela, quien estaba sentada en un cómodo sillón junto a una espléndida planta de muérdago.

—Abuela, ¿me concedería el honor de este baile navideño? —hizo una reverencia.

—Por supuesto, mi querido nieto —sonrió y se levantó con ayuda de su bastón. Andrew la tomó con delicadeza en sus brazos.

Bajo la mágica ramita de muérdago, el Conde sostenía a su abuela mientras danzaban suavemente por la sala, acompañados por la música imaginaria. La abuela, con sus arrugas llenas de sabiduría, miró a su nieto con cariño.

—Oh, querido, has crecido hasta convertirte en un hombre ejemplar. Estoy tan orgullosa de ti.

—Gracias, abuela. Todo lo que soy te lo debo a ti. Tus enseñanzas y tu amor han sido mi guía.

—Recuerdo cuando eras solo un niño travieso. Nunca imaginé que llegarías a ser tan respetado y querido por todos.

—Fue tu influencia la que forjó mi carácter. Y ni siquiera puedo expresar cuánto agradezco que me hayas presentado a la mujer maravillosa que es mi esposa —le guiñó un ojo con picardía.

—Ah, el destino puede ser astuto —lady Constance sonrió —Pero sé que juntos, han construido un hogar lleno de amor y bondad.

Bajo el muérdago, Andrew se inclinó para besar la mejilla de su abuela con amor y gratitud.

—Te quiero, abuela. Gracias por todo.

—Y yo a ti, mi amado nieto. Que esta Nochebuena esté llena de bendiciones para ti y toda tu familia. Gracias por darme bisnietos a quienes consentir.

El Conde, con su abuela en brazos, continuó bailando al compás del silencio, agradeciendo en su corazón por la presencia de esta mujer sabia que lo había guiado a lo largo de su vida; haciéndose cargo de él cuando quedó huérfano siendo tan solo un chiquillo.

Rossi se unió a ellos junto a los niños, cenarían y luego los enviarían a la cama.

 

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Una vez en el comedor, todos ubicados en sus lugares, la mesa estaba adornada con elegancia, resplandeciendo con la luz de las velas y la calidez de la chimenea. Los Condes, lady Constance y los niños, se reunieron para compartir una noche inolvidable de Nochebuena.

—Somos una familia bendecida —comentó Rossi, mientras Andrew le apretaba la mano. 

—Sí, esta es una noche para recordar y agradecer. La familia es el mayor tesoro —la secundó lady Constance.

—Y no puedo esperar para ver los regalos mañana —intervino Andrew Jr. 

—¡Yo tampoco! —señaló Mary Ann —Pero primero, quiero escuchar las historias de Navidad de la abuela Constance.

La condesa viuda sonrió.

—Por supuesto, mi pequeña. Pero primero, disfrutemos de esta maravillosa cena.

La mesa estaba llena de manjares festivos, desde pavo relleno hasta pasteles y guarniciones exquisitas. La conversación fluía entre risas y anécdotas compartidas.

—¿Recuerdan cuando intenté colarme en la cocina para espiar los regalos? —recordó Freddy entre risas.

—Sí, y acabaste con harina en la cara. Esa fue una travesura inolvidable —dijo el conde enarcando ambas cejas.

—¿Harina en la cara? —preguntó Mary Ann —¡Quiero escuchar más historias de travesuras!

—Bueno, en mi época, también hubo algunas travesuras. ¿Quieren escuchar la vez que escondimos los regalos en el desván?

La risa llenó el comedor mientras lady Constance compartía sus propias travesuras de juventud. La armonía en la mesa reflejaba el amor y la conexión entre generaciones.

—Este es un momento especial, un recordatorio de lo afortunados que somos de tenernos el uno al otro —añadió Rossi, mirando a sus hijos.

—Es verdad —aseveró el conde —Y recordemos que más allá de los regalos y la comida, la verdadera riqueza está en el amor que compartimos.

Constance miró a su nieto, estaba tan orgullosa de él. Había hecho un buen trabajo y cuando le tocara partir, sabría que había dejado un buen legado. 

Después de la cena, los niños fueron conducidos a sus habitaciones, los condes se encargaron de acostarlos, ya que al ser una noche especial, les habían dejado libre a todos los sirvientes leales a los Pembroke. Sólo habían quedado un par de lacayos, que por decisión propia quedaron en el castillo.

Luego de acostar a los niños, se dirigieron a la habitación de Mary Ann. La luz titilante de las velas iluminaba la habitación de la pequeña mientras los condes la acostaban y arropaban. 

—Buenas noches, mi amor. Que sueñes con las estrellas y los cuentos de hadas —le dijo Rossi mientras besaba su frente.

—Buenas noches, mamá y papá. Los quiero mucho —dijo bostezando.

—Y nosotros a ti, pequeña princesa. Que duermas bien —añadió el conde. 

Después de asegurarse de que Mary Ann estaba dormida, los condes salieron de la habitación, pero la serenidad se vio interrumpida cuando Rossi llevó una mano a su vientre con un gesto de dolor.




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