Una historia increíble

UNA HISTORIA INCREÍBLE

Palabras de agradecimiento – ya eran habituales para un voluntario. Más aún cuando no era la primera vez que visitaba a los combatientes, pensó Yurko, encendiendo un cigarrillo. En realidad, ya debían regresar. Todas las cosas necesarias y útiles que habían traído a los soldados ya habían sido descargadas y distribuidas según su destino.

–Bueno, volveremos – prometió.

–Solo que dudo que nos encuentren en este mismo lugar – aclaró el comandante. – ¡Estamos avanzando!

–¡Les deseo avanzar rápido y sin pérdidas! Bueno, nos vamos…

–Ustedes también tengan cuidado. El territorio aún no está… despejado. Y de minas, y…

–Entendemos.

–No solo de las minas cuídense – dijo una chica de pelo rojizo que estaba cerca. Por supuesto, vestida de uniforme. Además de Yurko y su compañero, todos los demás que decidieron acompañarlos de vuelta eran, por supuesto, militares. Pero ella lo dijo de una manera… Algo en su tono hacía que sus palabras se tomaran en serio. Por eso, Borís preguntó:

–¿De qué hablas?

–¡No asustes a la gente, Zorro! – sonrió el comandante. – ¡Aquí sabemos que no solo eres una francotiradora, sino también un poquito bruja! ¡Pero ellos no están acostumbrados!

–¡Vaya, qué poquito! – fingió indignación la chica de apodo Zorro – Lógico, pensó Borís, teniendo en cuenta el color de su pelo. Y luego se dirigió de nuevo a los voluntarios – Les digo, su camino no será fácil. Luego nadie les creerá cuando lo cuenten. Dirán que se lo inventaron todo.

–Bueno, si tenemos la oportunidad de contarlo, ¡entonces no todo está tan mal! – bromeó Yurko, y luego se despidió definitivamente y se acomodó al volante. Borís se sentó a su lado, y la furgoneta arrancó. El comandante se fue, tenía mucho trabajo. Y Zorro siguió el coche con la mirada, meneando la cabeza con disgusto.

–¿Qué, no creyeron? – preguntó uno de los soldados que estaba cerca.

–No. Peor para ellos – respondió ella. – Qué lástima…

–¿Pero no les pasará nada terrible? Todavía tienen que venir a vernos…

La chica lo miró fijamente a los ojos, de tal manera que era difícil determinar si era la mirada de una bruja que te veía a través, o la de una francotiradora.

–¿Tú tampoco crees? Bueno, allá tú… ¿Nada terrible? Bueno, eso depende de cómo se mire…

Interrumpió la conversación y se fue. Zorro no era la primera vez que se enfrentaba a la incredulidad. En general, le daba igual. Bastaba con que… la habilidad de sentir lo que otros no sentían le permitiera seguir viva y derrotar al enemigo.

"Ford" se había alejado unos veinte kilómetros del lugar donde habían entregado la ayuda. Parecía que todo iba bien. No estaban lejos de los lugares donde la vida ya empezaba a tomar un cariz pacífico, y aunque se oía la artillería, no era tan fuerte. Yurko estaba acostumbrado, pero para Borís era su primer viaje de este tipo. Había decidido unirse a la actividad de los voluntarios, y los demás, empezando por Yurko, se alegraron mucho: precisamente Borís era el dueño de una furgoneta tan útil. Esta vez se turnaban al volante. Y ahora el novato preguntaba al que trabajaba constantemente con esta unidad:

–¿Y por qué dicen que es una bruja? Incluso el comandante…

–¿Zorro? Bueno, hubo varias historias… Cuando se cumplía lo que ella parecía presentir. Después de un caso… cuando murieron dos, simplemente les cayó un proyectil en el refugio, y ella había advertido… Empezaron a escucharla, incluso si no creían. ¡Y qué decir! Parece que también predijo la guerra. A finales de enero se alistó.

–¿De verdad, francotiradora?

–Sí. Y dicen que en eso también es excelente.

–¿Sabes cómo se llama de verdad? – siguió preguntando Borís. Su compañero llegó a la única conclusión posible:

–¿Qué, te ha afectado? Se llama Verónica. Por si acaso, está divorciada… Ah…

–Sí, no estaría mal… encontrarnos después de la guerra – respondió Borís a la pregunta que no había llegado a salir de los labios de Yurko.

–Tch, me has confundido. Parece que nos hemos desviado – observó éste. – No debería haber un bosque tan denso por aquí…

El problema radicaba en que aquí no había señales de tráfico. Casi todas habían sido desmontadas antes de que el territorio fuera ocupado por el enemigo, y a los ocupantes, por supuesto, no les importaba restaurarlas. Cómo se orientaban ellos aquí, solo se podía adivinar, sin embargo, eso no era un problema ni para los militares ucranianos ni para los voluntarios. Además, en el territorio recién liberado tampoco había conexión móvil por el momento. Por lo tanto, era imposible usar el navegador habitual en el smartphone. Yurko solía llevar en estos viajes un mapa de carreteras de la región, pero ¿cómo determinar dónde se encontraban exactamente?

–¿Y qué vamos a hacer?

–Conduciremos un poco más y, si no encontramos un cruce con alguna carretera conocida, volveremos… Tenemos gasoil.

Sin embargo, unos minutos después, echando un vistazo al panel de instrumentos, Yurko frenó bruscamente.

–¿Qué pasó? – preguntó Borís.

–Eso te lo tienes que preguntar a ti. El coche es tuyo… Se calentó de repente.




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