Una historia efímera

Siempre fuimos, aunque nunca fuimos

Por: Sombra Azul J.R

La conocí entre mensajes, como se conoce hoy a las personas que marcan tu vida sin siquiera haberte rozado un dedo. Su voz me llegaba por audios nocturnos que atravesaban océanos. Ella era morena, de esas mujeres que no solo cargan fuego en la piel, sino también en el alma. Tenía un acento suave, musical, caribeño, con una risa que sonaba como un hogar al que siempre quise volver, incluso sin haber estado nunca.

José estaba en Europa. Camila, en algún rincón cálido de Latinoamérica, donde la brisa lleva el nombre de las flores y los atardeceres se pintan con anhelos. Se encontraron por azar, pero se eligieron con todo lo que tenían.

Y eso fue lo primero: la elección. A diario. A ciegas.

Había algo en la manera de hablarse que desarmaba todas las defensas. Tal vez porque se hablaban como si ya se conocieran. Como si sus heridas supieran dónde se escondían las del otro. No había piel, pero sí miradas a través de pantallas que se volvieron sagradas. Se desnudaron con palabras, se cuidaron con silencios, se desearon con cada noche que terminaba sin poder tocarse. Se hicieron promesas que no sonaban vacías. José la escuchaba llorar sin poder abrazarla. Camila lo escuchaba reír cuando él solo quería desaparecer. Así se amaron: a través de la confianza, de la pasión escrita, de la comunicación como única piel posible.

Camila tenía una hija pequeña. De unos cuatro años. Le hablaba de ella con los ojos llenos de ternura, como si cada palabra llevara una caricia. José no sabía cómo sentirse al principio, pero pronto entendió que amar a Camila también implicaba aprender a amar, a la distancia, a esa niña que a veces le decía "hola" por videollamada con su vocecita temblorosa.

Y entonces apareció el número 2050. La niña lo dijo jugando, pero quedó grabado. "2050 es cuando seremos muy felices", repitió. Desde entonces, ese número se volvió su contraseña, su refugio. José incluso soñó, una madrugada, con tatuarlo en la espalda de Camila, justo en la línea de la columna, con una frase de Canserbero debajo: "Lo que no fluye, duele. Y lo que duele, enseña."

2050 se volvió su fecha imaginaria, su ciudad compartida, su casa sin techo. Cuando discutían, uno escribía “2050” y el otro entendía. Cuando el mundo dolía, decían “2050” y era como abrazarse a través de un susurro invisible.

Compartieron películas al mismo tiempo, enviaron cartas con olor a perfume y canciones que decían lo que sus voces callaban. Él llegó a aprender las canciones de cuna que Camila le cantaba a su hija, solo para sentirse más cerca. Y en alguna ocasión, Camila lo sorprendió cantándole una estrofa suya a través de un audio con lágrimas en la voz.

Capítulo I: La Pasión Tiene Voz Propia

José era fuego. Camila, flor. Él escribía con el deseo entre los dedos, imaginando cómo sería rozarle la nuca mientras le susurraba verdades que solo se dicen en la penumbra. La distancia no calmaba su deseo: lo multiplicaba. Había noches en que le enviaba audios cargados de deseo, narrando con detalle cómo la acariciaría si la tuviera enfrente. Camila, lejos de asustarse, respondía con ternura, mezclando el deseo con su lado más romántico, hablándole de pétalos, de vino tinto, de noches bajo sábanas blancas donde no habría que apagar la luz porque el amor no tenía miedo de ser visto.

José amaba con urgencia. Camila, con profundidad. Pero se encontraban, como dos almas distintas que entienden que su diferencia es la melodía perfecta. A veces discutían porque él quería más presencia, más piel, más ahora. Ella le pedía calma, tiempo, detalles. “No me olvides los buenos días. No me sueltes los mensajes bonitos.” Y él, aún con la piel ardiendo, aprendía a escribirle flores, a desearla sin romper la fragilidad con la que ella amaba.

Fue en una de esas noches en que José, con la voz entrecortada, le dijo: “Quiero escribirte en la espalda. Una promesa. Un símbolo. Una frase que diga que este amor, aunque no nos toque, no se rinde.” Y Camila, con voz bajita, respondió: “Hazlo. Escríbeme con tus palabras. Porque tú, José, me tocas más que cualquiera que me haya tocado.”

La frase que José soñó escribirle en la espalda no fue elegida al azar.

“Lo que no fluye, duele. Y lo que duele, enseña.” —de Canserbero— era el resumen perfecto de esos tres años. Tres años donde el amor no pudo fluir como quisieron, donde cada intento se encontró con una muralla, y donde cada lágrima derramada les enseñó más que cualquier clase de vida. José quería tatuarla justo en su columna, como si fuese la espina dorsal de su historia. Porque Camila sostenía todo. Incluso cuando parecía que se rompía.

Capítulo II: Donde Duermen las Cartas Que Nunca Llegaron

Camila le preparó una caja. Dentro puso una libreta con poemas escritos a mano, una flor seca, un mechón de cabello, un dibujo de su hija donde los tres estaban tomados de la mano bajo un sol sonriente, y un frasco diminuto con su perfume favorito. Pegado en la tapa, escribió: “Para que me tengas aunque no llegue.”

José nunca la recibió. El paquete se perdió en algún rincón del mundo. Y cuando se enteró, lloró sin pudor. No por la caja. Sino por todo lo que simbolizaba. Era su mundo entero intentando cruzar el océano. Y el mundo, cruel como a veces es, lo negó.

Pero él no la olvidó. Cada noche antes de dormir, le escribía mentalmente una carta que nunca enviaba. A veces se sentaba frente a la pantalla con los dedos congelados, deseando escribirle solo “2050” y que Camila apareciera, como antes, con su risa de hogar.

Soñó muchas veces con su espalda, con el tatuaje, con la niña llamándolo papá sin que él lo mereciera. En sus sueños no había ruido. Solo ellos. Silencio y verdad. Amor sin fecha, sin frontera, sin cuerpo… pero con alma.

Capítulo III: Los Años Invisibles

La historia duró tres años. Con sus temporadas de sol, y sus inviernos en línea. Con días de siete audios por hora, y semanas donde el silencio se hacía insoportable. Hubo rupturas, regresos, llamadas eternas, y otros tantos intentos de olvidar sin lograrlo. La historia tuvo capítulos dulces y otros oscuros. Tuvieron celos, promesas, incluso planes de boda imaginarios.



#3410 en Novela romántica

En el texto hay: desamor, romance, amor

Editado: 29.07.2025

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