En la habitación de los condes de Pembroke, la cual estaba decorada con luces cálidas y colores suaves que invitaban a la calma; la pequeña Mary Ann se acercó tímidamente a la puerta, aún con la emoción palpable en sus ojos. La condesa, recostada con ternura en la cama, le dedicó una sonrisa radiante.
—Feliz Navidad, hijita.
—¡Feliz Navidad, mamá! —sonrió ampliamente, feliz de ver a su madre bien.
El conde, quien estaba de pie junto a la cama, se inclinó para besar la frente de su esposa con dulzura.
—Feliz Navidad, mi amor. ¿Cómo te sientes?
—Me siento bien, y ahora aún mejor al tener a toda mi familia aquí.
Rossi extendió su mano hacia Mary Ann, invitándole a acercarse.
—Ven, cariño. ¿Quieres conocer al bebé?
La pequeña pelirroja asintió emocionada y se acercó a la cuna que estaba cuidadosamente colocada al lado de la cama. La condesa sonrió, orgullosa y feliz.
—Mira, has tenido un hermanito.
Mary Ann se inclinó suavemente sobre la cuna, donde yacía el bebé envuelto en mantas. Sus ojitos curiosos se encontraron con los de su madre, llenos de asombro y alegría.
—¡Hola, hermanito! Soy Mary Ann. ¡Feliz Navidad!
El bebé, ajeno al mundo que lo rodeaba, parecía responder con una pequeña mueca que hizo que todos en la habitación rieran con ternura.
—Tu hermano está feliz de conocerte, cariño.
Mary Ann sonrió.
—Yo también estoy feliz.
—¿No estás triste porque no tuviste una hermanita?
La niña negó con la cabeza.
—No mami. Voy a consentir mucho a mi hermanito.
Rossi miró a su esposo y sintió tranquilidad. Se había quedado preocupada porque su hijita había pedido a las estrellas fugaces que le trajeran una hermanita y no soportaría ver la desilusión en la cara de su niña al ver que no se cumplió su deseo.
A continuación los niños junto a lady Constance ingresaron para ver al recién nacido. Andrew y Rossi decidieron que Mary Ann elegiría el nombre del bebé. Emocionada, la pequeña pelirroja decidió que su nuevo hermanito se llamaría Harrison. El conde agradeció el nombre que eligió su hija, ya que sus hijos estaban sugiriendo nombres tales como, Pomponio, Soldado o incluso, Armadura.
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Ya en horas de la noche, Mary Ann se encontraba en la alcoba de la abuela Constance. La niña miraba por la ventana hacia el cielo estrellado. Constance, con su figura sabia y serena, se acercó a ella con una sonrisa cariñosa.
—¿Qué miras, mi querida Mary Ann?
La niña suspiró.
—Estaba hablando con las estrellas, abuela. Quise decirles lo feliz que estoy por tener a mi hermanito, pero creo que no me oyen.
Constance se sentó junto a su nieta en el alféizar.
—Las estrellas, son guardianes silenciosos que observan y escuchan más de lo que podemos imaginar. Quizás no te respondan con palabras, pero siempre están ahí, guiando y velando por nosotros.
—Pero no dijeron nada cuando les hablé sobre mi felicidad por el bebé —miró fijamente a su abuela —Y tampoco las estrellas fugaces me concedieron el deseo que les pedí.
La mujer mayor sonrió.
—Es porque las estrellas no hablan de la misma manera que nosotros. Pero te aseguro que te escucharon, y sus destellos de luz son su manera de decir que también comparten tu alegría.
—¿En serio, abuelita?
—Absolutamente, querida Mary Ann. Cada estrella en el cielo tiene una historia, y a veces, como ahora, deciden regalarnos un nuevo capítulo lleno de amor. ¿Sabes por qué?
—¿Por qué? —preguntó con genuina curiosidad.
—Porque las estrellas saben cuánto amas a tu hermanito. Escucharon tu corazón, y sus destellos son su forma de decir que tu amor ha sido escuchado en el universo.
—Eso es hermoso, abuelita Constance —sonrió con sus ojos almendrados brillando de emoción.
—Y en cuanto a las estrellas fugaces, ellas decidieron que tú seas la hermana de Harrison. Que tú seas una hermanita para Navidad.
La sonrisa en el rostro de la niña se amplió.
—Recuerda, mi adorada nieta, el amor que compartimos siempre es oído en los rincones más lejanos del cielo. Aunque a veces no veamos las respuestas de inmediato, las estrellas trabajan en misteriosas maneras para brindarnos momentos de felicidad.
Mary Ann abrazó a su abuela con cariño, sintiéndose reconfortada por sus palabras llenas de sabiduría. Mientras observaban juntas el cielo estrellado, la magia de la unión entre ambas y el amor familiar se hizo evidente en la calidez que envolvía sus corazones. La abuela, con su paciencia y experiencia, había tejido una historia que dejaba a Mary Ann con una lección valiosa: el amor siempre es escuchado, incluso en el silencio de las estrellas.