Una Historia de Mutato Hominis: Hilary

El Nacimiento de una Revolución

Una noche de truenos y tormentas a Dakota le anunciaron que se casaría. Como una crónica de terror, la noticia le cayó terriblemente mal. Las razones eran muchas, pero ella no estaba dispuesta a darlas.

Si alguien de la nueva sociedad; si algún extraordinario llegaba a enterarse de su situación, ella sería tachada de defectuosa, y eso habría sido la peor deshorna para su familia.

Así que esa misma noche, a pesar de la lluvia torrencial, salió acompañada de su androide a intentar encubrir lo que estaba por hacer.

El robot plateado resplandecía como un faro en las tinieblas, pero ella lo cubrió con una manta negra y se alejó hasta los confines de la metrópolis, casi hasta llegar al borde de la gigantesca muralla.

—Mi señora, las condiciones no son óptimas —alertaba el androide.

—¡Cállate! —espetó la mujer. Sabía que lo tenía que hacer sin importar qué.

A lo lejos, un hombre cubierto de una enorme piel y de aspecto perturbador la esperaba. Llevaba una mascada roja que le cubría la mitad del rostro, pero a Dakota lo que menos le importaba era saber su identidad.

—¿Lo has traído? —le preguntó el tipo cuando Dakota estuvo lo suficientemente cerca de él.

Los relámpagos iluminaban el cielo y ella se sentía diminuta y sucia, estando parada en los confines de la tierra.

—Sí, ¿y tú?

El hombre asintió, jalando de la cuerda a un bulto que hasta ese momento, Dakota no había notado.

El bulto se removió e hizo un jadeo extraño. A pesar de que ella sabía lo que era, no pudo evitar dar un respingo y sentir miedo. Jamás tuvo empatía alguna por esa especie, simplemente porque ella era la perfección, y los extraordinarios no podían sentir nada más que asco y pena por las pobres almas que todavía sobrevivían a duras penas, al apocalipsis que había allá afuera.

Pero esto era necesario, es lo que se repetía una y otra vez en su cabeza.

Dakota sacó de su brazo un reloj que a simple vista parecía común, pero al pasar sus dedos por el aparato, una luz azul muy intensa se encendió y una pantalla diminuta apareció suspendida en el aire.

Tecleó velozmente algo que el hombre no pudo comprender, y entonces del vientre del androide, una compuerta se abrió y tres diminutos frasquillos con una especie de líquido violeta aparecieron en su interior.

—¿La mujer está en buenas condiciones? ¿Me lo aseguras? —preguntó dudosa con los peculiares frascos en la mano.

—Por supuesto que sí. —El hombre destapó el bulto y emergió una mujer harapienta y de mirada perdida. Estaba visiblemente asustada. Llevaba las manos atadas con cadenas de niobio y una mordaza en la boca.

Pero lo que más llamó la atención de Dakota era el ligero bulto en el vientre de la inferior. Pues eso era lo único que necesitaba de ella, el futuro hijo que se estaba formando en su interior.

Le entregó a aquel hombre el recado e hicieron el intercambio. Él le vendió a la Homo Sapiens a cambio de un recurso muy valioso en la revolución eugenista, y ella, conseguiría encubrir el único defecto que los modificadores no corrigieron: su infertilidad.

Dakota volvió deprisa a su enorme mansión en la metrópolis y escondió a la mujer en el sótano. Su androide era el único que sabía el oscuro secreto, y así se quedaría pues él jamás la traicionaría.

 

Llegó el día y Dakota pasó a ser de apellido Ricci. El Mutato Hominis privilegiado a desposarla fue Dante Ricci, un hombre modificado que ya pasaba los cien años y seguía pareciendo un modelo de revista antigua, de no más de treinta.

Dakota estaba complacida de haberse casado un hombre de renombre en la revolución eugenista, después de todo ella era la sexta generación de humanos perfectos, y Dante Ricci era el prospecto ideal de toda la metrópolis.

 

Nueve meses pasaron, fingir una barriga de embarazada no era tan difícil en el año 2730, así que su querido esposo Dante jamás sospechó la enorme treta que había preparado su esposa.

Durante ese periodo, Dakota tuvo suficiente tiempo como para experimentar con el embrión. No es que no se hubiera hecho antes, de hecho, esa había sido la forma en la que los primeros Mutato Hominis, —la nueva raza dominante—, había nacido. Pero Dakota no era particularmente una genetista, y la cosa se le ponía más complicada cada vez que la mujer se resistía al proceso de cambio.




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