Valentina García
El frío del amanecer se cuela por las rendijas de la ventana desgastada, pero la determinación en mi corazón mantiene el calor en esta pequeña habitación. Sofía, mi pequeña luz, duerme plácidamente en la cuna improvisada. La falta de recursos no me impide ser la madre que ella merece.
El reloj marca las horas que parecen deslizarse más lentamente cuando te enfrentas al mundo sin un respaldo sólido. Las facturas apiladas en la esquina, los pañales contados en el estante; cada día es una batalla contra la incertidumbre.
Con cansancio en los ojos pero fortaleza en el alma, preparo el desayuno con lo poco que queda en la despensa. Las lágrimas amenazan, pero las ahogo con determinación. No puedo permitirme flaquear. Sofía merece más de lo que el destino nos ha ofrecido hasta ahora.
Sofía se despierta con un bostezo adorable, inconsciente de las luchas que enfrentamos.
—Pequeña Sofía, aunque sé que no entiendes todas las palabras que digo, quiero que sepas cuánto te amo. Eres mi razón de ser, mi fuerza en los días difíciles. Juntas enfrentaremos cualquier desafío que se cruce en nuestro camino.
Siento el cálido peso de Sofía en mi regazo, una conexión tan profunda que las palabras no pueden describir. La acomodo con ternura mientras se aferra con suavidad, y la acerco a mi pecho. La penumbra de la habitación nos envuelve, pero en este rincón, la intimidad entre madre e hija florece.
Cada pequeña succión refuerza nuestro lazo, un lazo que va más allá de la simple nutrición. En este momento, me sumerjo en la singularidad de nuestra conexión, donde el suave murmullo de la lactancia se convierte en el idioma de nuestro amor.
Después de unos minutos llego al restaurante donde trabajo. Cierro los ojos por un instante, inhalando profundamente, recordándome a mí misma que cada plato que sirvo es un paso más hacia el futuro que estoy construyendo para Sofía y para mí.
Diana se acerca con una sonrisa mientras sostengo a Sofía en mis brazos.
—Hola, nena —exclama, y le acerca el rostro para darle un beso suave en la mejilla.
Con una chispeante luz en los ojos, Diana se aparta ligeramente y me mira con entusiasmo.
—De verdad, Valentina, creo que deberías considerar comenzar una carrera como modelo. Mi primo es fotógrafo y está buscando nuevos rostros.
Me siento halagada por su sugerencia, pero la idea de ser modelo nunca cruzó mi mente. Mis días están llenos de desafíos y alegrías con Sofía, y aunque aprecio el elogio, mi enfoque principal es proporcionarle a ella un futuro sólido.
—¡Imagina las fotos increíbles que podrían salir de una sesión contigo y Sofía! Podrías inspirar a muchas personas.
Me quedo reflexionando por un momento, imaginando la posibilidad de llevar a cabo una aventura tan inesperada. Sin embargo, la realidad de mi vida como madre soltera y las responsabilidades diarias me hacen dudar.
—Diana, aprecio mucho tu sugerencia y la consideraré. Pero ahora mismo, mi enfoque está en crear un mundo estable y amoroso para Sofía. Tal vez en el futuro, quién sabe.
—¡Por supuesto! Lo más importante es lo que te haga feliz. Pero piénsalo, podrías ser la próxima sensación.
Las puertas del restaurante se abren con un ligero tintineo, anunciando la llegada de alguien importante. Levanto la mirada entre las mesas y veo al senador Gabriel Ramírez entrar con la distinción que lo caracteriza. A su alrededor, un par de escoltas imponentes aseguran un perímetro de seguridad.
El murmullo en el restaurante se desvanece mientras las miradas se centran en la figura del senador. La gente comienza a susurrar, y algunos se levantan de sus sillas para obtener una mejor vista. Es como si la atmósfera del lugar se hubiera cargado de una energía diferente.
En mi papel como camarera, me apresuro a preparar una mesa adecuada para el senador y sus escoltas. Mi pulso se acelera ligeramente, consciente de la responsabilidad de ofrecer un servicio impecable. Mientras ajusto los cubiertos y aseguro que todo esté en orden, observo cómo el senador se acomoda en la mesa reservada para él.
Sus escoltas permanecen discretamente a su alrededor, pero mi atención se centra en la figura principal. El senador Ramírez, con su presencia carismática, parece acostumbrado a la atención y al protocolo que conlleva su posición.
El restaurante, antes bullicioso, se sume en un respetuoso silencio mientras los comensales observan discretamente.
—Buen día, señor Ramírez. Es un honor tenerlo aquí. ¿Cómo puedo ayudarle hoy con nuestro menú?
—Gracias por la bienvenida. Empezaré con una sopa de la casa y luego el filete de salmón a la parrilla, bien hecho. ¿Qué acompañamiento sugiere?
—Excelente elección, señor. Nuestro puré de papas con hierbas frescas complementa muy bien el salmón. ¿Algún tipo de bebida en particular?
—Para beber, un vaso de agua con limón será suficiente. Y, por favor, asegúrese de que la sopa no sea demasiado condimentada.
—Por supuesto, señor Ramírez. Tomaré nota de todo eso. ¿Algún postre o café para después?
—Un café negro será perfecto para cerrar la cena, gracias.
—Entendido. Un salmón bien hecho con puré de papas, sopa suave y un café negro. ¿Algo más en lo que pueda ayudar?
—Nada más.
Me retiro de la mesa del senador con la orden cuidadosamente anotada, sintiendo el peso de la responsabilidad en cada paso. Los murmuros del restaurante me acompañan mientras regreso a la efervescencia de la cocina, un lugar donde la maestría culinaria se une al arte de la presentación.
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Editado: 13.03.2024