Una Historia de Fuego, Lobos y Fantasmas
Este no es un cuento sobre reyes y reinas. O plebeyos que se enamoran de princesas y viven felices por siempre. Ni siquiera es sobre mí. Solo soy un simple escriba, se supone que registro los eventos más importantes de la historia en este mundo oblicuo. Pero las palabras en este manuscrito son tan efímeras como la ceniza en el viento, bien podría caerse a un charco y la tinta escurriría de su lugar como la sangre de las palabras o servir para alimentar el fuego de una hoguera en una fría noche de invierno. Pero, si estás leyendo esto, estas a punto de conocer una pequeña parte de la historia que seguramente jamás has llegado a escuchar. Empiezan sin una fecha específica, mientras el cimiento de los primeros reinos empezaba a asentarse, después de la guerra los clanes poderosos se impusieron sobre los poblados o los clanes más débiles. Los más nobles ofrecen la paz a otros y los más salvajes se oponen al resto como barbaros. Poco a poco las personas empezaban a construirse un mundo propio. Y aunque se trate de un mundo donde los dragones y las sirenas no son criaturas de leyenda, donde la magia es tan real como el cielo y la tierra no todos sus habitantes tienen un lugar en el.
Existen dos clanes en particular que no logran encontrar un hogar.
Uno posee a los mejores domadores de monstruos, con la fuerza suficiente para domesticar dragones, uno de los clanes conocidos como los más fieros guerreros: los Tessyn, que viajaban desde las tierras del este.
El otro, los Lazar, viajaban en caravana desde el oeste. Un clan donde la astucia cobraba un valor más grande que la fuerza, integrado por los mejores herreros y los guerreros mejor armados de todo el continente. Ambos clanes sabían de la existencia del otro, era normal en un mundo donde la reputación se forjaba a pulso. Y ambos clanes poseían una fama de ser muy temperamentales, e impredecibles.
Ahí comienza esta historia:
-¡Ignace! Deja de jugar y ajusta esas correas-Bramo un hombre desde la parte trasera de una carreta-¡Ignace!
-Ya oí padre…-Rápidamente un adolescente de dieciséis años dejo de lado la antorcha con la que había estado haciendo malabares y corrió a cumplir la orden de su padre. En tan solo unos minutos toda la caravana ya estaba lista para partir e Ignace estaba sentado al frente de la carreta que la encabezaba junto a su padre.
-¿Sucede algo hijo?-Incluso a través la oscuridad de la media noche y de tener que llevar las riendas el hombre pudo percatarse de a cara de pesar que llevaba su hijo. El más joven negó con la cabeza pero su padre lo conocía demasiado bien-Ignace…
-Detesto esto-Respondió el moreno cruzándose de brazos y agachando el rostro para ocultar su mirada-Tener que irnos a mitad de la noche, como si fuéramos ladrones-Agrego con la amargura embargando su voz.
-No somos ladrones ni asesinos, pero aun así las personas nos temen-Explicaba el hombre, pero antes de seguir hablando con su hijo otra carreta les alcanzo:
-¡Adam, esta vez no pudimos llenar por completo las arcas de provisiones!-Informo el hombre que llevaba las riendas-Todos están preocupados.
-Lo sé…-Respondió Adam con hastió-Informales que iremos al siguiente pueblo en el mapa, solo para reabastecernos-Respondió haciendo énfasis en lo ultimo dejando muy claro el mensaje. Para cuando volvió a dirigirse a su hijo este ya no estaba, pero en vez de preocuparse suspiro un poco aburrido, sabía perfectamente a donde había ido.
Mientras su padre daba indicaciones a la caravana el muchacho había saltado del asiento y subido al techo de la carreta. Era su lugar favorito para viajar, desde allí podía ver el resto de la caravana, a su familia: El clan Lazar. Eran famosos por todas las cosas que podían construir, su medio de transporte era prueba de ello. Las carretas no eran de madera y lona sino de metal y cota, como pequeñas casas, parecían un pequeño pueblo andante e incluso algunas tenían chimeneas; y en lugar de animales de cría eran jaladas por animales metálicos. Grandes corceles mecánicos construidos de bronce, de al menos dos veces el tamaño de un equino normal, esas maravillas podían llevar fácilmente las carretas de acero con cinco personas y la carga en su interior.
Pero ni siquiera el brillo del bronce y el acero a la luz de la luna era capaz de distraerlo de su mal humor. Después de todo, una vida de nómada no era nada cómoda; el moreno levanto un poco la vista y alcanzo a ver el pueblo de Florence que acababan de abandonar. Esta vez habían durado un poco más que en los otros, apenas un par de meses.
-Pero al final es lo mismo…-Pensó con amargura al viento mientras se recostaba el techo y se quedaba admirando el cielo nocturno-Tenemos que huir.
Era cierto, una asquerosa realidad de los clanes que habían tenido lugar en la guerra: ser temidos. Cada vez que llegaban a un poblado la gente los miraba con miedo, como si su presencia significara fatalidad. Cuando en realidad era todo lo contrario, ellos eran más que un clan de guerra: eran inventores. Subsistían gracias a su talento para crear cosas nuevas, cosas que facilitaban la vida.